El silencio es el único sonido que llena la habitación cuando Lucien sale. Me deja sola, atada a esta silla de cuero que parece hecha a la medida de alguien acostumbrado a recibir visitas forzadas. No me cuesta imaginar cuántos otros han estado aquí antes que yo, personas más poderosas, más peligrosas. Pero, ¿quién soy yo en todo esto? Maya Mancini, la princesa mancillada de la mafia italiana, secuestrada en un juego de venganza que ni siquiera fue por mí. Esto no es personal para Lucien. Es un ajuste de cuentas con mi padre. Luka Belov, su hermano, está muerto, y ahora soy la ficha que va a cobrar esa deuda.
O al menos eso es lo que él cree.
Lo que Lucien no sabe es que yo también tengo un propósito aquí, y va mucho más allá de ser una prenda de intercambio. Todo esto es una oportunidad. Mi oportunidad de cobrar mi propia venganza. Mi padre merece pagar por lo que hizo a mi hermana Catherina y a mi madre. Y si tengo que usar a Lucien Belov, el mismísimo diablo ruso, para conseguirlo, no dudaré en hacerlo. Pero por ahora, estoy atrapada en este maldito juego de poder, y si voy a salir de aquí, tengo que jugar bien mis cartas.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando la puerta se abre de nuevo, pero no es Lucien quien entra esta vez. Es un hombre alto, de complexión fuerte, con una expresión impasible. Uno de sus secuaces, sin duda. No dice nada, solo desata las cuerdas con movimientos rápidos y eficientes. Mis muñecas están adoloridas, pero intento no mostrar ninguna debilidad. Me pongo de pie lentamente, frotándome las muñecas para que la sangre vuelva a circular.
—El jefe quiere que te prepares —dice el hombre con una voz grave, sin mirarme a los ojos.
—¿Prepararme para qué? —pregunto, aunque sé que no obtendré ninguna respuesta útil.
—Lo descubrirás pronto.
Me resisto a soltar una carcajada sarcástica. Misterio, tensión... Todo esto es parte del juego para ellos. Pero no soy una novata en este mundo. Mi vida ha sido una constante actuación, una fachada de perfección mientras todo a mi alrededor se desmoronaba. Así que, aunque no sé qué es lo que Lucien planea, estoy preparada. O al menos eso me repito mientras el hombre me lleva por un pasillo largo y sombrío hasta una puerta al final.
Cuando la puerta se abre, el contraste con la oscuridad del pasillo me toma por sorpresa. La habitación es luminosa, decorada con muebles de lujo, como si de repente hubiera sido transportada a un palacio en lugar de la guarida de un mafioso. Lucien está allí, sentado en un sofá de terciopelo negro, sosteniendo una copa de whisky en la mano, sus ojos fijos en mí. No hay ni rastro de la sonrisa sarcástica que me dedicó antes.
—Siéntate —me dice, señalando la silla frente a él.
Me siento, y durante un momento, el silencio entre nosotros es insoportable. Lucien me estudia con una intensidad que me incomoda. No es que nunca me hayan observado así antes, siendo hija de quien soy, los hombres siempre me han visto como una pieza de colección. Pero con Lucien, es diferente. Siento que no solo me observa, sino que intenta entenderme, desmenuzar cada capa de mi ser, como si fuera un enigma que quiere resolver.
—¿Sabes por qué estás aquí, Maya? —me pregunta finalmente, su voz baja y suave, pero cargada de peligro.
—Porque mi padre mató a tu hermano —respondo sin titubear. Es obvio, pero también sé que hay algo más. Siempre lo hay.
Lucien sonríe ligeramente, un gesto casi imperceptible que no llega a sus ojos.
—Eso es parte de la razón —admite—. Pero lo que realmente quiero saber es, ¿qué planeas hacer tú?
Me quedo en silencio. ¿Qué planeo hacer? Eso es lo que debería preguntarle yo a él. Pero Lucien no es tonto. Sabe que no soy solo una víctima en esta historia. Sabe que tengo mis propias motivaciones.
—Voy a destruir a mi padre —digo finalmente, sintiendo que es la única verdad que vale la pena compartir en este momento.
Lucien se inclina hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas, y sus ojos azules, fríos como el hielo, se clavan en los míos.
—¿Por qué?
La pregunta me sorprende, no porque no la haya esperado, sino porque la forma en que la hace parece... curiosa, casi personal. Como si quisiera entender algo más profundo, algo que va más allá de la simple venganza.
—Porque él me lo quitó todo —respondo, sintiendo que la rabia que siempre he reprimido comienza a burbujear bajo la superficie—. Mató a mi madre y a mi hermana. No solo les quitó la vida, destruyó mi familia, me destruyó a mí. Y todo lo que quiero es verlo sufrir, verlo caer.
Lucien se reclina de nuevo en el sofá, su expresión ahora neutral, pero sus ojos siguen atentos.
—Lo que estás diciendo, Maya, es que somos más parecidos de lo que piensas.
Lo miro, confundida por esa afirmación. Pero antes de que pueda responder, la puerta se abre de nuevo, interrumpiendo el momento. Un hombre entra, uno que reconozco al instante: Dimitry Lombardi, capo de la mafia italiana. Su entrada me toma por sorpresa. No esperaba verlo aquí, y mucho menos tan relajado en presencia de Lucien.
—Lucien, necesitamos hablar —dice Dimitry con un tono de familiaridad que me desconcierta aún más.
—Lo sé —responde Lucien con calma—. Pero antes, hay algo que debes saber. Maya tiene sus propios planes para su padre.
Editado: 10.09.2024