Capítulo 44: El Parque De Diversiones
Kathleen.
¿Saben cuál es la mejor parte de ser niñera?
Ninguna.
Ser niñera no tiene nada de bueno, es más, preferiría trabajar barriendo las calles que de niñera. Mucho menos, cuando el pequeño al cual me corresponde cuidar es un crío malcriado y mimado como lo es Mickey Janssen. Bueno, el es multifacético, no tiene una fase determinada. Puede llegar a niveles extremos de odiosidad cuando también puede fingir ser el ángel más santo del cielo.
El día de hoy es su cumpleaños, pero por lo que puedo percibir, es la primera persona que conozco que odia su cumpleaños. Su madre se ha encargado de organizar una fiesta de cumpleaños para el pequeño en un parque de diversiones en las afueras de la ciudad. Inclusive yo me encuentro emocionada, es la primera vez que iré a ese dichoso parque, pues debido a su costo, me veía limitada a cumplir mi deseo de ir a Jurassic Land.
Recuerdo que los padres de Jessica iban a llevarnos para el cumpleaños número quince de la rubia pero me enfermé así que tuve que quedarme en casa, sola y triste, mientras ellos subían al Velociraptor sin mi. Fue uno de los momentos más desgraciados de mi vida, y si que tengo mucho de ellos.
Sara contrató a una agencia logística que se encargará de cubrir con la decoración del lugar, además, de la comida que se ofrecerá a los invitados. Lo único que me encargó fue que convenciera a su pequeño ángel de salir de su habitación el día de su cumpleaños. Al parecer, es tradición de Mickey encerrarse en su mini castillo durante todo el día en su cumpleaños. ¿Qué traumas tendrá el escuincle del infierno?
En un principio pensé que Sara estaba exagerando. ¿Qué tan difícil podría ser convencer a un pequeño de ir a un parque de diversiones? Y luego me encontré con él.
—¡Mick abre la puerta! —le ruego por enésima vez mientras estampo mi frente contra la madera. No escucho su respuesta con claridad, pero parece ser un gruñido y una negación. Tomo una bocanada de aire, pidiendo paciencia a mi minion mental pacífico, y vuelvo a insistir golpeando la puerta con mis nudillos—. ¡Mickey es Jurassic Land! ¿No quieres subirte al Velociraptor? ¡Yo si quiero! ¿no me vas a dejar cumplir mi sueño de subir al Velociraptor?
—¡No! —grita desde adentro de la habitación, y eso solo logra enfurecerme.
Maldito...
—¡Ah! ¡Vete al diablo! —susurro enfurruñada.
Llevo más de media hora lidiando con el pequeño para que me deje entrar a su habitación pero es un terco. Parece un anciano atrapado en el cuerpo de un niño jodidamente sensual. Debería ser tierno y adorable a su edad, no sensual. Característico de los niños de cuna de oro, la vida puede llegar a ser injusta cuando no tienes dinero desde el corral.
Yo a su edad era un moco.
Son alrededor de las nueve de la mañana, y los vehículos que se encargarán de llevarnos al parque saldrán en media hora. Mi esperanza de ir al parque va disminuyendo a medida que avanza el tiempo. Estúpido, escuincle.
Primero una gripe.
Ahora, Mickey.
El sonido de una puerta abriéndose en el pasillo hace que de un respingo. Elevo la mirada, y escaneo el corredor para encontrarme con la dirección de la que proviene el sonido. Azul. Mikhail cierra la puerta a sus espaldas, y talla sus ojos con sus manos empuñadas. Se ve jodidamente sexy haciendo eso. Mi corazón brinca de emoción, e intento despegar mi mirada de su semblante mañanero más irresistible de lo usual. Parece que acaba de salir de la ducha, su cabello está húmedo y desordenado con ese ápice salvaje que despierta mis hormonas; tiene puesta una camiseta ceñida a su abdomen, es blanca pero tiene un logo de Adidas en el centro, además de unos jeans azules con roturas y sus zapatillas negras. Parece sacado de la pasarela en la semana de la moda.
Cuando se percata de que lo estoy observando, la comisura de sus labios se elevan en una sonrisa ladina. Siento mi estómago arder pero no es hambre. ¿O quizás si?
—No lograrás sacarlo de allí —me dice, acercándose a mi posición. Sus azulados ojos brillan, se ven claros como el agua de una de esas playas.
—No planeo rendirme —enderezo mi espalda cuando el coloca ambos brazos contra la madera de la puerta a cada lado de mi rostro. Las aletas de mi nariz se dilatan al inhalar el aroma que emana de su cuerpo.
—Insistente, me gusta —ensancha su sonrisa dejándome ver sus dientes blanquecinos, y luego besa mi frente colocando una mano en mi cintura—. Debería cambiarte el apodo a ninfa insistente o...¿ninfa intensa? —se ríe.
Hago una mueca arrugando la nariz ante su comentario, y ruedo los ojos.
—Puedes burlarte todo lo que quieras, ojizarco. Yo lograré que ese niño pase el día de su cumpleaños encima de un dinosaurio mecánico —aseguro.
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Editado: 17.11.2021