Aunque no te pueda ver

Capítulo 4: Carla Requena

No encontré a Marina por ninguna parte por lo que opté marcharme de la fiesta. No quería encontrarme con aquel chico de nuevo porque no sabría cómo reaccionar. Todo había sido una completa locura. Yo no era así, ¿o sí lo era?

Salí de la casa, como pude, y caminé a paso ligero hasta llegar a mi casa. No tardé más de diez minutos pero se me hizo eterno por el dolor de pies que tenía. Serían las tres de la madrugada, no mucho más tarde y ya parecía que iba a amanecer.

Por fin llegué a casa y mandé un mensaje a Marina.

<<Supongo que estarás ocupada. No te encontraba así que he decidido volver a casa. Misión fallida y abortada. >> Carla 3:15.

Me quité los tacones y subí hasta mi habitación intentando hacer el menos ruido posible aunque seguro que mis padres no habían llegado aún a casa.

Pensé, incluso, que no debería haber ido a la fiesta. Había sido una estupidez hacer lo que hice. Acercarme como una cualquiera a un grupo de chicos. No podía decir que no sabía lo que hacía porque realmente lo sabía perfectamente. Llevaba dos años exactos, si no me equivoco, sin tener ninguna relación de absolutamente ningún tipo y creo que eso me había confundido. Sumándole el comedero de cabeza que Marina me había estado dando todo el día antes de la fiesta y el encontronazo con Héctor, me había afectado brutalmente a mi cerebro.

Me puse el pijama y me tumbé en la cama sin deshacerla. No pude dormir. Me sentía avergonzada por lo que había hecho y deseé con todas mis fuerzas no volverme a cruzar con aquel chico. Aunque por otra parte, lo deseaba.

Su voz, sus ojos verdes...

Mi mente una y otra vez traicionándome...

Los rayos del sol entraron por mi ventana y yo aún seguía despierta. Me acerqué a ella y la abrí un poco. El aire fresco me acariciaba la cara y pequeños rayos del sol calentaban mi mejilla.

Entonces, vi a un chico corriendo hacia mi casa. Mi corazón dio un vuelco cuando reconocí la camisa negra.

¿Por qué se dirige a mi casa? ¿Sabe dónde vivo? ¿Marina se lo ha dicho?

Tenía el corazón en un puño.

Pero entonces pasó de largo y le vi alejarse. No dejé de observarle hasta que le perdí de vista. Me quedé un rato mirando por donde acababa de verle por última vez y me di cuenta a los pocos segundos de lo tonta que parecía.

Volví a la cama y me tumbé bocarriba sobre ella. Miré al techo, que no tenía nada en especial, pero para mí sí. Cuántas veces había estado observándolo y dejando mi imaginación a su libre albedrio; cuántas noches había llorado y buscado en ese espacio en blanco una respuesta a todas las preguntas que mi cabeza no dejaba de formular. Atormentándome.

Yo no era de las que lloraba con la cara hundida en la almohada. Yo prefería mirar hacia arriba, que mis lágrimas tuvieran un camino que recorrer sin ver oscuridad. Aquel techo había visto tantas emociones directamente que para mí no era un simple trozo de pared. Era mucho más que eso. Algo metafórico que sólo podía entender yo.

Comencé a sentir un nudo en el estómago y comenzaba a doler. Me llevé las manos al vientre y respiré profundamente mientras mis ojos se iban cerrando poco a poco.

Cuando pensé que el sueño llegaba por fin, escuché la puerta de la habitación abrirse.

Era Marina. Llevaba los tacones en sus manos y parecía que para ella sí había sido una buena noche. Su pelo ya no parecía tan peinado como al salir de casa para ir a la fiesta. Ahora estaba algo revuelto y no tenía los labios pintados. Se tambaleó un poco cuando cerró la puerta y se dirigió al colchón que había cerca de mi cama. Sabía que no era porque estuviera borracha. Ella no solía beber y si lo hacía era porque de verdad le apetecía mucho. Supuse que sería por el dolor de pies de llevar esos tacones tan altos.

- Malditos tacones... -susurró, antes de dejarse caer en el colchón y quedarse completamente inmóvil.

Sonreí y esta vez ya no fue difícil conciliar el sueño.

No sé cuánto tiempo habíamos dormido pero me pareció una eternidad.

Marina seguía en la misma postura e incluso aún agarraba uno de sus zapatos fucsias. Se lo quité cuidadosamente y me dirigí al baño.

Mi cara era un espanto. Parecía como si me hubiese pintado un bebé, aunque puede que incluso el bebé me hubiera pintado mejor. Me desnudé y abrí el grifo dejando el agua correr hasta que estuvo a la temperatura perfecta.

No pude describir la cantidad de pensamientos que invadieron mi cabeza y que poco a poco se fueron esfumando por el desagüe. No quería pensar en ello de nuevo pero me sentía disgustada conmigo misma por mi actuación de ayer. Yo no era así y me negaba a serlo. Yo era una chica normal, que no le gustaba llamar la atención y que me gustaba escribir historias.

Un ejemplo sin ir más lejos, era Marina. Que si estoy guapa, que si este vestido me favorece, que si hoy el pelo lo tengo muy mal... me ponía de los nervios. Pero se hacía querer.



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En el texto hay: accion, amor

Editado: 13.03.2018

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