Si alguien me pidiera describir con una palabra el pueblo donde vivo, no dudaría en decir: Sol.
Ya fuera invierno u otoño, las estaciones más frías, el sol casi nunca se escondía. Puede que fuera suerte, o no. Nunca había visto un copo de nieve, ni me había empapado por una lluvia torrencial. Ni siquiera tenía un paraguas en casa. Lo único que podría resguardarme de la lluvia eran las bolsas de basura, y no estoy demasiado convencido de ello. Pero mi padre siempre me decía: hijo, ¿sabes qué son los chubasqueros? Lo mismo que una bolsa de basura pero con forma de sudadera.
Puede que decir que vivo en un pueblo no es del todo cierto. Pero tampoco es una gran ciudad. Está repleto de urbanizaciones similares, ningún edificio de más de tres plantas, muchos comercios y demasiadas salas de ocio para todos los habitantes que vivimos aquí. Nunca creí que fuera necesario tantos locales de ese tipo. Realmente la gente disfrutaba mucho más sacando su perro al parque, paseando por la playa u observando el mar.
Vivía con mi padre en una casa de la urbanización, a pocos kilómetros del mar. Todas las casas eran similares pero por supuesto, en su interior se resguardaban personas que eran completamente únicas. De hecho, en aquel lugar era difícil encontrar a personas afines a ti. Todos se sumergían en su mundo, cerraban su círculo de amistades y realmente encontrar a personas que encajaran contigo era una tarea ardua.
Pero si existía algo en común que de alguna forma me uniera al resto de la gente, fue la muerte de mi madre.
Ella había fallecido hacía nueve años y debido a eso, cuidaba de mi padre la mayor parte del tiempo. Él estaba de lleno metido en la enfermedad de la depresión y yo era un curandero de pacotilla, ya que parecía que si no le cuidaba en base a sus adicciones, no era un hijo como debía ser.
Por lo que cuidar, en mi opinión, a veces parecía no ser cierto.
Los vecinos se volcaron con nosotros tras la reciente perdida de mi madre, pero a los pocos meses fueron distanciándose hasta que la cercanía fue tan sólo de un saludo cordial. Pero no lo juzgaba. Más bien, lo comprendía.
Todos debemos seguir con nuestras vidas.
-Sé perfectamente lo que quieres, papá -dije, poniendo los ojos en blanco.
-¡No, no lo sabes! Ayer me trajiste Amstel y yo quiero Heineken, te lo repetí una y otra vez.
-Es cerveza también. Pero, vale... te traeré la dichosa Amstel...
Los gritos de mi padre se oyeron, incluso, cuando estaba dentro del coche. Me reí cuando le escuché repetir "¡Heineken!" como si le fuera la vida en ello. Después su tos ronca le impidió seguir gritando.
Encendí la radio y salí a la carretera.
Una canción de Maroon 5 sonaba. Seguí con los dedos el ritmo de la música como si fuera yo quien la controlaba.
Aceleré y giré la calle.
-Muy buen tema de Maroon five, sí señor. He de decir que es una de mis canciones favoritas. Bueno amigos. Mientras disfrutábamos de la música ha llegado una mujer, se ha sentado a mi lado y está entusiasmada por hablar sobre algo. Esta mañana nos acompaña nuestra encantadora compañera Úrsula que nos hablará sobre... -hubo una pequeña pausa- ¿sobre qué era? (risas)
-Gracias por tus palabras y por la poca memoria que tienes (Más risas) Pues si amigos, como no habéis oído que ha dicho mi compañero, hoy vengo a hablaros sobre el amor (Abucheos y sonido de cristal rompiéndose)
-¿De verdad? ¿Sobre amor? ¡Son exactamente las nueve de la mañana! -más risas.
-En efecto. El amor mañanero. ¿Quién de vosotros hoy se ha levantado con alguien a quien ama junto a él?
-¿Pasamos palabra? -Muchas más risas.
Sentí el deseo de cambiar la emisora pero decidí continuar escuchándola. La verdad es que no era momento, ni hora idóneo para hablar sobre amor. ¿Cómo se les había ocurrido? Aunque en cierto modo, aquel tema podría ocurrírsele a cualquiera y no quedaba menor duda: cuando no quieres escuchar cierto tipo de cosas, porque te hace daño, sea como sea los astros se alinearán y tú como un tonto acabarás sufriendo porque no puedes esquivar lo que te rodea y más si buscas no encontrártelo.
Giré a la derecha y conduje de frente hacia el centro comercial.
Encontré aparcamiento fácilmente, cosa que me sorprendió ya que era sábado y siempre solía estar repleto de coches. Supongo, también, que era demasiado pronto. Pero mi padre cuando pedía una cerveza o lo hacías, o estaría recriminándotelo a lo largo de los días hasta que no conseguía lo que quería. Era una especie de niño grande. De niño repelente grande.
Bajé, me cercioré de que llevaba la cartera y cerré el coche. Tuve que ponerme las gafas de sol aunque la puerta del centro comercial estaba cerca, pero hacía un sol que quemaba la retina sin ni siquiera mirarlo. A demás la humedad del ambiente por vivir cerca de la costa no ayudaba para nada.