Jena.
La lluvia había empezado a aumentar en cuestión de segundos, tenía la impresión de que en cualquier momento habría un corte de luz. Aunque no me extrañaría, recientemente pasó eso.
Esnifé para pasar el dorso de mi sudadera por mi nariz, pero está totalmente mojado. Mis manos están frías, lo más probable es que enferme, sin embargo, no puedo ir a la casa de mi padre porque se enfadará al verme. Probablemente, él ya dijo "adiós", debo hacer lo mismo.
Recuerdo que papá nunca salía a buscarme cada vez que no me encontraba, según mi madrastra era tan irrelevante que no merecía perder el tiempo en mí. Tampoco quiero que me vea en este estado, ojos rojos, hinchados, mocos por todos lados y voz ronca. Una gran oportunidad para que se burle.
Eran las cuatro y cinco de la tarde y seguía deambulando por ahí. Recorriendo los mismos lugares una y otra vez, viendo las mismas casas y personas que siempre. Nada nuevo. De vez en cuando me entra la idea de ir más allá.
¿Y si me agradaba y ya no querría volver?
Tampoco sería una notición, porque la casa no es una casa. Aunque ya no tenga una.
—Ten —dijo alguien pasándome una sombrilla, después de que la cogiera me dio una toalla.
Era la señora del cementerio.
—¿Estás bien? —cuestionó.
—Solo es un poco de lluvia, no se preocupe —respondí con una seña quitándole importancia—. Además, iré pronto a casa.
La señora me miró y luego asintió sonriéndome—. Ya veo.
Estuvimos caminando unos largos minutos en silencio sin rumbo. Solo siguiendo el camino recto de la acera que claramente no se dirige hacia mi casa, pero tampoco podía llevarla ahí porque hace rato que nos habíamos pasado algunas cuadras.
—¿Y bien? ¿Dónde vives? —preguntó rompiendo el silencio.
—¿Le doy su paraguas? —ignoré la pregunta, extendiéndolo—. Yo puedo seguir por mi cuenta.
—De ninguna manera, no te dejaré sola.
Sola, eh.
—¿Cómo es allá arriba?
La sonrisa de la señora se contrae en tristeza, su expresión de sorpresa es contundente y demasiado obvia, pero aun así trata de disimular. Quizá estuvo mal que pregunte eso, habrá sonado raro. Nadie habla sobre la muerte así de la nada.
—¿Por qué pensar en eso cuando puedes disfrutar de la vida aquí abajo? —me sonríe una vez más y continúa caminando—. Oh, mira, la lluvia se ha detenido.
Me cuesta admitir que la señora es alguien alegre, en el cementerio nunca la he visto sonreír, y eso que voy muy seguido. Tampoco parece recordar que trabaja en ese lugar, porque no lo ha mencionado, ¿tendrá pérdida de memoria?
—Iré a mi casa, ya es tarde —dije y ella volvió a verme.
—Claro, te acompaño —me sonríe.
—No se preocupe.
No esperé una respuesta por su parte y giré para irme.
—La niña que murió el mismo día que su madre, solo que ella está viva.
Me detuve.
—¿Qué?
—Es lo que dicen todos de ti.
—Pero, ¿cómo?
—Oh, la lluvia se detuvo. ¿No quieres ir a casa?
Nunca me había sentido tan confundida como lo estoy ahora. Se despidió con un movimiento de mano y caminó hasta girar la esquina. Aunque ya la había perdido de vista, me quedé asimilando lo que dijo.
A decir verdad, no me importó, pero actuó como si lo hubiese olvidado. ¿Qué le pasa a esa señora? ¿Tendrá alguna enfermedad? ¿O simplemente quiso evadir mi pregunta o cambiar de tema?
Un grupo de niños pasó corriendo por mi lado, jugando con los charcos que la lluvia había dejado, y me di cuenta que seguía sin moverme. Solo de verlos, me dio escalofríos.
Cuando iba a la escuela, todos mis compañeros de clase me ridiculizaban e ignoraban. No sucedía de vez en cuando, pasaba todos los días. Los profesores tampoco hacían o decían algo, solo se concentraban en cumplir con su labor de enseñar a quienes capten a la primera la lección. Pero no me importó, de alguna manera, podía olvidar mis problemas cuando estaba entretenida con las clases.
Después de todo, no es lo mismo estar solo, que sentirse solo.
Yo estaba sola, pero no me sentía así. Hubo alguien que me acompañó durante ese periodo, no me juzgó por los rumores que circulaban en el barrio ni por lo que decían los otros niños. Me apoyó hasta el último momento, lamentablemente, tuvo que mudarse debido al trabajo de su padre.
Cuando mi mamá aún vivía, recuerdo que siempre le ocultaba cosas. Sabía que lloraba cada noche, llamando a mi papá y pidiéndole que vuelva, una y otra vez. Por mi parte, me aseguraba de que no se enterase sobre lo que pasaba en la escuela.
Saliendo de mis pensamientos, sacudí mi cabeza de un lado a otro y me dispuse a caminar. No podía ir a casa porque ya no soy bienvenida, y probablemente hayan tirado mis cosas a la basura. Caminé hasta el cementerio, era un buen lugar para pensar por el gran silencio que abunda.