El imponente espejo frente a la cama hacía parecer que la habitación fuera mucho más grande de lo que ya era, y aunque el internado donde había estudiado Astoria tenía un aura parecida a esta casa, nada la habría preparado para sentirse cómoda durmiendo en un lugar que parecía un museo, el eco de su voz rodeando las paredes solo la hacía pensar qué tan frío podía llegar a ser y qué tan rápido se adaptaría ella misma a ese distante y vacío lugar.
Astoria no había visto a nadie más que a las personas que trabajaban en la casa; la familia de su prometido tenía la misteriosa manía de cambiar los planes de la forma más inesperada posible por lo que no le parecería extraño que esta fuera de esas ocasiones en que terminaría otra vez no conociendo a nadie. Su inquietud cambió cuando se asomó por la ventana, hasta ahora solo el jardín y la fuente de mármol adornaban el panorama, ahora varias personas cargaban muebles, mantelería y decoración, mientras otros corrían de un lado a otro preparando una gran mesa para las bebidas y comida.
-era verdad- pensó Astoria, y es que la razón de tanto barullo era ella misma, ella y su prometido. Se sintió extrañamente fuera de lugar pensando que el vestido que había comprado para la ocasión no era el adecuado, quizás era la habitación inmaculada o el hecho de que por fin conocería a toda la familia Ibsen, cualquiera fuera la razón de su inusual nerviosismo no tenía tiempo o ganas para concentrarse en aquello.
“Es perfecto” Dijo en voz alta al verse en el espejo con el vestido. No era habitual que Astoria se fingiera inadaptada o cayera en aires de autocompasión, al menos no por mucho tiempo.
“¿Astoria?” Alguien golpeó en su puerta “¿Puedo pasar?” Esa voz alegre de seguro era Pandora, se conocieron en primer año de universidad y desde entonces han sido inseparables. A veces no era agradable recordar esos tiempos, no por su amistad sino porque inevitablemente le vienen a la mente otros recuerdos que prefiere olvidar y otros que definitivamente no deberían existir. Pandora siempre ha sido muy lógica, a pesar de su temperamento gracioso y cordial, nunca le ha incomodado adoptar esa madurez que muchas veces a ella misma le ha faltado, que muchas veces ella misma ha rechazado por temor a perder aquello que nunca debió ser suyo en primer lugar. Por mucho tiempo fue doloroso recordar esos primeros encuentros entre ellas porque era inevitable que su mente divagara hacia preguntas que no tenían respuesta, llamadas que no volvieron, lugares que quedaron vacíos, promesas rotas y es que Pandora llegó en el momento justo a su vida; cuando aquella aventura que parecía tan emocionante no terminó siendo nada más que una ilusión, ahora parecía tan lejano que Astoria hasta sonreía al pensar en esos momentos de su vida. Ahora podía pensar libremente en esos momentos, sin sentirse prisionera de sus propios recuerdos, ahora era lo suficientemente fuerte para mirar aquellos dolorosos recuerdos por encima, como una simple espectadora de su propia vida, sin sentir ya ese pesar, esa incertidumbre que la afligió por tantas noches.
“¿Cómo amaneció la novia?” Pandora era alta, de largo cabello cobre oscuro y joviales ojos verdes, las pecas alrededor de su rostro le daban un aire amable sobre todo cuando sonreía, pero Astoria podía ver también su lado travieso, esos ojos verdes que sabían tanto, tanto de ella misma y de su pasado.
“Creo que solo soy prometida por ahora” Dice Astoria sonriendo tímidamente
“Es lo mismo. Te dije que ese vestido era perfecto para ti” La observa con detenimiento como queriendo arreglar algo invisible, algo que solo ellas saben “Todo va estar bien” Pandora la conoce demasiado bien como para saber que todo lo que Astoria necesita es un empujón para volver a su usual humor. Astoria sonríe y concuerda con su amiga.
Andro Ibsen era el primogénito de Octavius Ibsen, para Astoria seguiría siendo siempre aquel que vio con sus ojos de jovencita y por el que no ha podido dejar de sentir esa fuerte gratitud, quizás es por eso que se entienden tan bien, Andro siente lo mismo hacía su padre; es un sentimiento de deber, una lealtad infinita. Por eso era imposible negarse a celebrar el compromiso como fuera que su padre lo quisiera celebrar y al fin y al cabo era muy probable que después de su boda se mudaran a esa misma casa, era una buena oportunidad para que Astoria conociera a toda la familia y el lugar donde iba a pasar el resto de su vida.
El mismo aire recorría toda la mansión, pinturas formidables, seguidas de espejos aún más impactantes, techos altos y pasillos anchos, muebles de diseño y retratos familiares a lo largo de las paredes. Pequeñas puertas laterales y casi invisibles, Astoria estaba segura que ocultaban las escaleras por donde se movía el servicio de la casa. Su vestido rosa pálido la hacía verse un tanto ingenua entre tanta decadencia, pero bien sabía que ella misma no era en lo absoluto ingenua. Son esos rasgos que por mucho que uno quisiera retener se van borrando lentamente de nuestras vidas, por gusto propio o a la fuerza es algo inevitable.
“Señorita Naess” Una mujer rubia, delgadísima y bien vestida llama su atención “El señor Ibsen la está esperando en la sala de estar para iniciar la celebración” Astoria pensó que debe ser normal para ellos no presentarse como es adecuado, de vez en cuando Astoria adopta una actitud muy severa con algunas personas; es algo que nace desde la impresión que le causan y muy pocas veces está dispuesta a cambiar de parecer.
“Y tú eres?” La mujer se sorprendió y le extendió la mano en forma de saludo
“Disculpe, señorita Naess” Hay algo en la forma en que pronuncia su apellido, no es mezquindad, Astoria no logra descubrirlo “Soy Vera Johnson, la secretaria personal del señor Octavius” Un nombre demasiado común para una mujer un tanto peculiar, pensó Astoria. La saludo con su característica sonrisa amable. Vera la condujo por el pasillo principal de la casa pasando el vestíbulo y llegando a un gran salón que Astoria había visitado solo por unos minutos la noche anterior cuando llegó junto a Pandora y Andro.
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Editado: 16.07.2024