Atardecer en el Palacio del Sol

Capítulo 42: Amor

Ceres.

- ¿Quieres decirme qué ocurrió en el baile?

- Ya te lo dije… — contestó, volviendo a su asiento.

- Sé lo que ocurrió con Selien, con Helia, con Baham, con Universo — la interrumpió. — No me has dicho lo que ocurrió contigo.

No quería hablar de eso, no quería recordarlo. Mucho menos quería hablarlo con una desconocida, por mucho que ésta dijese conocerla.

- Si dices conocerme tan bien, creo que te puedes dar una idea.

- ¿Te importaría elaborar tu respuesta?

- ¿Por qué habría de hacerlo? — inquirió. — No te conozco.

- Porque si decides guardarte las cosas para ti misma, colapsarás.

Si hubiese tenido el ánimo o la energía para reírse, lo hubiese hecho.

- Está bien… — susurró. — Fui ambiciosa, fui imprudente. Creí que podía tener las cosas bajo control organizando estúpidos planes.

- ¿Qué más?

- ¿Qué más? — repitió, incrédula.

- No me has dicho todo.

Hécate le estaba comenzando a fastidiar. Se limitaba a tomar de su copa, a juguetear con uno de sus anillos, restándole importancia a lo que estaba hablando. Aun así, ella quería saber más.

- Herí a la única persona ha estado para mí, incluso después de todos mis intentos por alejarlo. Lo utilicé. Lo traicioné. Lo lastimé.

La Diosa la miró con curiosidad. Luego habló:

- Pregunta.

- ¿Qué?

- Pregunta lo que tu acongojado corazón desea saber.

- ¿Qué se supone que eso significa?

Ceres no sabía qué preguntar.

¿Lograremos liberar Selien y a Baham? ¿Lograremos vencer a Universo? ¿Qué pasará si no lo logramos? ¿Será que…?

No, no preguntaría por eso.

Como si le hubiese leído la mente, la Diosa de la Magia rió.

- Vamos, pregunta.

Guardó silencio por unos segundos. Estaba claro que Hécate no la dejaría ir si no lo hacía. Ya presentía cual sería la respuesta a su pregunta, pero aun así preguntar se sentía incorrecto.

- Esto… los sentimientos que tengo hacia la persona que lastimé, ¿es amor?

- Lo es.

Silencio.

Ceres ya lo sabía. Odiaba admitirlo, pero era cierto. Intentó convencerse de que ignorar sus sentimientos haría que desapareciesen, mas solo logró lo contrario. Tenía miedo de enamorarse, miedo de mostrarse vulnerable ante otra persona, miedo de que no la amasen del mismo modo que ella pudiese llegar a amar, miedo a autosabotearse, miedo a que todo terminase mal… Estaba aterrada.

- Tenías razón — suspiró —. Soy una cobarde.

- Nunca dije que lo fueses. Dije temerosa.

- Es casi lo mismo…

- Ceres, enamorarte no es algo que puedas evitar. Simplemente pasa.

- ¿Y por qué ahora?

- ¿Por qué tienes miedo de quitarte esa armadura? — preguntó Hécate mientras estrechaba su mano —. Dime, ¿cómo te sientes cuando estás con él?

¿Qué cómo me siento?

Ceres recordó el tiempo que habían pasado juntos. Las visitas de Mercurio, los paseos con Mercurio, la risa de Mercurio, las clases con Mercurio, los besos de Mercurio…

- Me siento… feliz.

- Entonces, si te sientes así, permítete ser feliz.

- Ya es tarde para eso. Nunca me perdonará.

- Tal vez no, por ahora — reflexionó —. Para situaciones como estas, la sinceridad es esencial, Ceres. La reconstrucción de la confianza lleva tiempo. Dale tiempo y espacio, pero ten en cuenta que llegará un punto en que tendrás que hablar sobre lo que pasó y lo que te está pasando. Discúlpate, deja de lado tu orgullo y habla.

Guardó silencio. Hécate tenía razón.

- Está bien.

- Bien — soltó su mano —. Entonces, si no tienes más preguntas, será mejor que te vayas. No hay tiempo que perder.

- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

- Es difícil de saber… lo sabrás cuando hayas vuelto.

¿Y eso qué significa?

- Cruza — señaló única puerta que había en la habitación — y volverás a casa. Hasta pronto, Ceres.

***

Luego de girar el pomo, sintió que el suelo a sus pies se desvanecía, sensación parecida a cuando viajaba con Mercurio solo que mil veces peor.

Le sorprendió que estaba en su palacio, en el recibidor.

¿Cómo llegué aquí?

- ¿Promitor? — llamó en voz alta.

El ayudante llegó casi de inmediato, confundido. Ya estaba con sus ropas de noche.

- ¿Señora Ceres? ¿Qué hace aquí?

- Promitor, ¿cuánto tiempo he estado fuera? — temía haberse ausentado demasiado. Luego recordó: la Tierra, los incendios —. ¿Hubo incendios mientras no estuve?

- Yo… usted se fue esta mañana — respondió lentamente —. Y no, sorprendentemente no los hubo.

Suspiró aliviada.

Mercurio.

- ¿Y Mercurio? — preguntó —. ¿Cómo está?

- Creo que está durmiendo…

Pese a que la habitación estaba ligeramente a oscuras, advirtió que, efectivamente, Mercurio estaba durmiendo. Intentó hacer el menor ruido para no despertarlo, pero al entrar, tropezó con algo duro a sus pies.

- ¡Auch! — exclamó mientras intentaba recuperar el equilibrio —.  

Tomó una de las antorchas del pasillo e iluminó la habitación. Estaba echa un desastre; libros y pergaminos estaban repartidos por todos lados. Dirigió la mirada hacia Mercurio, quien estaba comenzando a despertar. Este se volteó hacia ella, con una sonrisa adormilada.

- Hola queri- — terminó de despertar al darse cuenta de cómo la iba a llamar —, Ceres.

- Hola — susurró —. ¿Cómo estás?

- Mejor — sonrió, y Ceres sintió cómo sus mejillas se encendían ligeramente. Esperaba que no lo hubiese notado.

Se quedó quieta, en su lugar, durante unos segundos hasta que reaccionó. Devolvió la antorcha a su lugar, dejando la habitación, nuevamente, en una tenue oscuridad. Luego, se aproximó a Mercurio, tomó el botequín y comenzó a curar la herida. Estaba sanando bien, lo cual era un alivio.



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En el texto hay: mitologia griega, romance, enemiestolovers

Editado: 20.02.2024

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