Bastian ingresó a la sala y sin saludar a nadie se acercó a la cama, Neven se hizo a un lado y su lugar fue ocupado por él.
Neven y el otro individuo estaban boquiabiertos y seguros que en cualquier momento todo acabaría, porque Nurión mataría a aquel chico. Y aunque ciertamente el rostro de Bastian se había contorsionado, sus próximas palabras los sorprendieron.
Ahora Mael estaba confundido y se preguntaba qué demonios significaba eso. Esperó, pero Bastian no parecía muy dispuesto a aclarar nada.
Neven y el hombre al que Bastian había llamado Arteithio continuaron con sus aparatos, y Mael decidió cerrar los ojos porque la intensa luz comenzaba a lastimarlo. Sintió que la puerta se abría de nuevo, pero no habría abierto los ojos de no haber sido porque identificó el olor de Sam. Aquello le produjo un inmenso alivio, porque hasta ese momento se había estado preguntando qué había sucedido con ella. Vio que la colocaron en la otra cama, la despojaron de la bata que la cubría, y él se sintió furioso. Comenzaron a colocarle los mismos objetos que le habían colocado a él en la frente y en el pecho, y cuando se apartaron, Mael notó que tenía los labios azulados y la piel erizada.
Neven insertó una aguja en su brazo, pero Mael no vio nada más, porque ella le obstaculizaba la visión. Cuando finalizó lo que estuviese haciendo, se volvió y le hizo una señal de asentimiento a Arteithio.
No era necesario ser un genio para saber que aquello no iba a ser agradable, de modo que Mael se preparó para sentir una gran dosis de dolor. El tal Arteithio se giró hacia una mesa que estaba a su lado, tomó una jeringa y las dimensiones de la aguja no eran nada tranquilizadoras, sin embargo, Mael se obligó a tranquilizar su respiración y a relajar la mente, fuera lo que fuere tenía que resistirlo. El individuo se posicionó hacia la mitad de la cama y a continuación insertó la aguja en uno de los testículos del chico. Mael sintió el intenso dolor, pero solo se limitó a mirar con odio a Bastian sin mover ni un músculo ni emitir ningún sonido, no le daría ese placer al muy bastardo. Por fortuna aquello no duró mucho.
Después de eso cerró los ojos mientras se serenaba y pasaba el dolor. Cuando los abrió nuevamente, giró la cabeza y vio a Arteithio inclinado sobre la mesa donde tenían a Sam, pero no podía ver lo que hacían, pero comenzó a rogar a los dioses para que, lo que fuera, no le supusiera un dolor tan brutal como el que le habían causado a él. Un rato después todos abandonaron la estancia. Mael miró a Sam y se le encogió el corazón, estaba tan pálida y seguramente helada, y él sin poder hacer nada.
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Editado: 25.09.2022