Era lunes y yo estaba en el instituto, todo transcurrió aparentemente normal, durante el almuerzo Sofía nos dijo que había decidido ser fotógrafa y comenzamos una conversación acerca de los beneficios y perjuicios de esa carrera hasta que Héctor se sentó en la mesa donde estábamos Esmeralda, Sofía, Matías y yo. Aunque todos se percataron de su presencia yo fui la única que murmuró un saludo, y todo se quedó en silencio, incluso Sofía dejó de hablar, me molestaba la hostilidad con la que lo trataban.
– ¿Siempre son así? ¿Tan callados? –Preguntó Héctor después de un momento de silencio.
– ¿Y tú siempre eres así? ¿Llegas cuando no te llaman? –Respondió Matías.
Le di una patada por debajo de la mesa, no había ninguna razón para que actuara así, no aparte de ser primo de Cameron, pero él no tenía la culpa de eso.
–Oh, Tranquilo, sólo quería ser amigable –Héctor levantó las manos y Esmeralda rodó los ojos.
–Como podrás ver, no necesitamos que seas amigable –masculló, al parecer las patadas bajo la mesa no eran suficientes, igual le di otra, por si acaso.
–Basta, Matías, te comportas como un tonto –inquirí
–Éste no es tu asunto Mar –me contestó.
–Claro que es mi asunto –rebatí–. Hector es amigo mio.
–No te metas en la conversación.
–Eres un inmaduro –le dije.
–No te preocupes, Mar, será mejor que me vaya, no quiero que tengas problemas con tus amigos, pero sabes que eres bienvenida en mi mesa –dicho esto Héctor se levantó y se fue, no me dio la oportunidad de detenerlo.
– ¿Qué crees que fue eso? –Le espeté.
–Para que se mete donde no lo llaman –se encogió de hombros.
–No peleen chicos –intervino Esmeralda–. No le veo el caso.
–Es demasiado tarde para hacer ese comentario, pudiste haberlo dicho cuando Héctor estaba aquí –respondí con ironía.
Sofía comenzó a darle pequeños golpes a la mesa con sus uñas color verde, entorné los ojos en su dirección con una mirada que pretendía ser fulminante pero no me prestó atención y continuó con su repiqueteo, Matías se levantó y se dirigió a otra mesa sin mirarme, Esmeralda y yo volvimos la atención a nuestro almuerzo.
No le hablé a Matías por el resto del día, su comportamiento no sólo ahuyentó a Héctor quien era mi amigo, sino que me avergonzó, tampoco pensaba hablarle por los próximos días, no hasta que él se disculpara con Héctor o conmigo por lo que hizo, después de todo, Héctor siempre se había comportado amable.
Mas tarde, estaba acaloradamente trabajando en el restaurante, los señores Fritzenwald llegaron a comer acompañados por su pequeño hijo, Henry, me saludaron cordialmente y me sonrieron mientras tomaba sus órdenes y les entregaba su comida.
Fui a atender otras mesas y me percaté de que el señor Fritzenwald me hacía una seña con la mano, lo que quería decir que estaba pidiendo la cuenta. Fui hasta la caja y pedí el ticket de su mesa para después entregarlo.
–Aquí tiene –le entregué el ticket.
El colocó un billete de cincuenta dólares sin detenerse a ver la cuenta.
–Iré por el cambio.
–Quédatelo –me interrumpió.
–De ninguna manera –respondí yo–. Aquí no recibimos propina, trabajamos por un sueldo fijo que se basa en los comentarios de la gente –apunté a la pequeña hoja que tenía un lápiz al lado en el centro de la mesa–. Una buena recomendación sería suficiente.
–Insisto en que te quedes el cambio, hiciste un gran trabajo cuidando de Henry –volteé a ver al niño y este me sonrió–. No nos iremos hasta que lo aceptes.
–Muchas gracias –le sonreí a la feliz familia.
–No es nada –respondio la señora Fritzenwald levantándose de la mesa.
Me despedí de ellos antes de ponerme a limpiar la mesa que acababan de desocupar, era realmente agradable llegar a encontrarse con personas como ellos y no lo pensaba simplemente por el dinero.
Al terminar mi turno, Héctor fue a recogerme para llevarme al entrenamiento, cuando llegamos al salón de entrenamiento me percaté de que solo estábamos nosotros dos, pero no hice algún comentario al respecto, talvez Luciana estaba entrenando en el parque floral y era un hecho Cameron prefería pasar los entrenamientos al lado de ella que al mio.
Mientras entrenaba me sentía un poco agotada, pero no era nada fuera de la común y tampoco era un cansancio que lograba afectar mi rendimiento.
–Mar, necesito decirte algo –Héctor interrumpió a medio adiestramiento.
–Claro, ¿qué pasa? –mi voz sonó un poco entrecortada debido a la actividad física.
–Sé que siempre te llevo hasta tu casa cuando los entrenamientos terminan, pero hoy no podré hacerlo.
–De acuerdo –le lancé una patada solo para comprobar que estuviera alerta y el la esquivó.
–Oh, chica, tranquila –dijo con una sonrisa después de mi patada.
–Lo siento –sonreí de vuelta.
–Sobre lo de no llevarte a casa –se inclinó y puso sus manos sobre sus rodillas con la intención recuperar el aliento para después regresar a la contienda–. Tengo asuntos que atender.
–Supongo que está bien –no es como si tuviera otra opción, Héctor debía de tener otra vida además de entrenar conmigo–. Caminaré a casa.
– ¿Ten cuidado si? –Se detuvo un segundo en el cual pude darle un golpe certero, me sonrió con satisfacción–. Se está asiendo tarde.
–Lo tendré –prometí, aún me sentía un poco culpable por el comportamiento de Matías durante el almuerzo.
Lo que Héctor no sabía era que tenía algunas dudas desde el día anterior en que fui a Delidio y quería aclararlas con Cameron después del entrenamiento, así que él podría llevarme a casa después de eso.
Al terminar el entrenamiento busqué a Cameron en varios rincones de la casa, cuando me lo encontré me atreví a pedirle amablemente unos minutos y el accedió.
Fuimos en dirección al patio trasero, a la mesa blanca de latón donde nos sentamos la primera vez que vine aquí, Cameron estaba en el asiento que se ubicaba frente al mío.
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Editado: 13.07.2022