En el prestigioso colegio Inmaculada Concepción, Mauro observaba a Ainara desde el otro lado del pasillo. Su cabello rojizo ardía bajo la luz del sol que entraba por las ventanas, y aunque no lo admitiría, había algo en ella que lo atraía. Sin embargo, la tensión entre ellos era demasiado palpable, y Mauro decidió jugarle una broma para aliviar un poco esa tensión, o al menos, eso se decía a sí mismo.
Esperó el momento perfecto, cuando Ainara dejó sus libros en su casillero para ir al baño. Con rapidez, Mauro intercambió los libros de Ainara por unos viejos y polvorientos que encontró en el fondo de otro casillero.
Cerró la puerta y se alejó no sin antes de mirar a su alrededor, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Se enojaría mucho? Una parte de él se sentía culpable, pero otra parte disfrutaba de la travesura.
Ainara regresó y, al abrir su casillero, se dio cuenta de inmediato de que algo andaba mal, porque nada estaba como lo dejo y sus libros no estaban. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras buscaba frenéticamente por todas partes. Sabía que si no encontraba sus libros, llegaría tarde a clase y eso significaba problemas con los profesores.
Finalmente, después de unos minutos de búsqueda desesperada, encontró sus libros escondidos detrás de una pila de papeles viejos en los casilleros que nadie usa. Corrió hacia su clase, pero ya era demasiado tarde. Entró jadeando, con el rostro rojo, no solo por el esfuerzo, sino también por la vergüenza. Los ojos de todos sus compañeros estaban sobre ella, y el profesor la miraba con desaprobación.
—Lo siento, profesor. Tuve un problema con mis libros… —dijo Ainara en voz baja jadeando por haber corrido.
Mauro, sentado en su asiento, observaba la escena con una sonrisa que intentaba ocultar. Sentía una mezcla de satisfacción y remordimiento. La broma había salido como esperaba, pero ver la angustia en el rostro de Ainara le hizo cuestionarse si realmente había valido la pena.
—Señorita Rodas, esta es la tercera vez de este mes que llega tarde a mi clase. Tome asiento y asegúrese de que no vuelva a suceder —dijo el profesor con una expresión sería.
Ainara, por su parte, se sentía humillada y furiosa. Sabía que Mauro estaba detrás de todo esto, y aunque una parte de ella quería enfrentarlo, otra parte se sentía demasiado avergonzada para hacerlo. Se sentó en su asiento, tratando de concentrarse en la clase, pero su mente no dejaba de pensar en cómo vengarse de Mauro.
—¿Viste su cara? No puedo creer que haya caído tan fácil otra vez —susurro Mauro a su amigo Alan.
—¡Eres un genio de las bromas! —Alan soltó una risa—. Mauro, te advierto que tengas cuidado, porque estoy seguro de que esta vez Ainara no se quedará de brazos cruzados.
Ainara miró a Mauro con furia, y se le acercó sin poder evitarlo, pues la ira corría en sus venas.
—Sé que fuiste tú, Mauro, así que prepárate porque esto no se va a quedar así.
Mauro sonrió desafiante.
—No sé dé que hablas princesa Ainara. Quizás deberías cuidar mejor tus libros de estudio, para que no le salgan patas y andén caminando sin tu permiso.
—Ya veremos quién ríe de último, príncipe —respondió Ainara apretando los dientes.
La tensión en el aula era palpable, y aunque Mauro intentaba mantener su fachada de indiferencia, no podía evitar sentir una punzada de arrepentimiento. Ainara, por su parte, ya estaba planeando su venganza, decidida a no dejar que Mauro se saliera con la suya.
—¿Pasa algo, señorita Rodas? —pregunto el profesor que se giró después de escribir algo en el pizarrón.
Ainara sintió como sus mejillas ardían de la vergüenza, otra vez por Mauro, estaba siendo regañada delante de todos.
—Lo siento profesor, es que olvide mi lápiz y Alan me prestará uno.
El profesor asintió y Ainara se dirigió a su silla, mientras que Alan, quedo fuera de bases, no esperaba estar en ese lío de hermanastros.
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Al día siguiente, en el patio del colegio Inmaculada Concepción, Ainara estaba sentada en una mesa con sus amigas, Mirtha y Bianca. Estaban discutiendo los planes para el fin de semana, riendo y disfrutando del descanso entre clases.
—Entonces, ¿qué les parece si vamos al cine el sábado? Hay una nueva película que quiero ver —dijo Mirtha—. Podemos ir con mi mamá.
—¡Me encanta la idea! Ainara, ¿tú qué dices? —intervino Bianca.
—Suena genial. Necesito un descanso después de esta semana tan pesada, estoy segura de que mi papá me dará el permiso —respondió Ainara.
Justo en ese momento, Mauro apareció, caminando con aire despreocupado. Se acercó a la mesa y, sin invitación, se sentó en el borde, interrumpiendo la conversación.
—¿De qué hablan, chicas? ¿De cómo sobrevivir a la clase de matemáticas sin quedarse dormidas? —dijo Mauro con una sonrisa sarcástica.
—¿Qué quieres, Mauro? ¿Qué haces aquí? —dijo Ainara suspirando para mantener la compostura.
—Nada, solo pensé que sería divertido unirme a la conversación —dijo Mauro, pero haciendo un ruido molesto con la boca, como si estuviera masticando chicle ruidosamente.
—¿No tienes algo mejor que hacer? —pregunto Mirtha frunciendo el ceño—. Eres lindo, pero estás cayendo pesado.
Mauro ignoró a Mirtha incluso su cumplido no le importaba.
—Entonces, Ainara, ¿ya encontraste tus libros ayer en la mañana? Escuché que alguien te jugó una broma, ¡qué mal por ti!
—Sí, los encontré. Y no te preocupes, ya tengo planes para devolver el favor —dijo Ainara con los ojos entrecerrados.
—Ainara, ¿qué opinas de esta película? ¿Te gustaría verla? —pregunto Bianca tratando de cambiar el tema, con su celular mostraba la cartelera del cine.
—Oh, ¿van al cine? Qué emocionante. Tal vez debería unirme. Podría ser divertido —dijo Mauro, interrumpiendo de nuevo la conversación de las chicas.
Ainara en este punto ya estaba exasperada.
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Editado: 22.10.2024