Días después en una tarde calurosa en Barquisimeto, y Ainara y Mauro estaban en la sala, cada uno ocupado con sus cosas, disfrutando de las vacaciones. Ainara estaba leyendo un libro mientras Mauro jugaba. De repente, Francisco y María entraron en la sala con sonrisas en sus rostros.
—Chicos, tenemos una noticia para ustedes —dijo María, sentándose en el sofá.
Mauro levantó la vista de su juego.
—¿Qué pasa, mamá? por tu sonrisa diría que es algo ¿bueno?
Francisco se aclaró la garganta.
—Este año, hemos decidido que pasaremos las vacaciones como familia en la casa de la abuela Rosa. Ella vive en un pequeño pueblo de Duaca.
Ainara dejó su libro y miró a su padre con sorpresa.
—¿En serio? ¿Vamos a pasar las vacaciones en el campo?
María asintió con entusiasmo.
—Sí, Ainara. Creemos que será una buena oportunidad para desconectar un poco y disfrutar de la tranquilidad del pueblo. Además, mi mamá estará encantada de tenernos allí.
Ainara frunció el ceño ligeramente.
—¿Y qué vamos a hacer allí? No hay mucho que hacer en un pueblo pequeño.
—Tampoco es, que hagamos mucho aquí chamita —dijo Mauro.
Francisco sonrió.
—Hay mucho que hacer, Ainara. Podremos explorar la naturaleza como siempre lo hemos hecho por ejemplo ayudar a la abuela en su jardín, eso es algo que te gusta hacer y disfrutar de la compañía familiar. Será una experiencia diferente.
Mauro se encogió de hombros.
—Bueno, supongo que no suena tan mal. Además, mi abuela siempre tiene historias interesantes que contar, es lo que me encanta cuando estoy con ella.
Ainara suspiró, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
—Está bien, supongo que podría ser divertido. Pero me llevaré unos cuantos libros.
María rió.
—No te preocupes, Ainara, veras que la naturaleza será tu amiga que te acompañe en tu lectura.
Francisco se levantó y extendió los brazos, ambos estaban felices porque sus hijos ya no discutían tanto, sin embargo, querían que fueran más unidos, por eso seguían apartando tiempo de sus apretadas agendas para estos paseos en familia.
—Entonces, ¿qué dicen? ¿Listos para una aventura en el campo?
Mauro y Ainara se miraron y luego asintieron.
—¡Listos! —respondieron al unísono.
Mientras se preparaban para el viaje, Ainara no pudo evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo. Sabía que las vacaciones en Duaca serían diferentes a cualquier otra experiencia, y aunque no lo admitiría en voz alta, estaba un poco emocionada por lo que les esperaba.
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Los días pasaron rápidamente y pronto llegó el momento de partir hacia Duaca, donde vivía Rosa. La familia se subió al carro temprano en la mañana, con el maletero lleno de maletas y provisiones para el viaje.
El camino a medida que avanzaban el paisaje urbano de Barquisimeto se transformaba gradualmente en un entorno más rural y verde, Ainara y Mauro poco a poco comenzaron a disfrutar del paisaje. María y Francisco charlaban animadamente sobre los recuerdos de su juventud en el campo, lo que hizo que el viaje fuera más ameno.
Al llegar a Duaca, fueron recibidos por la abuela Rosa, una mujer de cabello canoso y ojos brillantes que irradiaba calidez a pesar de su edad avanzada.
—¡Bienvenidos, mis amores! —exclamó, abrazando a cada uno con fuerza—. Estoy tan feliz de tenerlos aquí.
La casa de la abuela Rosa era una encantadora casita de campo, rodeada de un jardín lleno de flores y árboles frutales. Ainara y Mauro se sorprendieron al ver lo bien cuidada que estaba, a pesar de la edad de su abuela.
—Vamos, les mostraré sus habitaciones —dijo Rosa, guiándolos adentro—. Espero que les guste. He preparado todo para que se sientan como en casa.
Después de desempacar, la familia se reunió en la cocina para un almuerzo casero preparado por la abuela. Mientras comían, Rosa comenzó a contar historias sobre su juventud y la historia de Duaca, capturando la atención de Ainara y Mauro.
—¿Sabían que este pueblo tiene una historia fascinante? —dijo Rosa con orgullo—. Hay tantas leyendas y tradiciones aquí, y me alegra poder compartirlas con ustedes.
Esa tarde, Ainara y Mauro decidieron explorar los alrededores. Caminaron por los senderos del pueblo, recogieron frutas del jardín y ayudaron a la abuela con algunas tareas. Ainara, aunque inicialmente reacia, comenzó a disfrutar de la tranquilidad y la belleza del lugar.
Mauro, por su parte, se mostró más relajado y curioso.
—Oye, Ainara, ¿te das cuenta de lo diferente que es todo aquí? Es como si el tiempo se moviera más despacio, recuerdo cuando mi mamá me traía siendo un niño, no quería irme.
Ainara asintió, mirando el horizonte.
—Sí, es verdad. Creo que necesitábamos esto. Un descanso de todo el ruido y el estrés de la ciudad, después de un final de clases.
Esa noche, la familia se reunió alrededor de una fogata en el jardín. Bajo un cielo estrellado, compartieron historias, risas y sueños. Ainara y Mauro se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, había algo especial en esos momentos compartidos en familia.
Las vacaciones en Duaca prometían ser una experiencia inolvidable, llena de descubrimientos y nuevas conexiones. Ainara y Mauro sabían que, aunque el próximo año escolar traería nuevos desafíos, siempre tendrían estos recuerdos para fortalecer su vínculo de alguna manera.
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Era una tarde tranquila en Duaca, ya las vacaciones estaban por finalizar y la familia estaba reunida en el porche de la casa de la abuela Rosa, disfrutando de la brisa fresca. Rosa, con su característico sentido del humor y curiosidad, decidió aprovechar el momento para indagar un poco sobre sus nietos.
—Entonces, chicos —comenzó Rosa, con una sonrisa traviesa—. ¿Cómo va esa relación entre ustedes dos? ¿Siguen peleando como perros y gatos o ya se llevan mejor?
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Editado: 22.10.2024