Su cuerpo yacía sobre su cama, no era una escena cualquiera, ni mucho menos un momento de descanso de una persona cualquiera. En el ambiente había algo que erizaba la piel en cuanto se entraba en la habitación y bien lo sabía “Nana”, que había ingresado esperando despertar a su nieto. Sus ojos vieron lo indescriptible, un sudor frio recorrió su cuerpo y solo atinó a dar un paso atrás y cerrar la puerta. Sus manos le temblaban, sus dedos sudaban, tragó salida, suspiro profundamente y tomó el teléfono que esperaba paciente sobre la mesita del living.
En la habitación aún permanecía sobre su cama, sus manos se aferraban con fuerza a las sabanas húmedas, sus ojos abiertos de par en par observaban el cielo raso de la habitación, en ellos una expresión de terror difícil de explicar manifestaba algo de lo ocurrido que solo él podría haber contado pero que había sido callado sin piedad. Los policías no tardaron en llegar, más aun después de escuchar a la anciana que con terror relataba lo que había visto.
La sirena de la patrulla ensordecía el lugar, perturbando la tranquilidad del barrio residencial en que vivía la anciana, la baliza iluminaba la calle que algunos minutos antes habían sido mojadas por las torrenciales lluvias. Los vecinos fueron levemente alertados por el alboroto, dándoles a conocer que algo había sucedido. Muchos de ellos se asomaron a las ventanas de sus casas, rogando que aquellas patrullas no se acercaran a vecinos amigos. La curiosidad fue superior en cuanto se detuvieron en aquella pequeña casa azul. Con paraguas y chaquetas, la multitud comenzó a agruparse en las cercanías, intentando ver y saber que pasaba en su interior.
La patrulla se detuvo y rápidamente bajaron de ella dos policías y entraron a la casa. Sobre un sillón junto a la ventana, con el teléfono en la mano, se encontraba una anciana que claramente estaba en estado de shock. Nana lloraba incesantemente, intentando relatar lo sucedido con expresiones incoherentes y frases como si fuera un relato de una escena de película de horror. Loren, la agente de policía, tomó su mano acercándose a ella, pensando que podría tratarse de un episodio de demencia senil, intentó calmarla, pero entre todas las frases que mencionaba una llamó su atención.
-Seco, está seco-
Miró a su compañero, dándole a entender que algo sucedía, este comprendió perfectamente lo que Loren intentaba decirle y sacando su revolver caminó lentamente y en estado de alerta hacía la habitación de John. Al abrir la puerta, sintió como una aire frio se liberó y un olor repugnante le llegó de golpe sobre el rostro, el frio le caló los huesos y una extraña sensación recorrió su cuerpo. Sin darse cuenta largo un grito de terror desde lo más profundo de su ser. Loren, al escuchar el grito, dejó a la anciana y corrió a auxiliar a su compañero, pensando en que había un peligro extremo en aquel lugar.
Ninguno de los dos podían explicar lo que habían sentido, pero un miedo terrible se apoderaba de sus pensamientos y sentimientos. Lentamente ingresaron, escuchando el latir de su corazón y se acercaron al cuerpo que aún esperaba paciente sobre su cama. Lograron percatarse del terror de su mirada y ambos comprendieron que él, antes de morir, había sentido un terror inexplicable y fuera de todo aspecto racional. Loren observó las manos que se aferraban con fuerza a las sabanas. Algo extraño llamó su atención, estas parecían tener solo piel, flácida y arrugada, difícil de encontrar en un joven de 18 años. Tomó un lápiz y suavemente levantó la sabana superior. Sus ojos se encontraron con algo que jamás había visto, y sin quererlo pegó un pequeño salto hacia atrás, dejando caer la sabana sobre el cadáver. Se acercó a su compañero y le mencionó que era momento de llamar a los detectives y especialistas. El terror que ambos sentían era inexplicable, ninguno de los dos había vivido una situación igual y por más que buscaban respuestas no podían encontrarlas. Hablar con la anciana era completamente inútil, ella había vivido el terror en carne y hueso, había descubierto el cadáver del que posiblemente era su único familiar y todo lo que salía de sus labios eran incoherencias para los policías.
Loren se sentó junto a la anciana, intentó calmarla, mientras que su compañero esperaba a la salida de la puerta vigilando y conteniendo a los curiosos. Los detectives de la unidad de investigación criminal demoraron 10 minutos en llegar. En el grupo se encontraba Héctor Millán, un joven detective que se caracterizaba por su habilidad de identificar detalles y analizarlos reconstruyendo la escena mentalmente.
Héctor, era un joven de unos 25 años, a pesar de su corta edad, se destacaba por su ingenio y habilidad, su altura y bien parecido le daba un aire de estrella de cine. Generalmente se veía perfectamente vestido, aseado y pulcro, su rostro juvenil en ocasiones le causaba más de algún disgusto, principalmente con aquellos que menospreciaban su labor a causa de su edad. Había sido designado al caso producto de la información incoherente entregada por los policías en la escena y él había aceptado gustoso al pensar que podría tratarse de una situación que desafiara sus habilidades.
Los detectives saludaron al policía que se encontraba en la entrada, preguntándole los antecedentes preliminares y este repitió el mismo relato ya entregado. Héctor vio en los ojos de este el miedo y no dudo de su historia. Ingresó a la casa habitación y se acercó a la anciana, quién nuevamente comenzó a relatar lo que había sucedido. Al verla tan alterada, intentó calmarla diciendo:
-Sra. Fernández, comprendo su angustia pero necesito ver con mis propios ojos lo que me relata. ¿Me espera un instante? No se vaya, seguiremos con esta conversación.
Héctor se levantó lentamente y caminó hacía la habitación, al abrir la puerta sintió exactamente lo mismo que habían relatado sus compañeros. “¿Qué es esto?” se dijo, viendo como sus manos temblaban. Observó cada detalle la habitación, en un orden establecido. Puerta color café degastada por el paso del tiempo, a su izquierda el interruptor de un color blanquecino. Bajo este una mesa de madera, similar a aquellas mesitas de café, en la parte superior un libro sobre química (¿química?- pensó), bajo esta unas revistas deportivas. Junto a la mesa un closet de tres puertas que topaba con la pared lateral, en la primera puerta colgaban algunas prendas de vestir, en la segunda puerta, un estante separado en 5 compartimientos con otras prendas y en la tercera puerta otro estante similar al anterior. Sobre las puerta del closet algunos poster de grupos punk. En la pared lateral izquierda una percha que solo tenía un polerón que estaba completamente mojado y bajo este una zapatillas enlodadas, un tramo de la pared se encontraba limpio sin nada de información, una cómoda de 3 cajones sostenía un televisor y junto a este un play station con todos sus accesorios. En la pared frontal, la ventana se encontraba abierta de par en par (¿ese habrá sido la causa de la corriente de aire frío?- pensó), las cortinas no flameaban y los vidrios estaban empañados (¿vidrios empañados afuera?), al lado de la ventana una gran mancha oscura opacaba el perfecto papel mural. Aquella mancha justo se mostraba sobre la cabecera de la cama donde yacía el cuerpo. Al costado de la cama y bajo la ventana, un velador con una lámpara iluminaba la habitación. En la superficie de este un cenicero mostraba algunos rastros de cigarrillo u otro. En la pared lateral sobre la cama, había un mural, con dibujos y fotografías. A los pies de esta, había un charco de agua que extrañamente se dirigía hacia la pared como si hubiese un desnivel en el piso. Donde finalizaba el charco de agua, la pared mostraba el punto de intersección entre placas murales (¿se debe filtrar aire por ahí?-pensó).