La puerta sonó, distrayéndola de su lectura.
Un poco molesta, ordenó que esta sea abierta, y su expresión se suavizó al ver que solo era Elvira.
—Mi señorita, los vestidos han llegado —dijo ella.
Asteri suspiró. Esa diseñadora sí que era rápida.
Se iba a levantar, pero la expresión incómoda de su niñera la preocupó.
—Elvira, ¿pasó algo?
Ella, quien no se había movido de su lugar desde que entró, asintió.
—Su Alteza, el príncipe heredero, está abajo —Sus ojos se abrieron con sorpresa. ¿Qué hacía él ahí? Nunca antes la había visitado, desde el funeral de su madre... ¿Tendrá algo que ver con el debut?
No muchos minutos después ya se encontraba bajando la escalera. Elvira era una profesional en su trabajo, así que ya lo hacía en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Adela?
—Oh, Su Alteza... Disculpe...
Adela, visiblemente nerviosa, se encontraba frente a la puerta, cerrada, de la habitación en donde se encontraba aquel famoso hombre, con una bandeja con bocadillos simples, hechos de manera rápida.
La azabache no preguntó la razón, podía asumirlo, así que simplemente desvió su mirada, devuelta hacia la puerta.
—Entra detrás de mí.
Sus mejillas se sonrojaron ligeramente ante el porte de la princesa frente a ella, como si fuese un escudo, y asintió, obediente.
Elvira abrió las puertas con lentitud.
En el salón principal, el cual, por obvias razones no era muy grande, se encontraba Balthair Melkeveien, el príncipe heredero del Imperio de Solania, sentado, en silencio, en el sofá. Dos hombres, caballeros guardaespaldas, supuso Asteri, se encontraban detrás de él.
Su sirvienta entró, saludó en un murmuro al príncipe, con el fin de no interrumpir una posible conversación, dejó los bocadillos en la mesa de centro y se retiró.
El hombre, apenas la vio entrar, se levantó, con la misma expresión seria que siempre.
—Hermana...
Asteri tomó el pliegue de su vestido y se inclinó.
—Saludo a Su Alteza, el príncipe heredero, pequeño sol del Imperio.
Balthair pareció titubear, pero asintió, permitiéndole enderezarse.
—Buenos días, hermana.
—Buenos días... hermano... —Asteri pudo ver como el pecho de él se inflaba ligeramente, como si estuviese orgulloso.
Él esperó hasta que ella se sentó frente a él para poder sentarse.
—Su Alteza, si me permite preguntar... ¿A qué se debe el honor de su visita?
Balthair movió ligeramente la cabeza hacia un lado, y los dos hombres a su espalda se dirigieron a otra salida que tenía la habitación.
—Como bien debes saber, tus vestidos llegaron —Mientras pronunciaba esas palabras, los hombres entraron con variadas cajas cada uno, todas de distinto tamaño, y se dieron la vuelta para ir a buscar más. Asteri estaba atónita al ver la cantidad.
Eran más cajas de lo que ella había previsto, más de la cantidad de vestidos que había elegido, y lo miró, haciendo lo posible por no mostrar su confusión ante los objetos. Había tanta variedad de tamaños que Asteri no podía creer que un vestido entrara en una caja tan pequeña, por lo que ella intuyó que esto no solo se trataba de vestidos.
Cuando el primer caballero entró con la última caja, esta vez, una grande y bien decorada, Balthair habló nuevamente.
—Padre me dio el privilegio de ser la persona que te los entregue —Se ajustó la corbata, levemente nervioso, pero Asteri no cayó en cuenta de este movimiento —. Pero, como pensé que, como una señorita joven, unos cuantos vestidos no bastarían para tu vida diaria y social, te compré unos cuantos más, al igual que joyas y accesorios —Carraspeó, un poco ansioso por la mirada que ella le dirigía, pero, aún así, mantuvo en semblante serio y la voz neutral —. Espero que todas las cosas que te traje sean de tu agrado. De lo contrario, estoy más que dispuesto a cambiarlas, para que estas encajen con tu gusto.
Asteri estaba tan atónita que ni podía responder, y Balthair se removió en su asiento, esperando por una respuesta.
—Tengo algo de tiempo ahora— interrumpió el silencio incómodo —. ¿Qué tal si... te ayudo a verlos?
¿Qué estaba pasando?
Asteri realmente no lo entendía.
Si bien él había sido quien más le había prestado atención dentro de su familia, entre un poco y nada no había prácticamente nada de diferencia. Y, con este extraño intento de acercarse a su hermana menor, ella no podía evitar sentirse incómoda.
Mas, aún así, él nunca le había hecho nada malo, por lo que no tenía razones para rechazar todo eso, aunque quizás sí su compañía.
Pero...
El príncipe heredero le tiene un gran cariño a su hermana menor.
Ella había escuchado un rumor así de parte de algunas sirvientas al terminar el día en donde les explicaron sobre su ceremonia.