Atrápame

El lamento del lobo


La luna creciente se alzaba en el cielo, resplandeciendo con un suave brillo que cubría cada tramo del bosque que era su hogar. 
Esta noche era importante, definiría la vida del cachorro para siempre. 
Se sentó en las sombras ofrecidas por los árboles, el niño se sentía alegre con el trago especial de libertad que le había ofrecido, ¿a qué niño no le agrada la idea de desvelarse por el juego? Después de tanta disciplina, esto era único. 
Observó el negro pelaje de su hijo brillando por la luz en el claro, el negro azabache profundo como el carbón, los ojos ambarinos que destellaban el poder latente, la marca que lo distinguía y que había sellado su futuro desde el momento en que estuvo en cuatro patas. 
Un movimiento le distrajo, miró sobre su hombro al par de ojos amables que en la oscuridad adquirieron un matiz como caramelo. Se inclinaron hacia él con debido respeto. 

—Buenas noches Brad. 

—Buenas noches, Marcus. 

Su segundo al mando se sentó a unos metros y observó al cachorro jugar con una rama. 

—Es muy fuerte para tener tres años. 
—Lo sé. Y estoy orgulloso de él. 
Brad regresó su mirada al claro, una figura se materializó en la luz, la cachorra blanca saltó sobre su hijo y ambos se enzarzaron en una feroz y adorable batalla. 
—Es fuerte —dijo Marcus—. Han hecho muy buena conexión desde que los presentaron. 
—Sí... 
—Estás dudando... 
—Ella tiene tendencia dominante. 
— ¿Y eso importa? 
Brad no quería admitir la respuesta, volvió a ver la lucha, y en un momento capturó el brillo de un par de ojos plateados, la otra elegida había llegado. 
Era una cachorra más delicada, cuyo pelaje rivalizaba con el color de sus ojos, ninguno de los dos cachorros reparó en su presencia hasta que rodaron sobre ella. Al instante se oyó el quejido y el niño detuvo el juego para acercarse, la cachorra gris se encogió sobre su cuerpo replegando las pequeñas orejas, sin embargo, el niño hizo algo inesperado, contrario a lo que cualquier otro con su naturaleza hubiera hecho. Bajando su nariz, tocó gentilmente la frente de la cachorra, reconfortándole. 
Brad vio la nobleza en el gesto, aprobó el instinto protector que su hijo demostraba a tan corta edad. Verlos a los dos, dominante y sumiso, una pareja acorde a las reglas del clan, hizo mucho más fácil la decisión.


—Es ella. 


Marcus quedó inmóvil y en silencio


¿Realmente crees que ella es la indicada? 

—Sí. 

—Pero he visto la amistad que tiene con la otra niña, entre ellos dos... 

No habrá nada distinto a eso —replicó con severidad—. Estoy seguro de mí decisión, ella es la indicada. 
 

Bradford Miller observó con orgullo a su hijo esa noche, sintiendo la esperanza abrigar su corazón, acallar el lamento que hasta ese instante, no lo había dejado en paz. 


Bradford Miller fue conocido como el Alfa ilegítimo por todas las irregularidades que cometió sin siquiera saberlo, pero ahora que veía con claridad a los cachorros jugando, estaba seguro de que Derek iba a restaurar el equilibrio que él rompió por no realizar los rituales de la forma correcta.

Su hijo, su heredero, le traería paz y orgullo al clan, de la mano de la niña que él había escogido esa noche... 
 




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