El primer día de clases llegó en el Colegio Inmaculada Concepción, el cual estaba lleno de nervios y expectativas para todos los estudiantes.
Ainara y Mauro, ahora en tercer año de bachillerato, caminaban por los pasillos impecables del prestigioso colegio, tratando de ignorarse mutuamente. Sin embargo, no podían evitar las miradas curiosas y los murmullos a su alrededor.
—¿Has oído que son hermanos? —susurró una chica a su amiga mientras pasaban cerca de Ainara y Mauro.
—Sí, pero no se parecen en nada —respondió la otra, mirando de reojo a Ainara que tenía su cabello pelirrojo en una cola alta y a Mauro con su cabello castaño desordenado.
Ainara apretó los dientes y aceleró el paso, sintiendo la irritación crecer dentro de ella. Mauro, por su parte, frunció el ceño y se metió las manos en los bolsillos, tratando de mantener la calma.
En el aula, los rumores continuaron. Algunos compañeros se acercaron con preguntas incómodas.
—¡Epa! ¡Chamos! ¿Es verdad que son hermanos? —preguntó uno de los chicos, con una sonrisa burlona.
—¡No somos hermanos! —respondió Ainara con firmeza, tratando de mantener la compostura—. Somos hermanastros por obligación.
—Exacto, nuestros padres se casaron, pero eso no significa que seamos hermanos —añadió Mauro, claramente molesto y luego señalo a Ainara—. Ya ella lo dijo, no es algo que quisiéramos ser, es por obligación de las circunstancias.
A pesar de sus respuestas, los rumores no cesaban. Durante el recreo, Ainara y Mauro se encontraron en la cafetería, ambos buscando un momento de tranquilidad. Se sentaron en mesas separadas, pero no pudieron evitar escuchar los comentarios a su alrededor.
«¡Por Dios! La gente que chismosa es» pensó Ainara.
«¿Será que aún siguen sin tareas? ¡Dios! Haz que los profesores le manden unas dos mil, así no son tan chismosos» pensaba a la vez Mauro.
—Debe ser raro vivir juntos —dijo una chica, mirando a Ainara.
—Sí, imagina tener que soportar a alguien que no soportas —añadió otro, riéndose.
Ainara y Mauro intercambiaron miradas de frustración. Aunque no se llevaban bien, compartían el mismo sentimiento de irritación por los rumores. Finalmente, Ainara se levantó y se acercó a Mauro.
—Tenemos que hacer algo al respecto —dijo en voz baja—. No podemos dejar que estos rumores nos afecten.
Mauro asintió, sorprendido por la iniciativa de Ainara.
—Tienes razón. Tal vez si mostramos que no nos importa, dejarán de hablar.
Ainara suspiró y asintió.
A partir de ese momento, decidieron ignorar los comentarios y centrarse en sus estudios, que eran los más importantes.
—¿Dónde estabas? —pregunto Camila acercándose a Ainara.
—Buscando tranquilidad.
—No te preocupes, ya sabes que a la gente le gusta meter la nariz donde no debe, así dice mi abuela y como tal, no le Prestes atención, se ignora —dijo Camila con una sonrisa.
—Gracias, amiga.
—Gracias nada —Camila con su dedo le hizo una seña de negación—. Ahora quiero que me cuentes como te ha ido con tu bello hermanastro, en estos meses.
—¡Fatal! —exclamó Ainara.
—¿Tan insoportable es?
—Insoportable es poco, es como vivir con un cactus que habla. Siempre tiene algo punzante que decir y no puedes acercarte sin sentir que te va a pinchar.
Camila se rio, imaginándose la escena.
—¡Vaya comparación! ¿Y no hay momentos en los que sea un poco más… suave?
Ainara suspiró, recordando esos raros momentos de tregua.
—Mm bueno, a veces, pero son tan raros como encontrar un trébol de cuatro hojas. La mayoría del tiempo, es como si estuviéramos en una guerra fría constante.
Camila asintió, comprendiendo la dificultad de la situación de su amiga.
—Bueno, al menos tienes a alguien que te mantiene alerta. ¿Y qué hay de esos momentos raros? ¿No hay algo bueno en ellos? —pregunto con curiosidad Camila.
Ainara se quedó pensativa por un momento.
—Supongo que sí. Cuando no estamos peleando, es… interesante. Es como si hubiera una chispa que no sé si es de odio o de algo más. Pero no te equivoques Camila, él sigue siendo un cactus.
Camila sonrió, viendo la complejidad de los sentimientos de Ainara.
—Parece que tienes un desafío interesante por delante querida amiga. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
Ainara se encogió de hombros.
—Sobrevivir, supongo. Y tal vez, solo tal vez, encontrar una manera de no pincharme tanto con ese cactus.
Ambas jóvenes soltaron una carcajada.
Mientras tanto, Mauro hablaba con su amigo Alan, a quien había estado evitando.
—¡Vaya! ¡Hasta que encuentro al príncipe perdido!
—ja, ja, ja, solo estaba comprando algo en la cantina.
—¿No me vas a contar como te ha ido con tu adorable princesa del inframundo?
Mauro soltó un bufido molesto.
—Ella es como un incendio forestal. Siempre está ardiendo con una intensidad que no puedes ignorar, y si te acercas demasiado, te quemas.
Alan soltó una carcajada.
—¡Qué manera de comparar amigo! ¿Y nunca hay momentos en los que sea más… tranquila? O sea, que no esté lanzando fuego para que no te quemes.
Mauro suspiró, recordando esos raros momentos de paz.
—A veces, pero son tan raros, es como que vieras nevar en el desierto. La mayoría del tiempo, es como si estuviéramos en una batalla constante, ¿lo entiendes?
Alan asintió, tratando de entender la situación.
—Bueno, al menos nunca te aburres. ¿Y esos momentos raros? ¿No hay algo positivo en ellos? No todo tiene que ser malo Mauro.
Mauro se quedó pensativo por un momento.
—Supongo que sí. Cuando no estamos peleando, es… intrigante. Es como si hubiera una chispa que no sé si es de odio o de algo más. Pero no sea lo que sea, Ainara sigue siendo un incendio que quiere quemarme hasta quedar cenizas.
Alan sonrió, viendo la complejidad de los sentimientos de Mauro.
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Editado: 22.10.2024