Ya se había preparado tanto emocionalmente como físicamente (gracias a las sirvientas y su niñera) para esta ocasión, pero no pudo evitar sentirse pequeña, y aún así maravillada al ver a aquellas majestuosas y enormes criaturas que eran montadas por aquellos caballeros a quienes aún no podía verles la cara debido a la gran distancia.
Para su gran suerte, el tema del matrimonio no se ha vuelto a tocar desde el almuerzo de un par de días atrás, haciendo que ella se sienta mucho más tranquila en esa situación.
Un hombre los presentó, y caminaron hacia el escenario.
Su padre se sentó en el centro, como de costumbre, su hermano mayor a su lado derecho, en un trono un poco menos llamativo que el de su progenitor, su hermana al lado izquierdo, y ella, por supuesto, parada, a un lado de Nahiara.
Los pasos de los sucrians se detuvieron, y el lugar se sumió en un silencio profundo, hasta que el Emperador se levantó de su asiento de una manera, según ella, dramática, elevando los brazos al cielo y sonriendo con una sonrisa más falsa que había visto jamás.
Su discurso fue bastante aburrido.
Bla bla bla... gracias a los caballeros... bla bla bla... victoria en la guerra... bla bla bla... grandeza al imperio...
Y así. Nada capaz de atrapar su atención.
Fijó su mirada en los caballeros, en un intento de quitar ese aburrimiento y pensamientos que le consumían el cerebro. Sería un buen momento para escapar. No, no seas tonta, con tantos caballeros de seguro me atrapan... Podríamos robar a un sucrian. Lo más probable es que te coman...
Un color llameante fue lo que captó su atención. Un caballero, orgullosamente erguido, después de que el Emperador haya ordenado alzar la cabeza, montado en el sucrian más majestuoso que haya visto en toda su vida (los cuales son ninguno, pues es la primera vez que ve uno fuera de los libros que, ahorrando, logró que Elvira se lo comprara).
Su color de cabello encaja muy bien con su sucrian... pensó.
Sus ojos chocaron con los de ella, y ella alzó las cejas, sorprendida.
¡Era el mismo chico que la ayudó el otro día!
¡Oh, y a su lado estaba su amigo!
No podía creerlo.
Aunque quizás si, al menos de parte del joven de cabello cobrizo, pues esa contextura era típica de los caballeros que ella observaba patrullar, pero el joven rubio fue una sorpresa para ella.
Él parecía un noble de alto rango, mas, si lo pensaba más detenidamente, no era algo raro.
Probablemente no sea el hijo mayor, o quizás un hijo ilegítimo...
En cualquier caso, ahora sabía donde estaban, y, tal y como su niñera le enseñó, ella debía agradecerles con educación por la ayuda brindada...
Sus músculos se tensaron cuando lo pensó mejor. Eran caballeros imperiales, es decir, completa lealtad a al Emperador... Por supuesto que le iban a contar a su padre de su encuentro si es que la reconocen.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo es que no había pensado en esa posibilidad? Existía la diminuta probabilidad de que no le hayan visto la cara.
Un suspiro de alivio se escapó de sus labios cuando el chico desvió la mirada de manera tranquila, sin dar ninguna muestra de identificar que era ella la joven con la que se habían encontrado.
Por su parte, el noble rubio sonreía, murmurando hacia su amigo a su lado.
Nahiara, a su lado, la contempló, un poco confundida por los cambios de expresiones faciales de su hermana menor.
―¿Te encuentras bien?―moduló con los labios, para que su padre a su lado no se de cuenta de su interacción.
Asintió sin más.
Sin darse cuenta, su padre va había vuelto a ocupar su asiento en el trono, mientras que los ciudadanos aplaudían, pero con una tensión en el aire indescriptible.
Unas horas más tarde empezó la ceremonia, pero esta vez para los nobles.
Asteri no solía frecuentar los banquetes, y tampoco tenía muy buenos recuerdos en estos, sobre todo por las decenas de mirada sobre ella.
Sabía que el ser alto era un rasgo característico de la familia Imperial, ya que el promedio de estatura de un ciudadano promedio era bastante menos, pero eso era algo que únicamente le perjudicaba, pues su cabello azabache era más evidente y llamativo de lo que ya era.
Para su (poca) suerte, esta vez solo era el Emperador quien se encontraba en el trono, frente a todos los demás nobles, entre tanto los caballeros se presentaban uno a uno delante de él, él los felicitaba y, a algunos pocos, le entregaba algún título o premio, todo bajo los ojos de los demás, para así ser visto como un Emperador benevolente y preocupado.
Eso le revolvió el estómago.
Y, para calmarlo, fue a la mesa de los postres.
Hizo lo posible por actuar de manera disimulada, manteniéndose fuera de los ojos de los nobles, pero, lamentablemente, no le funcionó.
Una dama bien vestida, con prendas bastantes llamativas, ocultando sus sonrisa burlona detrás de su abanico, seguida de tres doncellas más, que parecían ser nobles de menor estatus.