El aula estaba en silencio, solo se escuchaba el rasgueo de los lápices sobre el papel mientras los estudiantes se concentraban en su examen. Ainara, con su cabello pelirrojo cayendo sobre su rostro, estaba absorta en resolver las ecuaciones. De repente, el profesor anunció que saldría un momento del salón, y el ambiente se relajó ligeramente.
—Si alguien se copia, lo voy a saber —advirtió el profesor antes de salir del aula.
Santiago, que estaba sentado unas filas detrás de Ainara, aprovechó la oportunidad. Se levantó de su asiento y se acercó a ella con una expresión de disgusto en su rostro.
—Ainara —dijo en un tono bajo pero cargado de resentimiento—. Ahora entiendo por qué no quieres nada conmigo. Claro, ¿cómo ibas a querer algo con alguien como yo cuando tienes a Mauro, tu hermanastro?
Ainara levantó la vista, sorprendida y molesta por la interrupción. Sus ojos verdes se encontraron con los de Santiago, llenos de rabia contenida.
—¿De qué estás hablando, Santiago? —respondió ella, tratando de mantener la calma.
—No te hagas la inocente —replicó él, cruzándose de brazos—. Todos lo saben. Tú y Mauro… es asqueroso.
—¡Cállate Santiago!
Ainara sintió un nudo en el estómago. No era la primera vez que alguien insinuaba algo sobre su relación con Mauro, pero escuchar esas palabras de Santiago, alguien que alguna vez consideró un amigo, le dolía más de lo que quería admitir.
Santiago se inclinó sobre su pupitre, su rostro a solo unos centímetros del de ella. Sus ojos brillaban con una mezcla de enojo y desprecio.
—Tienes una relación pecaminosa con Mauro, tu hermanastro, ¡eres una pecadora que mereces el infierno!
Ainara sintió que el color se le iba del rostro. Las palabras de Santiago la golpearon como un mazazo. Intentó responder, pero su voz se quedó atrapada en su garganta.
—No tienes idea de lo que estás diciendo —dijo ella, con la voz temblorosa pero firme—. Y aunque fuera cierto, no es asunto tuyo.
Santiago soltó una risa amarga y agregó.
—Claro que sé. Todos lo saben. Solo que tú eres la última en admitirlo.
Santiago soltó una risa sarcástica y se dio la vuelta para regresar a su asiento justo cuando el profesor volvía al salón. Ainara intentó concentrarse de nuevo en su examen, pero las palabras de Santiago resonaban en su mente, haciéndole difícil pensar en otra cosa, su corazón estaba acelerado y tenía muchas preguntas y temores.
Ainara miró de reojo a Mauro, que estaba sentado al otro lado del salón, concentrado en su examen. Recordó cómo había cambiado su relación con él en los últimos meses. Al principio, no soportaba su presencia; cada interacción era una batalla de voluntades.
Pero poco a poco, las peleas se convirtieron en conversaciones, y las conversaciones en algo más profundo, ella había descubierto en él una sensibilidad que nunca imaginó. Mauro levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ainara. En ese breve instante, ella sintió una mezcla de consuelo y complicidad.
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Mauro estaba sentado en su pupitre, concentrado en el examen de matemáticas que tenía frente a él. De vez en cuando, levantaba la vista para mirar a Ainara, que estaba sentada al otro lado del salón.
De repente, vio a Santiago acercarse a ella, su corazón dio un vuelco y sintiendo un nudo en el estómago. Desde su asiento, no podía escuchar lo que él le decía a Ainara, pero podía ver claramente las expresiones en el rostro de ella.
Ainara, que normalmente mantenía una expresión serena y concentrada, ahora parecía incómoda y tensa. Sus ojos se agrandaron y su rostro palideció, señales inequívocas de que Santiago la estaba molestando.
La impotencia lo invadió mientras observaba la escena desde la distancia. Santiago se inclinaba hacia Ainara, susurrando algo que claramente la molestaba. Mauro apretó los puños bajo el pupitre, luchando contra el impulso de intervenir. Cada segundo que pasaba se le hacía eterno.
Quería protegerla, estar a su lado, pero estaba atrapado en su asiento. Odiaba no poder hacer nada en ese momento, pero decidió que hablaría con Ainara tan pronto como terminara el examen.
Apretó el lápiz con fuerza, sus nudillos se pusieron blanco. Mauro intentó concentrarse en su examen, pero sus pensamientos seguían volviendo a Ainara. ¿Qué le estaba diciendo Santiago? ¿Por qué la estaba molestando?
Mauro respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que tenía que esperar, pero en su mente ya estaba planeando cómo confrontar a Santiago y asegurarse de que no volviera a molestar a Ainara.
Observó cómo ella intentaba recomponerse, pero podía ver que estaba afectada. Sus ojos se encontraron brevemente, y en ese instante, Mauro le transmitió con la mirada todo su apoyo y preocupación.
Cuando el profesor finalmente anunció el fin del examen, Mauro se levantó de inmediato y se dirigió hacia Ainara. Ella lo miró con una mezcla de alivio y agradecimiento.
—¿Estás bien? —preguntó Mauro, su voz llena de preocupación.
Ainara asintió, aunque sus ojos reflejaban la incomodidad que había sentido.
—Sí, solo que Santiago… —empezó a decir, pero se detuvo.
Mauro frunció el ceño, su preocupación se transformó en enojo.
—¿Qué te dijo ese imbécil? —insistió, su voz más firme.
Ainara suspiró y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los escuchara.
—Me acusó de tener una relación contigo… insinuó que por eso no quiero nada con él —dijo, su voz temblando ligeramente.
Mauro sintió una oleada de furia recorrer su cuerpo. No podía creer que Santiago se atreviera a decir algo así.
—Ese idiota… —murmuró entre dientes—. No puede hablarte así. Voy a…
—No, Mauro —lo interrumpió Ainara, agarrando su brazo—. No quiero que esto se convierta en algo peor. Solo… solo quería que lo supieras.
Mauro respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que Ainara tenía razón, pero la idea de que alguien la lastimara de esa manera lo enfurecía.
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Editado: 22.10.2024