Un sonido atronador retumbó en el ocaso y un resplandor multicolor iluminó el cielo, finalmente un haz de fuego se estrelló contra el yermo suelo, luego solo hubo silencio.
Donde se estrelló el haz de fuego, había un gigantesco cráter, y justo en el centro el cuerpo de una mujer dormida, que comenzó a generar vida a su alrededor.
Durante ochenta y ocho años, el cuerpo de la mujer a la que se conoce como la diosa Epona[1], ha ido concibiendo entorno a ella un bosque, en el cual abunda la vida y la fertilidad, pero también la muerte y la oscuridad; solo los más valientes se atreven a adentrase en el bosque llamado Eponos y solo los de leal corazón, logran salir de él con vida.
Las leyendas cantadas por los bardos cuentan, que solo un descendiente directo de los dioses, es capaz de despertar a la diosa durmiente, pues se encuentra atrapada por un hechizo que la convierte en vegetación y no permite que envejezca o muera.
-Habladurías - dijo incrédulo un muy jovencísimo Megaro[2].
Este muchacho era el hijo primogénito del rey celta Maddox[3], jefe de los herbáceos.
- Mi joven y receloso alumno, tienes mucho que aprender - suspiró el viejo druida[4] llamado Serbal - yo mismo fui testigo a la edad de doce años, de este inquietante suceso - confesó muy serio.
Luego dio por finalizada la clase y despidió a sus alumnos.
-¿No es impresionante? – preguntó Eric[5], hermano pequeño de Megaro, a su hermana mayor Winefrida[6]. Ella asintió con una de sus alegres sonrisas.
-¿Habéis oído eso? – inquirió con burla, uno de los chicos mayores - el bastardo cree en las historias que cuenta ese viejo loco - todos los chicos rieron a la vez.
- Pues sí, es todo cierto, y cuando sea mayor, yo mismo entraré en el Eponos y liberaré a la diosa durmiente - afirmó el príncipe, de tan solo diez años de edad, con gran valentía.
El muchacho, que era más fuerte y grande que Eric, lo empujó tirándolo al suelo, justo cuando se disponía a pegarle una patada en el estómago, un cuerpo se interpuso entre ambos niños.
- No vuelvas a tocar a mi hermano - dijo Megaro imponente frente a Eric.
- Pero si es un bastardo – puso como escusa el muchacho.
- Es mi hermano y pertenece a la familia real, así que no vuelvas a pegarle, o yo mismo clavaré tu cabeza en una estaca - el muchacho asintió al príncipe y marchó avergonzado.
Megaro y Winefrida eran hijos de los reyes del pueblo Herbáceo[7], ambos niños eran el orgullo de sus padres. Megaro era fuerte y heroico, en el futuro se convertiría en el mejor guerrero de su pueblo y en consecuencia en el próximo rey. Winefrida era hermosa y compasiva, pronto sería sabia y se convertiría en la mayor confidente de su pueblo.
La reina, había fallecido once años atrás y el rey Maddox, había mantenido tras la muerte de su esposa, una aventura con una artesana, con la que había tenido a Eric.
La mujer había muerto en el parto del pequeño y fue considerado un bastardo. Eric dejaba mucho que desear a ojos de su padre, era delgado e inquieto y siempre se metía en líos, aun así, había demostrado tener grandes dotes como bardo[8] y guerrero, por lo que el rey lo reconoció como su hijo, dándole posibilidades para participar en la tanistría[9] dejando su formación en manos del viejo Serbal.
Pasaron los años y como se venía venir, cada uno de los hijos del rey se convirtió en lo que era de esperar, Megaro era el más valeroso guerrero, había conseguido incontables victorias en la guerra, contra los otros pueblos celtas con tan solo veinticinco años; lucía una media melena corta y morena, además de unos penetrantes ojos oscuros, que intimidaban a todo aquel, que osara interponerse ante su camino de victorias. Estaba prometido con una hermosa doncella llamada Cleissy, la muchacha se dedicaba a preparar remedios con las plantas medicinales que cultivaba en su huerto.
Winefrida, era una mujer fuerte y cariñosa, que tenía dos hijos mellizos de unos siete años de edad. La pequeña Alanis y el travieso Arlen, ambos bermejos y de ojos azules, como su padre, quién había fallecido, en una de las innumerable batallas que había liderado Megaro junto a su padre Maddox. La princesa de cabello avellana, tenía unos ojos añil, acompañados de una cálida mirada. Era la más ilustre de los vates[10] que tenía su pueblo.
Eric era castaño, su pelo era corto, pero llevaba un par de trenzas castañas colgando de su nuca, Eric tenía unos ojos de color azul claro, insondables y alegres, surcado de oscuras pestañas. El muchacho de veintidós años era un gran cantante y acompañaba su voz con su dulcémele[11], instrumento que había heredado de Serbal tras su muerte, cinco años atrás. Eric también, era enérgico y el mejor con la espada, era incluso superior que su hermano, pues este, era más ágil y resuelto que Megaro, pero su padre, nunca le había permitido ir a batalla alguna, debido a su imprudencia y terquedad, por lo que Eric, había decidido hacer expediciones y aventuras por su cuenta, a espaldas de su familia, claro está, metiéndose en problemas, que luego tenían que solucionar sus hermanos por él.
Eric, también había mostrado bastante interés en su juventud, acerca de los dioses y la magia, sus estudios sobre el tema, no habían hecho otra cosa, que incrementar sus ganas de visitar el Eponos.
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Editado: 26.03.2020