Atlantis: Guerra del Imperio Perdido.

1

ANASTASIA ROJAS P.O.V

22 de abril, 2022
Chicago, Estados Unidos.

La alarma sonó por segunda vez y entendí que era hora de levantarse, no quería que se me hiciera tarde para el examen de derecho.

Me levanté de la cama y fui directo al baño, abrí la regadera, mientras el agua entraba en calor me desnudé y aproveché para observarme. El cabello castaño oscuro me llega hasta la cintura. No era una mujer alta, era más bien baja, más que el promedio. Mis ojos oscuros me contemplaban a través del espejo, tenía unas cuantas marcas en la cara, rastros de la adolescencia claro está... y de la almohada. En poco rato el chorro estaba a una temperatura tibia y me metí para darme una ducha rápida.


La voz de mi padre resonó por toda la casa diciendo que me apurara, vivía con él únicamente. Terminé de arreglarme para irme a la universidad. Un suéter de lana color celeste cubrió la parte superior de mi cuerpo y unos pantalones ajustados de mezclilla negra abrazaron mis piernas.

—Vamos maldita sea, ¿dónde estas?

Murmuré buscando el zapato que me faltaba. Lo encontré de bajo del escritorio y vi a Rot, o mejor conocido como Rutilio, mi pez beta. Llevaba con él meses, era impresionante todo lo que me ha durado este pequeño amiguito. Le di de comer antes de salir de mi habitación dando un ligero portazo.

—¿Qué te dije sobre cerrar la puerta así? — apareció mi padre por las escaleras.

—Se me fue la mano, no es para tanto — conteste encogiéndome de hombros y pasando por su lado para ir directo a la cocina.

Mi padre, Kelton Rojas. Mejor conocido como el jefe del área de asuntos internos en la policía de Chicago y el candidato perfecto para ser electo como alcalde de la ciudad.

—¿Por qué de mal humor? Ya es la quinta mañana que sales así de la casa y ya se terminó la semana.

¿Como le explica una universitaria de casi 19 años a su padre que no pudo dormir toda la noche por culpa de unos preciosos ojos azules que la persiguen en sus sueños? Exacto. Suena demasiado inmaduro.

Tomé una galleta de chispas de chocolate del mesón y sirviéndome café en mi termo caminé hasta la puerta.

—No lo se, no dormir por estudiar tal vez — más que una afirmación, siento que sonó a una pregunta.

No lo dejé decir nada más y cerré la puerta. Me aseguré de llevar una copia de las llaves de la casa y caminé hasta la estación del metro. Pasó poco rato en lo qué pasó y me subí al vagón.

Odiaba ir en metro. Siempre esta lleno de señores y viejos verdes que te ven como si fueras un pedazo de carne en oferta; sentí como alguien se me posó detrás y un suspiro de irritación salió de mis labios. El tren se detuvo dos estaciones antes de mi parada y entró más gente. Lo último que me faltaba, por si de por si ya íbamos como sardinas.

Un chico pasó a mi lado y se tambaleó, derramando su bebida caliente sobre el señor que iba detrás de mi y parte de mi suéter.

—¡Fíjate por dónde caminas niño estúpido!

—Cálmese señor, solo fue un accidente — ese tono de voz se me hacía conocido, pero no sabía de dónde.

—Accidente tu nacimiento hijo de... — aproveche el escándalo del señor y me separé de él por completo, poniéndome del lado del chico.

—Disculpe señor, pero el muchacho ya le pidió disculpas, los accidentes pasan y creo que su repugnante presencia en este mundo es una ellas — hablé firme — debería de ser más educado y aprender a ser como él.

—Cállate perra, a ti también te cayó — eso si que no.

—Perra quien te parió — tomé mi café y se lo derrame.

Ay, mi corazoncito. Esa delicia no se merecía tal final.

Parece que el día estaba de mi lado después de todo — o al menos eso espero — El transporte se detuvo en mi parada y cuando se abrieron las puertas tomé al desconocido del codo y lo saqué de ahí junto conmigo.

—Solo a ti se te ocurre hacer eso en el metro y atestado de gente — lo miré.

—¡Oye! Hace tres minutos estabas hablando sobre ser educados y quien sabe cuantas cosas más y ¿me dices eso? Deberías darme las gracias, te salve del acoso de ese hombre — y ahí va otra vez esa voz.

—Bueno, gracias ¿ya estás contento? — rodé los ojos inevitablemente soltando un suspiro.

—Mucho mejor, ahora tengo que irme — se giró con la cabeza algo gacha, sin quererme ver a los ojos.

—¿A dónde vas? No te ves muy mayor como para ya no asistir a la universidad — fruncí el ceño levemente.

—No, pero tengo cosas que hacer y tú tienes un examen de derecho que presentar. Ve antes de que se te haga más tarde — sin decirme algo más o siquiera mirarme se dio la media vuelta y se volvió a introducir al vagón.

Regrese sobre mis talones y caminé hacia el exterior de la estación para entrar al campus de mi universidad. Ahora iba tarde, sin mi café y más de mal humor.

Un segundo.

¿Él como sabía que tenía examen de derecho?

Abrí mi boca cayendo en cuenta de ese detalla. ¿Quién era ese chico? ¿De dónde conocía su voz?

Solté otro suspiro frustrado y caminé a paso presuroso para introducirme en el edificio. Caminé unos cuantos metros hacia el interior y otra voz me interrumpió.

—Señorita Rojas, lamentó informarle que su examen con el profesor Harries ya comenzó. ¿Podría acompañarme a mi oficina? Por favor — el prefecto de esta área me llamó la atención, rogándole a los Dioses de todas las religiones que no me castigara por llegar tarde me giré hacia él.

—Lo lamentó, prefecto, tuve unos inconvenientes durante el camino para poder llegar. Repito mis disculpas — hablé intentando sonar amable, si me dejaba libre aún tenía tiempo para llegar y contestar rápido el examen.

—A mi oficina.

Me quejé internamente y comencé a caminar en su dirección.

Esto parecía preparatoria, instituto o como sea que ustedes les digan. Estamos en carrera, ya somos conscientes de lo que pasa cuando llegamos tarde, faltamos o prestamos atención o no. Es decisión nuestra. Pero no, aquí en la universidad estatal se Chicago siguen tratándonos como bebés. O al menos eso es por parte de este prefecto.




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