—Aquí tienen—soltó la mesera pelirroja de mala gana.
No quería ser una cínica, pero igual le sonreí.
Dejó dos platos de espaguetis frente a nosotros. Noté con mala cara que la salsa bechamel llevaba mariscos, «¿Pero qué rayos?». Hice una mueca, porque era alérgica a los mariscos. ¿Cómo no pude darme cuenta de que el platillo traía mariscos? Resoplé en mi fuero interno.
—Gracias Kathy—contestó Noah, asintiendo hacia la chica.
La pelirroja sonrió emocionada por el pequeño deje de atención que le dio el Policía, el cambio en su expresión me pareció drástico comparado con la cara de pocos amigos que cargaba hace menos de diez segundos. Miré a la chica y devuelta a Noah con diversión. Entrelacé mis manos y relajé mi barbilla sobre ellas.
—Vaya, eres bastante social y popular, las personas te aman, en especial las mujeres—bromeé oscuramente—. Y la tal Kathy casi te come con los ojos.
Noah tomó su cubierto y enrolló un poco de espagueti.
—Bueno, es algo que no se puede evitar dado que soy policía en una ciudad tan pequeña—me contestó naturalmente, entonces comió de su espagueti.
Evité verlo masticar, y miré indistinta hacia el mostrador, Kathy me observaba probablemente con ganas de ahorcarme. Picoteé mi comida, esquivando el marisco, lo cual se me estaba haciendo cada vez más difícil. Entonces sentí la mirada fija, y cuando levanté el rostro de mi comida, la expresión de confusión de Noah me encontró.
—¿Sucede algo? —pregunté.
—¿No te gustó tu comida? —inquirió, señalando mi plato entero de espagueti.
—Esto tiene mariscos—señalé con mi tenedor—, y soy alérgica a ellos.
Él articuló con su boca un «Oh» asintiendo levemente.
—Creo que eres un poco distraída—su sonrisa tan linda evitó que me enojara de verdad.
Odiaba que me creyeran una distraída, lo era, tal vez, pero no me gustaba oírlo. Noah notó mi expresión, posiblemente de fastidio, era la expresión que utilizaba cuando algo me molestaba.
—Lo siento—murmuró, encogido en su silla.
Tomé la copa de vino y tomé un poco, probablemente eso era lo único que podría ingerir esa noche.
—No te preocupes—me encogí de hombros—, realmente se me pasó leer, no pensé que el especial llevara mariscos. Es un restaurant italiano. Aunque sí tendría algo de sentido que hubiera mariscos…tú me entiendes…
Noah se echó a reír antes de que terminara de hablar. Le devolví la sonrisa agradecida de su naturalidad, y de que no le haya caído mal mi actitud.
—¿Por qué viniste aquí, Laura? —preguntó cuándo terminó de comer.
—Pues, por trabajo—contesté sin tapujos.
Limpié mi boca con una servilleta de tela.
—¿Es difícil conseguir trabajo en Argentina?
Y yo no pude evitar preguntarme, ¿cómo supo de dónde vengo? No se lo había mencionado antes.
—La verdad, sí. Sin embargo, amo mi país. Por lo que cualquier problema, volvería sin dudarlo.
—Entonces te deseo la mejor de las suertes.
Sonreí otra vez, comprendiendo la dirección por donde iba su comentario.
—¿Y tú? ¿Siempre has vivido en Kenora? —pregunté.
Se reacomodó en su lugar
—No, llegué hace cinco meses aquí—contestó.
Y ahí lo entendí, por eso jamás lo había visto.
—¿De dónde eres?
—Fui trasladado de Toronto cuando terminé mi educación en la policía.
—Algo lejos, ¿no?
—Algo, sí—se rió sin ganas. Entonces levantó la mirada hacia mí—. Parece que ambos somos extranjeros aquí.
—Sí…
Al final de la velada Noah admitió que ya era algo tarde y ambos debíamos trabajar. Le pagó a la chica, ignorando el mal humor de la tal Kathy. Me acompañó hasta mi auto, mi pequeño Volkswagen color azul. Lo había conseguido gracias a Gary justo antes de ser demolido. Celeste se quejó muchas veces sobre el pobre escarabajo, pero no le quedó de otra que ayudarme a pagarlo, incluso.
—Gracias por la comida—dije, antes de abrir la puerta del conductor.
Noah me sonrió.
—Incluso aunque no comiste nada.
—¿Entonces por todo lo demás? —murmuré, sonriendo cabizbaja—. Pero, lo siento por eso.
—Tal vez en otra oportunidad…
—Noah—lo interrumpí—, gracias por la noche, me divertí mucho.
Lo miré escondiendo lo que realmente sentía; pena por él. Ahora no tenía tiempo de una relación con nadie, debía estar lo más concentrada posible porque no dejaría pasar ninguna oportunidad.
—Yo igual—Noah se inclinó hacia mí, dejando un beso en mi mejilla.
Rápidamente yo le di uno también.
En el auto me sentía más tranquila, porque iba de vuelta a casa. Sabía que la emoción me había manejado en el momento en que Noah me había invitado, tanto tiempo sin que un hombre me notara de esa forma tan interesada. Me di cuenta de que estaba sujeta a mis emociones, a lo que sentía en el momento. No quería estarlo.
De noche, las carreteras oscuras y arboladas de Kenora eran tenebrosas, oscuras y lúgubres. Normalmente cursaba estas avenidas sola todos los días, pero no a ciertas horas de la noche. Yo vivía en Jeffrey Melick, al norte del gran lago de los bosques. Todo estaba tan oscuro y fue por eso que no me di cuenta del auto que me seguía, el cual, no llevaba las luces encendidas.
Yo conducía sin ir tan deprisa, concientizada del peligro para otros, al igual que el auto de atrás. Pero sin luces podría ser un peligro incluso para mí que ya sabía que venía tras de mí. Pero entonces, me fue imposible no acelerar un poco, queriendo probar algo que se había instalado en mi mente segundo antes.
El auto acelero según yo lo hice.
Aferré mis manos al volante con fuerza y determinación, nadie me molestaría, no en mi propio auto. Pero el auto atrás de mí incluso aceleró más, hasta golpear mí para choques. El porrazo hizo que me balanceara sin control, hasta que pude sostenerme nuevamente con el volante. Rechiné mis dientes, más enojada que asustada.