Logan Hyde
Acomodé la chaqueta abierta oscura sobre mis hombros, haciendo resaltar la tela blanca de mi camiseta que vestía debajo mientras me echaba un último vistazo frente al espejo de la habitación de James.
Escuché sus pasos justo detrás de los míos introduciéndose en el cuarto con la camisa de botones desabrochada y buscando por el suelo con lo que percibí que era rapidez.
–¿Todo bien? —quise saber girándome hacia él y metiendo mis manos en mis bolsillos.
—Sí. Solo estoy buscando mi puto calcetín.
Negué lentamente con la cabeza mientras sonreía ligeramente y me senté en la orilla de la cama desbloqueando mi teléfono. Sentí la mirada de James sobre mí cuando Jacob irrumpió en la escena vestido con una camisa abotonada excepto por los tres primeros botones y con una sonrisa reluciente.
—¿Os queda mucho? Tengo hambre y sed.
—Pues te bebes un vaso de agua. Etna todavía no ha terminado —contestó mi hermano a mi lado con simplicidad mientras abrochaba su prenda frente al espejo en el que yo me reflejaba segundos antes.
Yo me limité a escucharlos mientras miraba algunas redes sociales de forma desinteresada.
—Oye, ¿qué se supone que vas a hacer con Dalia? —volvió a preguntar el castaño mientras pude ver de soslayo como se cruzaba de brazos y me contemplaba.
—¿Qué voy a hacer de qué?
—Te la piensas llevar a un bosque solitario, ustedes dos solos… ¿qué tipo de pala vas a llevarte exactamente?
James soltó una carcajada retenida en aquel instante y se giró para vernos.
—Si lo prefieres te la enseño para que te quedes tranquilo.
—Hazme ese favor.
Los tres rompimos en una risa escandalosa hasta que los sonidos de unos tacones resonaron sobre la tarima que daba con la entrada de la habitación. Etna nos observaba con una ceja alzada.
—¿Estáis listos ya?
Siempre acababa siendo la que más destacara de entre todos nosotros. Además de por ser una de las chicas más hermosas que había tenido el gusto de conocer y que la apreciará como lo hacía con Natalie, tenía un gusto y una personalidad tan peculiares como fascinantes. Así era ella.
Su largo cabello estaba suelto sobre su espalda mientras vestía lo que parecía un mono ajustado de colores fríos alzada en unos zapatos de tacón en punta.
Tan elegante que nosotros parecíamos simples vulgares junto a ella.
La conversación entre ellos comenzó a surgir mientras salíamos de la alcoba y descendíamos hasta la planta baja donde mi padre nos contemplaba con su semblante enseriado sentado desde la mesa del comedor. Tenía varias hojas desordenadas sobre la superficie, una calculadora encendida con teclas desgastadas y dos bolígrafos a cada costado. De sus dedos se sostenía un cigarrillo humeante que dejó reposar sobre el cenicero con tranquilidad.
—¿Puedes venir, hijo?
Les hice una señal a los chicos con la cabeza para que avanzaran hasta el coche aparcado en la puerta de casa. Una vez desaparecieron por el umbral de la puerta principal, me acerqué a él en pasos lentos.
—Tú dirás.
—¿Tienes claro lo que debes hacer?
—¿No me ves capaz?
Mi padre me miró por varios segundos antes de acercar el cigarrillo de nuevo a sus labios y levantarse.
—Eres capaz de tantas cosas pero siempre sueles estar empeñado en hacerlas como te dé la gana.
Mi mandíbula se tensó. No quise responder a aquel comentario o sabría que las cosas volverían a ponerse tensas en casa de nuevo. Y tenía suficiente con no saber sobre el paradero de mi hermana por durante meses.
—Las hago en la medida que vea conveniente. No pienso dejar que nos atribuyan los asuntos de Mike, o al menos no a mí, que es a quien tienen en el punto de mira.
—Por tu propia incompetencia.
—¿Eso crees?
Se acercó a mí con pasos rígidos hasta que le tuve enfrente, su rostro con aquellas ojeras tan notables, las pequeñas cicatrices imborrables de sus pómulos y aquel cabello alargado que lo cubría unido con su barba. Daba aquel aspecto que atemorizaba toda la zona San Roque y que no le importase quién fueras: si le estorbabas te quitaría de su camino, por las buenas o por las malas, pero te quitaría.
—¿Entonces te ha quedado claro?
—Solo tengo que llevarla al otro lado del lago. Es el último sitio donde Morgan y yo enterramos al último.
—Espero que no te confundas de hoyo.
—Llevo años deambulando por el bosque para dejar tus porquerías. Sé dónde tengo que cavar.
Llevó sus manos a su espalda mientras me miraba, parecía examinarme con detenimiento por unos instantes.
—¿Y llevas la carga para esa fiesta?
—Solo la suficiente.
Alzó su mentón mientras sus ojos todavía seguían posados en mí.
Te imponía. Su figura recia y alta imploraba un respeto indiscutible que aumentaba cuando eras objeto de observación ante sus propios pensamientos mientras que tú te sentías como un miserable bajo aquellos escrutadores ojos azules.
Su cuerpo entonces se giró hacia la pared de la derecha, corriendo la cortina que tapaba la ventana cerrada hacia un lado y tomando una de las palas que solía guardar en uno de los armarios de jardinería. Me la entregó.
—Y recuerda. Desconoces absolutamente todo. Sé que harás lo que veas conveniente y solo me queda confiar en ti.
Me planteaba una de las ideas que él me dejó caer hace unas noches mientras cenábamos con la ausencia de Natalie punzando nuestras mentes y haciéndonos girar a ver su asiento vacío continuamente.
Por un momento quiso planear su propio secuestro: hacernos con Dalia y, de esa manera, espabilar a la policía a que aquella investigación se tornarse eficiente e imparable hasta que diesen con Mike y todo aquel ritual que arrastraba desde hacía meses. Entonces se dio cuenta de sus palabras.
—El cariño que le tengo a George me impide hacer esa barbarie, pero necesito ser egoísta y ver que mi hija sigue desaparecida.
El complot que mantenía toda la gente de mi padre, y él mismo, con Mercury no era algo que desconociera, porque de hecho desde hacía horas me enteraba de cómo las unidades se acobardaban de entrar en aquel terreno de secuestros y muertes por la latente y alta posibilidad de que se tratara de asuntos de San Roque, lo que llevaría a investigar a personas envueltas drogas, tráfico y delitos de tales niveles que sería imposible resolver. La policía no era bienvenida allí; sólo George tenía el valor de pasear por aquellas calles cuando fuese necesario sin tener ese temor sobre su propia sombra.
Esa era una de las razones por las que aquella investigación no se seguía de manera pública, y probablemente hubiese muchas más —tanto razones como investigaciones —que desconocía y que sólo eran acarreadas por el jefe.
Mi padre me dio una última mirada antes de salir con rapidez de mi casa hasta llegar al coche de James. Una vez cerca, me hice paso hasta llegar al maletero, abrí la puerta e introduje la pala que mi padre me entregó y subí de inmediato después al asiento de copiloto.
—¿Todo bien? —preguntó Etna con curiosidad en el asiento trasero al copiloto, cruzándose de brazos.
—Sí. Sólo hemos matizado algunos asuntos.
Me giré hacia Jacob y ella deteniéndome en el asiento que estaba vacío.
—¿No se suponía que Aitor habría llegado ya?
—Me ha mandado un mensaje diciendo que no se encuentra bien. Se quedará en casa. —contestó Jacob apretando sus labios en un gesto de simpleza.
—Es la mejor noticia que me podrías haber dado en toda la noche. —comentó James, moviendo el volante mientras nos conducía a la casa de Sam, donde se celebraba la fiesta.
Sabía a ciencia exacta que a ninguno de mis compañeros le agradaba la compañía del chico que se había introducido como uno más de nosotros después de que mi padre hablará con el suyo para unos negocios y le ofreciese un ayudante para aquellas tareas de las que nosotros nos ocupábamos en aquel entonces. En pocas palabras, le salvábamos el culo a mi padre y realizábamos todo lo que a él no le diese tiempo o a ninguno de sus ayudantes.
También debía admitir su parte de razón: había cosas que solo podrían pedirse entre familia.
Cuando James detuvo el coche al final de la calle abarrotada de otros compañeros del equipo, nos bajamos de él mientras entre los J, que era como resumía de manera cariñosa a Jacob y a James, establecían una conversación sobre la inesperada idea de organizar aquella fiesta entre miembros del equipo, siendo la segunda a la que Tyler no podía acudir.
—¿Crees que estará muerto?
Etna pareció escuchar mis pensamientos, caminando a mi lado y acercándonos cada vez más a la entrada de la casa abarrotada de algunos estudiantes y jugadores.
—No sabría qué decirte, la verdad.
—Espero que por lo menos no dependa del tiempo —mis pies se anclaron en la acera y Etna me miró con un semblante poco amistoso —, porque de ser así estás condenando a una muerte innecesaria y segura cuando ya deberías de saber lo inútil que es todo lo que intentas tramar.
Fui incapaz de decir palabra alguna, porque aunque fuese duro reconocerlo, debía confesar que coincidía con ella pese al dolor y la presión que se originaba en mi pecho.
—Y si a Dalia le ocurre algo y por ende a Ethan también, será todo culpa tuya.
Y dicho eso, dio media vuelta sobre sus tacones alcanzando a los chicos que, entretenidos en aquella charla, no se inmutaron de la nuestra.