Ataraxia l Libro 1

Capítulo 9

—¡Laura! ¡Laura! —me gritaban, voces lejanas que pronto se volvieron ruidosas, hice una mueca por el pinchazo de dolor en mis oídos. 

Abrí mis ojos frenéticamente, sin poder enfocar nada en los primeros cinco segundos me desesperé y sostuve con fuerza la mano de quien me sujetaba para tranquilizarme. 

—Tranquila…Laura, sólo fue una pesadilla—me susurró Celeste.

Mi visión se aclaró y pude ver el rostro de Celeste frente a mí.

Recordé perfectamente la voz que escuché en mis sueños, era la de una mujer. Una voz cálida y templada. Pero la escena que narraba no era lo mismo.

—Celeste…—jadeé, tomando una bocanada de aire.

Se ciñó a mí abrazándome, su cercanía me reconfortó. Pero la pesadilla había sido tan vívida que aún temblaba. Las manos de Celeste me acariciaron sobre el cabello tiernamente. Intenté calmarme, por mi bien, el de ella y su bebé.

Últimamente Celeste había estado bajo mucho estrés. 

—Estoy…estoy mejor—suspiré, mintiendo con respecto a mi estado.

Celeste se alejó de mí y volvió a sentarse. 

Me miró con aprensión y achicó sus ojos en una expresión de suspicacia.

—No es momento para que te hagas la dura, Laura—me riñó, con un mohín en los labios. 

Rodé los ojos y me crucé de brazos.

—¿Y quién lo será? ¿Tú? Con ese mohín de niña en tus labios pareces gatito enfadado—refunfuñé—. Estás embarazadas, tienes que preocuparte más por ti misma. 

—Eres…—respiró, luego lanzó una sonrisa forzada—, un caso perdido. 

—Lo siento, no puedo actuar de otra forma.

—¿Queriendo ser la protectora siempre? ¿Y quién te protege a ti, Laura?

—Pues…eso no importa—contesté, sorprendida por la pregunta. 

—¿Habías tenido pesadillas antes? —preguntó de repente, cambiando el tema de polo a polo—. Te escuchabas muy asustada.

—¿Hablé también? —gemí de vergüenza.

No podía ser. Escondí mi rostro entre mis manos. 

—No seas tonta, sólo balbuceabas. Me preocupas Laura. Siento que todo esto que te está pasando…te está volviendo un poco inestable.

Dejé caer mis manos y miré a Celeste. No podría perdonarme por hacerla pasar ya estoy bien, ¿pero algún día me dirán qué fue lo que me sucedió?

Celeste estrechó sus ojos, incrédula a creer que aún no pudiera recordar el incidente. 

—¿Aun? —bufó perpleja—, Ese porrazo en tu cabeza traspasó más de lo que el doctor afirmó. 

Recordaba lo que había sucedido en la carretera, cómo el auto me empujó fuera de la autopista y luego volcó. Recordé lo que pensé en ese último momento, pero luego de ahí sólo había una cortina de humo que bloqueaba mis recuerdos. Quería saber cómo es que había llegado al hospital, ¿quién pudo llamar a emergencias? La carretera estaba sola y hubieran pasado horas hasta que alguien hubiera notado el accidente. Y en todo caso no estaría viva, el auto hubiera explotado antes de cualquier opción.

Levanté mi rostro y miré a Celeste, enarqué una ceja, curiosa por lo que estaba pensando. Chasqueé mis dedos frente a su cara y su expresión de ensueño, me recordó a Estefany. 

—¿Qué rayos te ocurre ahora? No me digas que te tomaste mis pastillas—bromeé.

Celeste me miró feo y sacó la lengua.

—No, sólo recuerdo a alguien—suspiró de nuevo. 

—¿A quién?

En ese momento la puerta se abrió, y un hombre apareció… «Y vaya hombre». Su cabello se debatía entre el dorado y el rubio, tenía ojos verdes, brillantes ojos cordiales y a la vez inteligentes. Llevaba una bata de doctor y una camisa de vestir azul marino bajo ésta con una corbata negra. Sonreía como si fuera un Ángel, y qué sonrisa. 

—Muy bien, Laura Bush, ¿no? —inquirió el hombre, revisando sus apuntes. Asentí distraída aún por sus ojos color verdes cuando levantó el rostro para mirarme esperando por mi respuesta. No era un verde común…algo anti natural. Sonrió amablemente, pareciendo confundido, pero igual, lindo, entonces me miró con una ceja enarcada—. ¿O me equivoco?

Sacudí mi cabeza levemente y me concentré. «Señor, últimamente los hombres están apareciendo más guapos cada vez».

—Sí…—respondí finalmente, arreglándomelas para formular.

—Correcto, mi nombre es Anthony, doctor en emergencias, pero en este caso, estaré con usted—se presentó, su voz era sedosa e irresistible—. Fui informado de que tuvo un gran accidente. 

Se acercó a mí y sacó una linterna médica, me inspeccionó por un momento los ojos, entonces anotó en su carpeta. Luego buscó el tensiómetro, y lo amoldó a mi brazo.

—No fue un accidente, me atropellaron, fue a propósito—aclaré secamente. 

El tensiómetro comenzó a hacer presión sobre mi brazo.

—Eso no fue lo que me comentó su otro doctor—dijo Anthony.

Cada frase y cada palabra que salía de la boca del doctor eran como una almohadilla para mis oídos. Su voz me era tan cómoda.

Cuando me di cuenta, el tensiómetro ya estaba de nuevo entre sus manos. Volvió a escribir en su carpeta. Todo lo hacía muy rápido. Luego sacó el martillo de reflejos, esperaba no haber quedado paralitica. 

—Daré unos golpes en varias partes claves de tus rodillas, ¿está bien? —avisó el doctor.

Asentí. 

—En realidad…no sabemos bien la razón, Laura aun no recuerda parte de lo que sucedió—añadió Celeste, haciéndome ver irremediablemente como una persona indispuesta a dar mi opinión.

—Sé lo que vi antes de…haberme volcado—murmuré. 

Un golpe me sorprendió en la rodilla derecha, haciéndome disparar el pie hacia arriba en una reacción nerviosa del musculo. Hizo lo mismo con la otra. Sonrió satisfecho entonces, tanto Celeste como yo suspiramos en silencio por ese pequeño músculo en su rostro.

—Muy bien, me parece que todo está bien por aquí—decidió el doctor—, podrás irte muy pronto, pero tendrás que tomar un pequeño descanso mientras estás en casa. ¿Algún familiar?

—Yo soy su familiar, ella vivirá conmigo, yo la cuidaré—intervino Celeste antes de yo contestar.




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