Capítulo 19: Nox Proulx
Algunas veces pienso que el mundo tiene alguna aversión hacia mi persona, pues cada vez que algo bueno me sucede parece venir acompañado con un combo de mala suerte extra, haciéndome pasar los peores momentos de mi vida, y cabe destacar que desde que nací la suerte nunca ha estado de mi lado, al contrario, parece golpearme con sus ásperos y fuertes guantes de boxeo sin ningún descanso; y el día de mi primera cita falsa con mi supuesto novio falso no fue la excepción.
Mientras me encontraba discutiendo en la cocina con el dueño de los ojazos azules, una chica con aspecto espeluznante y gótico, interrumpió nuestra conversación, colocando sus delgados brazos tatuados alrededor del cuello del ojizarco, casi parecía que estaba haciéndole un chupón en el cuello. Luego sus ojos grises se trasladaron hasta mí. Su mirada oscura me recordaba a una tormenta en su máximo punto, el gris de sus ojos era tan oscuro que lograba hacerme temblar. Su cabello rubio caía sobre sus hombros, y cabe destacar que el cuerpo de modelo que se gasta debe costar una fortuna, además de medir unos cuantos pies que la hacen parecer a pie grande debido a su enorme estatura.
Ella pie grande mientras que yo...yo parecía un pitufo.
Uno de los feos.
Después de que Micah me dijera su nombre, uno completamente sacado de otro planeta, solo la volvió más intimidante de lo que ya me resultaba.
Es decir, ¿Nox? ¿qué clase de nombre era ese?
Parecía francés, pero como no estaba segura de la veracidad de mi argumento, preferí cerrar el pico antes de que la rubia de un metro setenta me golpeara en el ojo. Entonces, Micah se aclara la garganta en un intento de romper el silencio que consumía en la estancia desde hace más de cinco minutos. Mis ojos se trasladan con inseguridad una vez más sobre el cuerpo de la rubia y aprieto mis labios sintiendo un fuego comenzar a crecer en mis entrañas al verla tan cerca del ojizarco.
—Kath y yo íbamos a salir a cenar —explica Micah, haciéndome abrir mis ojos con fuerza al escuchar la palabra "íbamos"—, pero me supongo que conociéndote Nox debes tener un hambre garrafal, debió haber sido un largo viaje desde París.
Entonces asiento mentalmente, sintiéndome orgullosa por haber acertado con el país de procedencia de pie grande.
—Veo que me sigues conociendo a la perfección, Leo, siempre tengo hambre —pie grande agita su cabeza y esboza una sonrisa, aún con su tatuado brazo detrás de la nuca del ojizarco—. Espero que a Kath no le moleste que los acompañemos a cenar —sus ojos cargados de malicia se dirigen hacia los míos mientras una sonrisa maquiavélica se plasma en sus labios pintados de color negro—. ¿No es así, Katie?
Oh, no me ha llamado Katie. Intento calmarme, clavando mis uñas en la palma de mi mano y conteniendo la respiración durante diez segundos en los que desearía tener dagas en mis ojos para clavarselas en su hermoso rostro de porcelana. Observo al ojizarco reprimir una sonrisa burlona que finalmente florece en las comisuras de sus labios.
—Por mi está bien —hablo entre dientes a la vez en la que encorvo mis hombros hacia adelante.
—Perfecto, iré a encender el auto —replica Micah antes de perderse a través del pasillo.
Mientras esperamos por Micah en la sala, desvío mis ojos hacia la francesa de ojos bonitos. Ella charla ensimismada con el ojizarco, y aunque parece tener una personalidad arisca y cortante, no parece tener problemas para ser dulce y divertida con Mikhail. Me cruzo de brazos frente al umbral de la casa de los Janssen, suplicando a los dioses del cielo para que esta noche se acabe lo más pronto posible. No soportaría mucho tiempo respirando el mismo aire que pie grande. Eso es un hecho.
Por suerte, Micah se apresuró en mover la camioneta hasta al frente de la casa, sin mirar atrás, me apresuro en trepar hasta el coche para estar lo más lejos posible de aquellas dos personas, quienes demoran unos minutos en percatarse que el vehículo se encuentra frente a ellos.
—¿Te encuentras bien, cenicienta? —interroga Micah con su melodiosa voz. Echo un vistazo hacia la ventana y asiento con mi cabeza, colocando el cinturón de seguridad alrededor de mi cuerpo—. Sabes que si te incómoda algo podemos ir solos o salir otro día, solo tienes que decirlo, ¿vale? —concluye, dándome un ligero apretón en mi rodilla.
El resto del viaje hasta el restaurante en el que se supone que cenaremos, solo pasé minutos y minutos escuchando a ambos hermanos recordar sus hermosas experiencias con pie grande. Tenían tantos recuerdos juntos que hasta podía retratarme en mí cabeza a ambos hermanos en alguna montaña en compañía de la criatura de pie grande, tomándose una selfie.
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Editado: 17.11.2021