Atrapada entre voces

Capítulo 3

 

     — ¡Mar! Me tenías preocupada —dijo Cecilia mientras corría y me abrazaba—. Estuve a punto de ir a buscarte.

—No hizo falta, no me pasó nada, pero gracias por esperarme despierta.

—Cielo, no tienes que agradecer, para eso estoy —acarició mi mejilla—. Ahora ve a dormir, debes de estar cansada.

Avancé por el pasillo hasta llegar a la puerta blanca de mi habitación, entré y me derrumbé sobre la cama, ni siquiera me quité la ropa que llevaba, sentí como el sueño se apoderaba de mí, mis parpados cayeron casi al instante, dejándome profundamente dormida.

Estaba en una pequeña casa de madera, el lugar desprendía un delicado aroma a pino y también uno dulce proveniente de las galletas que mi madre cocinaba en el horno que mi padre había fabricado, eran para mí, hoy cumplía seis años y mamá quería hacerme algo especial.

Llevaba puesto un hermoso vestido amarillo con dos gruesos listones que me hacían un enorme moño en la parte de atrás, había pertenecido a mi madre cuando tenía mi edad o al menos eso había dicho ella, yo siempre había sido pequeña comparada con el promedio, lo que provocaba que el vestido me quedara un poco largo y lo arrastrara, pero aun así me miraba encantadora, con mis mejillas sonrojadas debido a la actividad física, mis labios rojos, mi cabello de un negro tan profundo que no parecía natural y mis ojos verdes, llevaba dos trencitas y algunos mechones lacios se habían soltado, cayendo en mi rostro. 

Yo estaba corriendo detrás de mi madre, intentando atraparla, sabía que ella era más rápida, sólo iba despacio para que yo pudiera alcanzarla.

La sensación que tenía dentro de mí se sentía lejana pero aun así la conocía de sobra, estaba feliz, feliz por jugar con mi madre, feliz por el hermoso vestido amarillo que acababa de darme, feliz por el aroma a galletas que emanaba de la cocina, feliz porque esperaba que mi padre cazara para darme una deliciosa cena y feliz porque cumplía seis y eso me hacía ser mayor y mas importante.

Entonces sentí un nudo en el estomago, sabía que algo estaba a punto de pasar y mientras perseguía a mamá tropecé con mi propio vestido, caí y me puse a llorar pero no era por el golpe que acababa de darme, era porque sabía que algo malo estaba por suceder. Mamá ya estaba conmigo y no parecía darse cuenta de la amenaza, me levantó del suelo y me acunó en sus brazos mientras me susurraba:

Todo está bien, Margot, ya pasará.

Pero yo sabía que no estaba bien.

Mi padre entró y cerró la puerta con tal fuerza que sentí que mi cuerpo se encogía en los brazos de mi madre, se miraba tenso, mamá me depositó en el suelo mientras hablaba con papá, intentando tranquilizarlo.

— ¿Qué pasa, cariño?

—Vienen por la niña —respondió mi padre. 

Me tomó con prisa en sus brazos y me dejó justo debajo de la cama de mi habitación, un lugar lleno de polvo.

—Quédate aquí, amor, no importa lo que veas, no hables y no salgas —fue lo último que me dijo antes de que cuatro hombres vestidos de negro tiraran la puerta de la casa y pasaran.

Cerré mis ojos con fuerza, pero aun podía oír como los hombres decían que habían escuchado según sus espías que aquí vivía una niña, venían por mí, querían que mis padres me entregaran para que acabaran conmigo, por supuesto que mis padres se negaron, abrí mis ojos para ver como golpeaban a mi madre, ella cayó al suelo y cuando mi padre intentó defenderla también lo golpearon, esos hombres no tenían piedad, los golpearon de forma cruel y desmedida, pero ellos nunca dijeron donde me encontraba, cuando los hombres se rindieron uno de ellos sacó una daga, la hundió en los cuerpos de mis padres y con un grito ahogado puso fin a su tortura.

Yo me sentía tan culpable y lo era, mis padres murieron por protegerme, si hubiera sido un poco más valiente podría haber salido de mi escondite para entregarme y así tal vez los hubieran dejado en paz, pero no lo hice, me mantuve en ese lugar como la cobarde que era.

No podía creer lo feliz que había estado justo antes de sentir el presentimiento de que algo iba mal, la felicidad no estaba hecha para mí y ahora que mis padres estaban muertos lo sabía, el amor dolía y dolía más que cualquier otra cosa en el mundo.

Los hombres empezaron a registrar la casa y de nuevo cerré mis ojos, apretándolos más que nunca, como si eso pudiera hacer que no me vieran, cuando sentí que unos pasos se acercaban a mi oí que los hombres soltaban carcajadas y vitoreaban, el coraje me inundó por completo, mis padres habían dado la vida por protegerme y no sirvió de nada porque esos hombres ya me habían encontrado.

Abrí mis ojos lentamente y vi al hombre que mató a mis padres, estaba agachado al pie de mi cama, sostenía la daga ensangrentada, sonrió al ver que lo miraba, tenía dientes puntiagudos como los de una serpiente y sus ojos, nunca olvidaré esos ojos de un enfermizo color verde, podía percibir su maldad, volví a cerrar mis ojos y un choque eléctrico recorrió todo mi pequeño cuerpo, sentí una sensación de ligereza y esparcimiento, sentí que ya no tenía nada debajo de mi por un momento, luego toqué suelo de nuevo y abrí mis ojos lentamente.

No estaban los hombres.

Ya no estaba en mi casa.

Tampoco estaba en el bosque.

Estaba en una pequeña calle adoquinada que jamás había visto, cerré los ojos por una última vez y me puse a llorar desconsoladamente, no comprendía nada de lo que estaba sucediendo.

Pero esta vez cuando abrí mis ojos estaba en la penumbra de mi habitación y ya no era esa pequeña niña de hace diez años.

No sabía porque regresaba ahora, después de mucho tiempo me había convencido a mi misma de que eso nunca pasó, que era todo un producto de mi trauma ante el abandono de mis padres biológicos y había logrado dejar de tener esa horrible pesadilla que se había empeñado por atormentarme todos los días, la había enterrado en el fondo de mi subconsciente, además ahora fue diferente, fue tan real, pude sentir cada sensación como si la estuviera viviendo, vi morir al amor un vez más, vi morir a mis padres, pero me dije a mi misma que todo había pasado, no podía ponerme a llorar, habían pasado ya diez años y no podía permitirme caer de nuevo en la depresión que estaba, así que lentamente me fui calmando.




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