Helia
Quedaban apenas cuatro días para el baile y el Palacio del Sol se encontraba hecho un desastre. A pesar de haber organizado un centenar de fiestas anteriormente, Helia estaba al borde del colapso a la hora de los preparativos.
Todo tiene que salir perfecto.
- Disculpa, aquellas sillas no van aquí — le indicó a uno de los guardias que la estaba ayudando con la distribución de mesas del Gran Salón, lugar donde se desarrollaría el baile.
Mientras el guardia cumplía con sus órdenes, de pronto, se estrelló contra un pequeño pilar de mármol, reduciéndolo a un montón de escombros. Muy apenado, intentó excusarse, pero Helia lo cortó con un gesto.
- No te preocupes, solo… ten más cuidado — dijo con lo que trató fuese una sonrisa amistosa.
Luego, escuchó como otros dos guardias tenían una discusión en el otro extremo de la habitación.
- La señora ha dicho que blancos, idiota — masculló el joven guardia.
- Ha dicho dorados, imbécil — respondió el otro.
- ¿Pasa algo por aquí? — intervino Helia, intrigada.
Ellos al notar su presencia, callaron y bajaron sus cabezas.
- Por supuesto que no, Señora Helia.
- Pues no lo parecía hace unos instantes — dijo ella. — ¿Cuáles son sus nombres?
- Elden — respondió el guardia. Era alto y corpulento, y su piel bronceada hacía demasiado contraste con su cabello blanco. — Y mi gemelo se llama Sander.
- A su servicio, señora — convino Sander, quien sólo se diferenciaba de su hermano por usar el cabello a la altura de los hombros.
- Mucho gusto, chicos. Entonces, ¿Me dirán por qué discutían?
Ambos se miraron simultáneamente, pero no respondieron. Helia al darse cuenta de que no dirían ni una sola palabra, decidió cambiar de estrategia.
- Bueno, si no quieren decirme, creo que puedo ir con Universo y…
- ¡No! — exclamaron ambos a la vez mientras se interponían en su camino.
- ¿Me dirán cuál es el problema? — les preguntó, divertida.
- Si, señora — respondió Elden. — Pero, por favor, no le diga a Universo.
- Soy toda oídos.
- Discutíamos por el color de los manteles que se usarán para el banquete — explicó Sander. — Según yo, usted ordenó que fuesen blancos pero el idiota de mi hermano piensa que usted los ordenó de otro color.
- Estoy seguro de que los ordenó dorados, Señora. Y también estoy seguro de que el imbécil de mi hermano dice que usted los ordenó blancos para arruinarlo todo.
- ¿Cómo te atreves a…?
Y de pronto los hermanos se entablaron en una nueva discusión sin sentido. Sus voces eran cada vez más fuertes. Helia los vio discutir durante unos minutos hasta que intentó intervenir.
- ¡Es impresionante como tu estupidez aumenta con cada día que pasa!
- Chicos…
- ¿¡Me estás llamando tonto!?
- Chicos…
- ¿Acaso quieres que te lo deletree?
- ¡Cállense! — les gritó Helia.
Ambos obedecieron y la miraron arrepentidos. Los demás guardias debieron de escucharla también porque de igual manera se quedaron en silencio.
- Lo siento — se apresuró a decir la diosa. — Sigan trabajando.
Sander y Elden seguían a su lado con sus cabezas inclinadas. En ambos reposaba un ligero rubor sobre sus mejillas pecosas.
- Perdónenos, Señora — dijo Elden. — No queríamos disgustarla.
- No hay problema, no debí gritarles — respondió mientras les ponía una mano en sus hombros. — Ahora, ¿Por qué tanto problema con unos manteles? Sinceramente, no me importa el color.
- Entonces, ¿Cuál deberíamos elegir? — preguntó Sander.
- ¿No se les ha ocurrido usar ambos?
Ambos hermanos se miraron fijamente una vez más. Grandes sonrisas se formaron en sus rostros.
- ¡Es usted una genio! — exclamaron a la vez.
Y dicho eso, los gemelos se marcharon. Helia se quedó un tiempo más supervisando a los otros guardias, pero al darse cuenta de que las cosas se estaban volviendo algo caóticas, decidió salir del salón para tomar un respiro.
Estaba a punto de subir las escaleras cuando escuchó las puertas del palacio abrirse. Ceres acababa de llegar.
- ¡Helia! ¿Lista para irnos?
- ¿Qué?...
Oh no.
- Lo olvidaste, ¿Cierto? — preguntó Ceres, divertida.
- ¿Era hoy lo de los vestidos?
- Debíamos de estar en el palacio de Eris hace unos veinte minutos.
Eris, diosa menor de la discordia no sólo era buen para sembrar el caos, sino que también era una estupenda diseñadora de modas. Helia siempre acudía a ella cuando quería renovar su armario, al igual que los demás dioses.
- Lo olvidé por completo — dijo Helia mientras se sentaba a los pies de las escaleras. — Todo esto del baile me tiene con la mente dada vuelta.
- ¿Cómo van los preparativos? — preguntó su amiga, quien se había sentado a su lado.
- No tan bien como a mí me gustarían. Aprecio el trabajo de los guardias, pero son demasiado…
- Brutos.
- Si — convino Helia. — No hace mucho sorprendí a unos que estaban discutiendo por una tontería.
- ¿Sander y Elden?
- ¿Los conoces?
- Claro que si — aseguró Ceres. — De vez en cuando me los cruzo aquí en el palacio mientras ellos hacen sus guardias. Me divierte lo infantiles que pueden llegar a ser a veces, pero son buenos chicos.
- Eso parece — murmuró Helia, pensativa. — Ceres…
- ¿Sí?
- Te parecerá tonto lo que voy a decir, pero ¿Crees que… le agradaré a Selien? — preguntó. — Digo, ¿Qué pasa si se aburre de mí? Cuando estoy nerviosa suelo hablar mucho, como ya sabes. ¿Qué pasa si se da cuenta y lo mareo con tantas palabras? O peor, ¿Qué pasa si me invita a bailar y le pisoteo? Es decir, tengo experiencia en la danza, pero ¿Qué pasaría? ¡O incluso peor!, ¿Qué pasaría si…?
- Helia — la interrumpió Ceres, mirándola fijamente a los ojos. — No deberías preocuparte por lo que los demás lleguen a pensar o no de ti. Eres perfecta tal cual eres y todos esos detalles que acabas de mencionar, en vez de pensar en cambiarlos, deberías de aceptarlos. Y si a alguien no le llegases a agradar, lo cual dudo mucho, sería un verdadero idiota. Ahora, déjame decirte que Selien es todo, menos un idiota. Si él está haciendo todo esto es porque de verdad le importas.