Capítulo 5: El Contacto
KATHLEEN.
El fin de semana en el pueblo era de lo más normal, tranquilo y relajante. Las personas solían ir a una cafetería popular los sábados, pues era día de ofertas. En un pueblo pequeño y sin muchas atracciones, una simple cafetería podía hacer felices a muchas personas sin nada mejor que hacer.
Me quedo sentada en la pequeña silla de madera frente al peinador mientras Jessica termina de alistarse para ir a reclamar nuestra ración de café de los sábados.
— Se nos hace tarde...—digo en manera de fastidio, observando el reloj dorado en mi muñeca.
Jessica Parker.
Una chica alta, con un hermoso rostro lleno de pecas y ojos verdes, tan grandes que a veces me recuerdan a un par de pelotas debido a su similtud, sin embargo, era toda una diva. Su estilo, su hermoso cabello rubio.
— Nunca es tarde para estar divina, Kath—emite la rubia, dejando caer varias chaquetas sobre la cama para elegir una.
Pongo los ojos en blanco y me levanto con fastidio. Habíamos quedado en ir juntas desde hace más de una hora y aún continuabamos en su casa, eligiendo que ponerse para ir a una cafetería. Seguro el café se había agotado.
— No entiendo como puedes tardarte tanto eligiendo que ponerte, yo nada más tengo un par de pantalones y dos camisetas—y así era. Lo decía en todo el sentido literal de la oración. Me sentía como en esas series animadas en donde los personajes visten la misma ropa en todos los episodios.
Jessica elige una muy bonita chaqueta de color azul que combina con el resto de las prendas de su vestuario.
— Te he dicho que cuando quieras podemos ir de compras para llenar tu armario—contesta, restándole importancia.
— No lo creo.
Bufa levantando sus brazos al aire en señal de rendición.
— ¡Juro que jamás te entenderé, Kathleen Taylor!
Suelto una risotada ahogada. ¿Ella jamás iba a entenderme?
— Vámonos.
En el camino hasta la cafetería el rostro de Eduardo aparece en mí cabeza. La manera en la que su rostro se descompuso cuando encontramos a Jess y a su moreno, besándose sobre el capó del auto. Jessica no dijo nada al respecto, pues era su vida privada y todos respetabamos eso, pero Eduardo se veía tan triste que me partía el corazón verlo de esa manera. Sabía que Jess no lo hacía apropósito, conociendo a mi rubia amiga de seguro ni siquiera se imaginaba que Eduardo tuviera sentimientos prohibidos por ella.
Dejo salir un suspiro ahogado de mis labios mientras juego con el bordillo de mi suerter blanco.
— ¿Por qué desapareciste ayer de la fiesta tan...agitada?—pregunta, haciendo que varios recuerdos golpeen mi cabeza.
Joder, pensé que no lo recordaría.
— Me sentía un poco mareada—miento esperando que no siga haciendo preguntas que me incomodan.
— Vaya...¿qué ocurrió en el armario con Mikhail Janssen?—pregunta en tono aniñado y emocionado a la vez mientras sus ojos se apartan de la carretera para mirarme.
¿Por qué tenía que ser tan preguntona?
— Nada que me interese recordar—digo sientiendo una sensación amarga en mi boca.
Me gustaría decir que lo que sucedió en el armario con Mikhail había sido algo digno de recordar, quizás una comoda y alegre conversación sobre algunos de nuestros gustos o quizás un silencio pasmoso pero a la vez reconfortante, pero lo que realmente había sucedido esa noche, en el armario, había despertado el miedo en mí. No entendía su comportamiento tan repentino, esa drástica ruptura entre una emoción tan distinta a otra, ese cosquilleo que me producía en el estómago.
Jessica deja salir un suspiro ahogado de su boca a la vez que deja de preguntar. Agradezco el silencio que se ha generado, me permite apaciguar mis pensamientos adentro de mi cabeza.
No tardamos en llegar a la cafetería. Como lo predije, el estacionamiento estaba abarrotado de vehículos. Por suerte, logramos encontrar un puesto cercano gracias a un amigo de Katherine, el cual trabajaba en el lugar. La caminata por el camino pedregoso hasta la entrada es silenciosa, sin embargo todo cambia cuando Eduardo se acerca a nosotras con una resplandeciente sonrisa en su rostro.
— ¿Qué cuentas, basura?—Jess codea su brazo con diversión.
Eduardo le dedica una sonrisa de boca cerrada, haciéndome levantar mis cejas.
— ¡Wardo!—le saludo con una sonrisa. El me estrecha entre sus brazos y me permito oler su aroma a perfume masculino.
— ¿Entramos?
El lugar está tal y como lo recuerdo. Es un pequeño lugar con un suelo adornado en blanco y negro, paredes azules y sillas rojas, lo cual me sorprende, son colores que en ningún universo combinarian pero que en esta simple cafetería lucen perfectos. Eduardo nos acerca a su mesa, decido sentarme al lado de Jess mientras ella permanece en completo silencio, observando a nuestro castaño amigo.
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Editado: 17.11.2021