Había una sombra que se movía de allá para acá del otro lado de la mampara gris, la luz del alba le permitía verlo difuminado por la misma estructura que separaba ambas habitaciones. Reed lo vio inquieto, caminar por todo el lugar desde que la claridad arrojó trémulas sombras hacia el interior del habitáculo.
Cinco en punto. Reed debía levantarse, pero algo en su interior, como una señal invisible a los ojos, le dijo que no haría daño quedarse un poco más viendo a Seth deambular, ¿sería, acaso, un sonámbulo? ¿Tendría algún trastorno del sueño? Reed acariciaba la idea de averiguarlo, pero no se animó, el profesionalismo debía ir por encima de todo y por más que el lobo la tentara, ella tenía que abstener su curiosidad.
Minimizando sus ruidos al máximo, Reed comenzó un nuevo día, creyendo que tal vez sería mejor que el anterior, y quizá Laila aparecía de visita acompañada por una de sus tutoras del internado, para que la llevase a ver una película o a comer algunos postres de chocolates, tal vez sería el día en que la oscuridad desaparezca y Adrien se esfumara de su vida para siempre, tal vez...
Pero era infantil desear que todo se solucionara de un día al otro, y Reed, más que nadie, lo sabía.
Después de darse un baño de agua tibia y arreglarse, Reed deslizó la puerta conteniendo un suspiro cansado, y para su sorpresa, al levantar su mirada se encontró a Seth mirando por el vidrio de las puertas corredizas que daban al jardín, con la parte superior de su cuerpo al desnudo, mostrando su espalda ancha relajada por la postura tranquila, sus manos ocultas en los bolsillos y su mirada perdida en algún punto más allá del horizonte.
Reed se encontró con el sudor en sus manos y el aliento atascado, hasta que capturó al lobo mirándole de reojo. Por supuesto, ella no podía verle sin que se diera cuenta, tenía sentidos mil veces más refinados que los propios, junto con una sonrisa un tanto arrogante y débil que tironeaba de sus labios delgados amenazando con ampliarse.
—Doctora Reed —saludó, su voz se escuchó suave y baja—. No esperaba que despertase tan temprano.
De sus ojos a su cuerpo y de regreso, Reed aclaró su mente y se limitó a ofrecerle una sonrisa cordial y pasar hacia la cocina.
—Esta es la hora en la que inician mis días, ¿usted también se despierta en este mismo horario?
Seth se dio vuelta, apoyándose con un hombro sobre el vidrio, su mirada divagó por el lugar.
—No, mis turnos suelen comenzar dos horas más tarde. Supongo que hoy ha sido una excepción.
Reed evitó verle mientras se acercaba, tan despreocupado y suelto, tan distinto al desconfiado hombre que vio en el cubículo de aislamiento. Ambos sacaron cosas de la alacena, sin tocarse ni mirarse, Reed se sintió incómoda por esto. Difería mucho de la soledad a la que estaba acostumbrada, recordó lo que pretendía Vladimir y se imaginó conviviendo con Seth Meyer durante semanas, sintiendo el velo de complicidad que los envolvía, como si ya se conocieran. No, Reed se estaba imaginando cosas, o la avasallante personalidad confiada de Seth estaba jugando con ella.
— ¿No podías dormir?
Seth depositó una pesada cucharada de azúcar en su chocolate caliente, rodeó la isla de granito hasta colocarse frente a ella.
—No es tan fácil conciliar el sueño en un lugar ajeno.
Por un momento sus ojos azules buscaron los suyos, pero Reed no quiso mirarlo, entendía que para un cambiante lobo el contacto visual podía significar dos cosas; amenaza o interés, así que para evitar cualquier malentendido ella terminó su café mirando hacia afuera.
— ¿Puedo hacerle una pregunta? —la sedosa voz de Seth le envolvió.
—Claro.
—Antes quisiera que me mirara de frente, por favor.
Reed dejó la taza y volteó.
— ¿Por qué se empeña en estudiarnos?
Confundida, alzó una ceja.
—Usted es humana, e intenta analizar a un cambiante como si fuera un ratón de laboratorio, ¿por qué ese interés?
—Las cosas no son como usted las describe —respondió, girando para evitar sus ojos se hizo a la tarea de limpiar lo usado—. Y en respuesta a su pregunta, supongo que es curiosidad, fascinación, o una mezcla de ambas.
Seth le observó mientras terminaba de acomodar unas cosas, y mientras se acercaba a la puerta, Reed cometió el error de voltear hacia él y encontrarse con sus ojos.
—Que tenga un buen día —dijo, con una suave sonrisa—. Doctora Reed.
Ella apretó su anotador con fuerza.
—Igual para usted.
Sin esperar una respuesta, salió al pasillo, las luces del jardín interno estaban encendidas iluminando la fuente de agua. Reed ajustó el doblez de las mangas en su bata y respiró hondo.
—Doctora Reed.
Irina apareció desde las escaleras que conducían hacia la parte subterránea de las instalaciones, con su pulcro cabello rubio trenzado a la mitad y el ruido de sus zapatos de tacón fino.
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Editado: 10.07.2019