7 años en el pasado …
— De acuerdo, saluden a la cámara, chicos — dijo una voz femenina oculta detrás de una grabación, dirigiéndose a dos individuos que ocultaban sus rostros con cubrebocas.
La cámara capturó la imagen de ambos, dos jóvenes altos vestidos de negro mientras caminaban por una calle desierta y un tanto deteriorada, envueltos en la oscuridad de la noche.
— deja eso — pidió el chico a su lado con cierto desdén — será tu culpa si alguien se da cuenta de esto.
— ¡NO JODAS! ¿no venimos a destruir? — preguntó ella, con un tono alegre — tengo ganas de golpear algo.
— ¿Tu novio te dejó? — preguntó él mismo.
— Cállate … — siseó ella, mientras movía la cámara hacia la luna y luego al chico de gorra de lana — oye jefe, ¿dónde está tu mano derecha?
— Espero que llegue — dijo aquel joven.
De pronto, aquella persona estiró sus brazos, hasta llevarlas sobre su nuca y voltear.
— tengo fuegos artificiales, ¿deberíamos usarlos? — siguió el jefe muy alegre.
— a veces me preocupas — susurró el otro chico.
— ya apaga eso, ya llegamos — advirtió el jefe.
— Hoy vamos a morir — dijo emocionada la chica al apagar la cámara.
La cámara volvió a encenderse, esta vez frente a un afiche médico en el pasillo de un hospital y luego en la espalda de un joven de cabello castaño.
— Hola, diario grabado, después de una guerra, debemos admitir que — prolongó la chica mientras caminaba y abría la puerta de una habitación — jefe, tenemos noticias.
— ¡Oye! — se quejó el chico al cubrir su rostro, sorprendido por ambos chicos.
— le queda tres horas de vida — siguió ella.
El joven tenía papel quirúrgico en la frente, en la mejilla y un vendaje en el brazo; sus cejas arqueadas amenazaban con interponerse en el camino de los dos chicos que se sentaron a su lado, mientras la cámara apuntaba a una foto que ni siquiera pudo enfocar.
— largo — dijo él al guardar la foto.
— grosero — le recrimino ella, mostrando el techo — si tu hermana es linda.
— jefe — interrumpió el castaño — ¿qué haremos ahora?
Se escuchó una respiración profunda, tan penetrante que la cámara logró captarla.
— Apaga eso — respondió el “jefe” — Tengo una idea.
Inmediatamente después, la cámara volvió a apagarse.
A pocos días de noviembre, la Escuela Perla se convirtió en el epicentro de un caos que aún no satisface a mi jefe, que quiere destruirlo todo.
Y, sinceramente, yo también lo quiero. Nos protege, y nosotros, los protegemos a ellos. Es una linda forma de decirlo, cuando en realidad el jefe solo quiere destruirlos.
“¿te gustó mi broma?” No escapaba de los pensamientos de Theo. Solo podía pensar en eso, mientras veía por la ventana desde el interior del coche. A lado de su padre en el silencio de solo un ligero fondo musical mientras el chofer conducía.
Con una mueca fiera, Theo no podía apartar de su mente la imagen de la figura cayendo al suelo desde la terraza del edificio y los gritos en el colegio. Fueron tres pisos, pero el sonido del golpe seguía resonando en su mente, como un eco sin fin.
« ¿Qué quieres? ¿Por qué nos molestas? » se preguntó. Como si estuviera hablando con el fantasma en persona. Sin darse cuenta, su pie se movía en desesperación, un tic nervioso que reflejaba su ansiedad creciente.
De repente, su mueca se alargó, ahogando un suspiro. Estaba cansado de terminar cada día con un nuevo mensaje de su acosador, de ser seguido sin saber por quién. En segundos, su vista se volvió borrosa, y llevó su mano derecha a la sien, intentando calmar el dolor de cabeza y el ceño fruncido. Volvió a respirar profundamente, intentando recuperar la compostura.
Últimamente, sentía que su visión se nublaba con más frecuencia. Tal vez eran las noches sin dormir.
Si, tal vez era eso.
— ¿Theo? — preguntó su padre. No dejo de ver su celular.
— No es nada — murmuró Theo, viendo de reojo a su padre ocupado, observando sus ojos fríos y su rostro estoico.
¿Cómo es que no podía mostrar emociones? era una pregunta que siempre rondaba su mente cuando pensaba en su padre.
— Papá — agregó el pelirrojo con voz temblorosa — ¿Qué crees que pase con el colegio?
Hubo un silencio. Javier suspiró y guardó su celular. Se giró lentamente hacia su hijo, quien tragó hondo ante esos ojos secos y desprovistos de calidez. Sin embargo, lo que siguió fue aún más inquietante. El padre sonrió, una mueca severa que estiraba las arrugas de su vejez y cansancio, creando una expresión casi tétrica.
— Tranquilo. Todo estará bien.
Theo sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Las palabras de su padre, lejos de tranquilizarlo, le parecieron una promesa vacía. ¿Cómo podía estar seguro de que todo estaría bien cuando un maniquí había sido arrojado desde una terraza como una macabra broma? El fantasma no parecía dispuesto a detenerse, y Theo estaba harto de ser su víctima.
Él asintió vagamente y volteo a la ventana. Sentía que su vida estaba fuera de control, que en cualquier momento podría estrellarse. Sus manos temblaban ligeramente, y apretó los puños para tratar de detenerlo. Necesitaba una solución, una forma de enfrentar al fantasma y recuperar su paz.
— No puedo más — murmuró, apenas audiblemente.
— ¿Dijiste algo? — preguntó su padre, sin mucho interés.
Theo negó con la cabeza, pero en su mente, un pensamiento persistente se repetía: debía hacer algo. No podía seguir siendo un juguete en manos del fantasma. Su corazón latía con fuerza, y la determinación comenzó a formar un nudo en su estómago.
«Voy a encontrarlo», prometió.
Por otro lado, En una habitación de un hospital, la joven tutora estaba echada en su cama viendo a dos hombres de traje.
— Piensalo bien — dijo uno de ellos dejando un papel sobre sus piernas — las familias te dejarán en paz ¿no quieres trabajar y estudiar en el extranjero? solo no hables de lo que pasó.