Aster

Un momento de tranquilidad

Su plan, en su mayoría, estaba completamente arruinado.

Se había comido la cabeza con tal de encontrar una manera de solucionar todo, o de hallar alguna otra salida, pero la verdad era que los rumores habían alcanzado tal escala que ya no había manera de hacerlos desaparecer.

Ya ni siquiera la invitaban a banquetes o fiestas de té para burlarse.

El rumor se había distorsionado.

Ya no era solo que ella había causado mala suerte a su familia, si no que era capaz de hacerlo a las demás personas a su alrededor.

Y, aunque la familia de Adela no parecía tan afectada por eso, no era suficiente.

Ella cada vez se encontraba más desesperada.

No lograba averiguar una manera de conseguir dinero para su meta, y la fecha se acercaba con una alarmante velocidad.

Uno, dos, tres meses pasaron volando.

Elvira empezó a notarlo, tal parecía, ya que, cada vez que ella había solicitado salir, la única condición que le ponía era hacerlo con su caballero.

Le avergonzaba decirlo, pero, debido a la falta de ideas, tuvo que recurrir a vender algunos de los vestidos y joyas otorgadas hacia ella por el Emperador antes de su ceremonia de mayoría de edad.

—Su Alteza —La voz grave, y aún así preocupada, de su caballero la distrajo de sus pensamientos —¿Se encuentra bien? —El hecho de que la princesa no engullese los múltiples postres frente a ella era un motivo de inquietarse.

Elvira, ya que el palacio carecía de cocinero, era la que cocinaba, y ella siempre procuraba de hacer las comidas favoritas de su señorita.

—Lo lamento, Sir Thaddeo —respondió con un suspiro —. Solo estaba pensando, no hay necesidad de sentirse alarmado —dijo con un tono suave, sonriendo.

Los pulmones del joven se llenaron de aire.

Odiaba eso.

La princesa jamás mostraba como se sentía, y siempre mostraba una sonrisa.

Él meditó por unos minutos, mientras veía a la azabache retomar con los postres, hasta que una idea se le vino a la mente.

Si la princesa desapareciese por unos días, nadie se daría cuenta... ¿Verdad?

Respiró profundamente.

—Su Alteza... —Llamó otra vez su atención — A usted... ¿Le gustaría salir conmigo?

Asteri ladeo la cabella, confundida.

—¿Salir con usted? —preguntó —Pero Sir Thaddeo, nosotros salimos muy a menudo —comentó, soltando una risilla, pensando que el comentario era demasiado obvio.

—No me refiero a eso, Su Alteza —contestó, y Asteri siguió escuchando su explicación —. Sé que como caballero, no es mi deber ni posición decir esto, pero la he visto muy desanimada en estos días... Sé también que es desubicado de mi parte decir algo así, pero... ¿Le gustaría salir conmigo? —preguntó nuevamente, su mirada llena de preocupación — Conozco un lugar en el que podría estar tranquila y cómoda, aunque sea por unos días. Quizás así usted podría vaciar su mente, y más ideas vendrían a usted.

Ella se veía muy sorprendida, pero lentamente, una sonrisa volvió a cubrir su rostro.

Se sentía muy bien que alguien se preocupase por ella.

Era un sentimiento que no había parado de sentir desde que tuvo a Elvira, Adela y Sir Thaddeo en su vida.

A pesar de eso, ella lo consideró por varios minutos, respecto a si era o no una buena idea.

—Mi señorita, debería ir —Asteri miró atrás, en donde estaba su vieja niñera, luciendo una pequeña sonrisa, pero sus cejas ceñidas por la intranquilidad —. Yo me encargaré de todo. Por favor, vaya usted a relajarse cómodamente.

Sería la primera vez que Asteri estaría fuera de su palacio por tanto tiempo, si pensaba en que el caballero frente a ella se había referido a "días", pero no podía negar que era una idea emocionante.

Asintió.

—Tendré que prepararme, entonces.

Para el atardecer, Elvira y Adela ya tenían un pequeño bolso preparado.

Asteri tuvo que convencer a ambas sirvientas de que todos los medicamentos, sombreros, vestidos y zapatos que querían echarle al bolso serían inútiles y una molestia para llevar, ya que tendría que andar con maletas, y no un simple bolso.

Thaddeo simplemente se limitó a mirar, ya que había aprendido que meterse en ese tipo de pláticas no era conveniente para él.

—Cuídala muy bien, Sir Thaddeo.

—Elvira... Es mi caballero, por supuesto que lo hará.

A pesar de las amables palabras de la señorita, la manera en la que la vieja sirvienta lo fulminó con la mirada lo hizo estremecerse.

No había manera que una señora de su edad pudiese verse tan amenazante.

—¡Debería haber ido con usted! —se quejó Adela, pero Elvira la detuvo.

—Si tu vas, ellos se darían cuenta más rápido de que algo no está bien. Tu eres la que más sale, y si desapareces los alarmarás —Claro, no pudo decir que en realidad no creía que fuera así, pero sabía que la señorita necesitaba un momento a solas, y si la joven fuese, ella no se separaría de la azabache.




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