Capítulo 28: Sin Más Secretos
Kathleen.
Muero lentamente al escucharlo pronunciar esas palabras seductoras de sus jodidos labios de Dios griego, el es tan perfecto. Todo lo que siempre soñé, todo lo que siempre quise.
Su cabello rubio se encuentra apuntando a todas las direcciones, está desordenado pero en el luce extraordinariamente sensual. ¿Por qué tiene que lucir también todo el maldito tiempo? ¿Cómo puede un simple uniforme ajustarse así de bien en una persona?
Sus brazos siguen alrededor de mi cintura, puedo sentir el aire aventarse en un portal imaginario hasta otra dimensión, mis pulmones arden, sufren y se agitan desesperados por la falta de oxígeno en mi organismo, pero incluso así, media moribunda, no puedo reaccionar, me encuentro idiotizada, y me asusta el hecho de saber que él es la razón.
El es esa jodida razón. El único chico en mi vida que ha sido capaz de hacerme temblar con tan sólo una mirada, hasta podría tener un orgasmo escuchandolo hablar o simplemente, viéndolo sonreír.
Jezus.
¡Alguien que me diga qué demonios está ocurriendole a mi cerebro!
Casualmente, como si estuviesemos conectados o como si el pudiese leer mis morbosos pensamientos sobre él, siento la calidez de su aliento soplar contra la sensible piel de mi cuello, para después susurrar en mi oído con esa voz ronca y profunda que derrite cada fibra de mi organismo:
—¿Te cuento un secreto? —susurra en voz baja, acariciando el lóbulo de mi oreja con sus labios. Aprieto mis piernas a su alrededor, sintiendo a mi zona baja palpitar de conmoción. No logro emitir ningún sonido, mis párpados se cierran y suspiro cuando siento otra punzada en mi vientre—. Siempre quise ser suspendido de la escuela por tener sexo en un salón con una chica jodidamente caliente.
Su mano se desliza a través de mi espalda por encima de los centímetros de tela que cubren mi anatomía. Abro los ojos tanto como puedo, y le encuentro mirándome. Sus irresistibles ojazos azules centellan con un ferviente deseo, se ven oscuros y sus pupilas dilatadas, su cincelada mandíbula, sus definidos pómulos, su aroma...todo en el es justo lo que quiero.
Mikhail es justo lo que quiero.
No quiero a nadie más, no creo que ningún otro ser sobre la faz de la tierra pueda tener comparación con el hombre frente a mí. Ni siquiera me hace falta que diga alguna palabra para ponerme a babear. Ahora entiendo cuando las chicas hablaban sobre el hechizo de los Janssen, sólo hablando de ellos podían correrse. Es inexplicable.
—Mikhail... —jadeo con el cuerpo tembloroso, siento mi cuerpo húmedo pero la boca extremadamente seca.
El me mira con una suave sonrisa en sus labios, alzando las esquinas de la comisura de su labio superior, se ve tan jodidamente sexy cuando hace eso. Tiene que dejar de hacer eso.
—¿Si?
Y entonces, debatiendo entre alejarme o seguir mis sentimientos, ni siquiera me fijo cuando ya tengo mis labios sobre los suyos. El recibe mis labios con agresividad, brusquedad, su boca succiona mis labios como si quisiera arrancarlos de su sitio, pero no me importa, la sensación es deliciosa. Mikhail coloca sus manos sobre las mías, inmovilizando mis muñecas para mantenerme en una sola posición, cierro mis ojos, y una oleada de calor desciende a través de mi estómago, se siente jodidamente enloquecedor, comienzo a desesperarme al no poder moverme, quiero tocarlo, tocar su cabello, tocar su rostro, tocar su pecho, quiero tocar todo su cuerpo. Absolutamente todo.
Mikhail intensifica el beso, inclinando su cuerpo sobre el mío, rozando su pelvis contra mi vientre haciéndome jadear en medio del beso, suelta mis manos dirigiendolas a mi cintura, apretandome contra su cuerpo, permitiendome sentirlo. Me estremezco y el acalla mis jadeos con sus labios. No lo resisto, mi cuerpo arde a pesar de el aire acondicionado que flota a nuestro alrededor. Su lengua arremete contra la mía, me tiemblan las piernas y todo me da vueltas, enredo mis manos alrededor de su cabello, es suave y es posiblemente la mejor sensación que he experimentado en toda mi vida. El da buenos besos. Sin duda alguna, se ve que ha tenido mucho tiempo para practicar.
Suelto un gemido cuando siento una de sus manos adentro de mi camiseta, recorriendo mi espalda hasta llegar al broche de mi sostén, sus ágiles dedos juegan con el antes de desplazarse hábilmente hacia el frente. Su mano aprieta uno de mis senos con fuerza, y jadeo con fuerza cerrando mis párpados, luego vuelve hacer lo mismo con el otro, y me siento en el infierno, ardiendo por sus toques, quemándome de excitación, derritiendome en sus brazos.
Hasta que de pronto la puerta de salón de abre sin siquiera darnos tiempo de separarnos. Mikhail gruñe en voz baja, viéndose obligado a separarse, mientras que yo sintiendo mi rostro en llamas, también me separo, acomodando mi camiseta.
Katherine nos mira a ambos con una sonrisa pícara en su rostro, intercalando su mirada entre ambos. Solo muero de verguenza, y me remuevo con incomodidad bajando la cabeza sin poder dirigir mi mirada a ninguno de los dos presentes.
Maldita sea con mi hermana.
¡¿Tenías que aparecer justo ahora?!
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Editado: 17.11.2021