Arzhvael (libro 4. Nueva Vida)

Cap. 17 La casa de la moneda y... ¿Lágrimas?

 

A la mañana siguiente, Gail entró a la habitación de Sam y Mael que estaba con ella, lo miró mal.

  • Te recuerdo que las puertas existen por una razón, Gail. La Nena pudo haber estado cambiándose de ropa, infeliz – la sombra de un recuerdo pasó velozmente por los ojos de Sam, pero ellos no lo notaron
  • ¿Y qué? Ella entra siempre sin llamar y me ha visto en todos los estados de desnudez – dijo con malignidad sabiendo que eso fastidiaría mucho a Mael – así que déjate de estupideces, cachorro – y  miró a la chica –  ¿Estás lista?  Pensé que Danny estaba aquí, no está en su habitación
  • Sí ya estoy lista, pero no he visto a Danny

Mael sabía que Danny no había dormido en casa, pero en principio no le diría nunca eso a Sam, en cuanto a Gail, aun quería darle una paliza, así que tampoco se lo dijo. De manera que los tres bajaron al comedor y para sorpresa de dos de ellos, Danny estaba allí.

  • ¡Vaya hombre! – exclamó Gail – Si no te conociera bien, pensaría que estás ansioso por hacer esto.
  • Deja de decir estupideces, Gail – contestó Danny

Comenzaron a desayunar y estaban en ello cuando bajaron sus padres y se sentaron con ellos.

  • ¿Están seguros que quieren hacer esto solos? –  preguntó Iván
  • Ya no somos niños, papá – dijo Gail con fastidio

Nadie insistió y luego de desayunar se marcharon. Llegaron a Kelten y se dirigieron hacia la zona comercial. El banco nacional de los Arzhvael llevaba el ostentoso nombre de La Casa de la Moneda, y lo único que no había en ese lugar eran monedas precisamente. Era un enorme edificio con más plantas de las que podían ver, el vestíbulo era de mármol veteado y estaba absolutamente vacío. Sin embargo, en cuanto entraron, un individuo con un aspecto que estaba a medio camino entre un mayordomo muy estirado y un Streltsí[1], salió de quién sabía dónde a recibirlos.

  • Bienvenidos – saludó – ¿En qué podemos servirlos?

Ninguno de ellos había estado nunca allí, de modo que no sabían muy bien qué hacer. No obstante, Sam tomó las riendas del asunto.

  • Tenemos entendido que poseemos unas cuentas aquí.
  • Entiendo – dijo le hombre – y esta es su primera visita a nuestra institución. Síganme por favor.

Los chicos avanzaron tras el individuo que los condujo a través de un largo pasillo alfombrado, se detuvo ante una puerta y esta se abrió. Entraron y se encontraron en lo que les pareció un despacho común. Un hombre se encontraba sentado tras un gran escritorio de caoba pulida y les dedicó una sonrisa profesional. El que los había acompañado desapareció sin darle ninguna explicación al ocupante de aquella oficina.

  • Bienvenidos señores y señorita – saludó el sujeto – Si tienen la amabilidad de indicarme sus nombres completos, podemos empezar

Ellos se miraron un momento y decidieron que empezase Gail.

  • Gail Vladimir Natchzhrer Cornwall – se presentó el chico y el sujeto lo miró con cierto asombro, pero sin perder su profesional sonrisa
  • Bien, señor Natchzhrer, pase por aquí por favor

Fue conducido hacia la pared lateral donde los gemelos vieron un aparato muy parecido al que habían visto antes en las tiendas, y que al menos en el caso de Danny, asociaba con un horno microondas. El hombre lo abrió y le dijo a Gail que introdujese la mano. Él lo hizo, después de unos segundos el aparato emitió un zumbido y muy poco después se encendió una luz verde en el panel que estaba situado en un lateral. Volvieron hacia el escritorio y para sorpresa de los chicos, poco después un brazo mecánico descendió del techo y algo parecido a una tarjeta de crédito fue depositada sobre el escritorio.

  • Aquí tiene, señor Natchzherer, esa es su credencial – dijo entregándosela a Gail y miró a los demás – El próximo.
  • Mael Elouen Berserker Arzhzurig

En el rostro del hombre volvió a dibujarse una expresión de sorpresa, pero antes de efectuar el mismo procedimiento, miró a los gemelos y su mente registró por primera vez el hecho de quiénes eran aquellos personajes. Los apellidos de aquellos individuos parecían haber estado unidos al apellido Douglas de forma indivisible, de modo que los otros dos jovencitos eran sin duda ellos. No obstante, no hizo ningún comentario y condujo a Mael al mismo panel realizando el mismo procedimiento, y una vez concluido, miró a los gemelos.

  • ¿Las damas primero? – preguntó mirando a Sam – Por favor, señorita Douglas

Ahora el asombro era de ellos, pero llegaron a la rápida conclusión de que como de costumbre, todos parecían conocerlos. Sam introdujo la mano como había visto que hacían los otros, pero a los pocos segundos el aparato comenzó zumbar y se encendió una luz roja, por lo que Sam retiró la mano con rapidez, y con mayor velocidad aún, Mael ya estaba a su lado.

  • No se alarmen – los tranquilizó el hombre – No es usted diestra ¿verdad?
  • No, soy zurda
  • Eso lo explica, por favor introduzca su mano izquierda – y ella lo hizo




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