Aunque no te pueda ver

Capítulo 5: Marc Heredia

Carla Requena... ¿Por qué me sentía tan cómodo a su lado? No la conocía de nada y me sentía capaz de todo con ella. Era como esas personas que conoces y sientes que puedes ser tú mismo sin importar nada más; sin sentirte un ladrón cuidadoso con lo que decía o hacía. No, me sentía y tenía la necesidad de no enmascararme con ella y sólo esperaba que ella fuera natural conmigo.

No puedo mentir. Pensé que al volver a verla iba a ser igual que aquella noche. Provocadora y atrevida. Pero realmente, era mejor así. No la juzgaba por cómo se comportó. Pero si ella se sentía incómoda con ese tema es que algo pasó para que actuara así.

Tiene el pelo más largo, castaño y cuidado que haya visto jamás en alguna chica. Su piel se ve suave, aunque eso pude comprobarlo en la fiesta. Me sorprendió que pensar en aquello me pusiera furioso. No quería pensar en ella de ese modo. No sé, claro que me gustaba pensar en nuestro momento en la fiesta pero por alguna razón sabía que no había sido ella realmente. Que estaba decepcionada con lo que sucedió.

Ahora ella estaba frente a mí, bebiendo Caramel Machiatto y dedicándome alguna que otra sonrisa entre sorbo y sorbo.

Que no se creía que dirigiera la cafetería... Bueno, le perdono que se hubiera reído de mí.

- Así que eres el jefe... -dijo, mientras dejaba la taza de café vacía sobre la mesa y observaba de nuevo cada rincón de la sala.

- Si. Aunque no te lo creas.

Volvió a mirarme e hizo una mueca de culpa.

- Es sólo que eres muy joven para dirigir un negocio, ¿no?

No podía culparla por acercarse a temas personales. Ella no sabía nada de mí y era lógico, al igual que podía haber hecho yo, meter el dedo en la yaga sin saber que aún dolía.

- Lo heredé.

No sé porqué Carla puso cara de espanto.

- Yo... No... -estaba nerviosa.

- ¿Qué pasa?

No entendía su reacción.

- Es sólo qué...

Comenzó a revolverse en el sillón y yo intenté mantener la calma.

- ¿Qué ocurre?

- Lo siento. Creo que he metido la pata.

- ¿Por qué dices eso?

- No sé si debo...

- ¿Conocías a mi madre?

Entonces entendí porqué estaba tan incómoda de repente.

- Sí.

Aunque sentí un fuerte dolor en el pecho, sonreí. Mi madre murió cuando yo cumplí catorce años y aún dolía casi como la última vez que la vi con vida. Siempre estaba sonriendo y trataba a los clientes como uno más de la familia. Habían pasado nueve años y aún lo sentía como si no hubiera pasado tanto el tiempo.

- Me gustaría saber cómo la conociste -dije, mientras terminaba el café.

Entonces me contó el momento del escaparate, la invitación de mi madre y que la suya se incomodó un poco pero que al final accedió a entrar.

- Recuerdo exactamente el primer día que entré. Tú madre me agarraba de la mano y me enseñó la tienda como hoy has hecho tú. Pero cuando llegué a ésta sala... -estaba incluso más emocionada que yo. Se le quebró la voz- fue uno de los días más felices de mi vida.

Me quedé embobado escuchándola hablar sobre mi madre y ver que la sentía casi tanto como yo. Parecía que mi madre había provocado que al final, llegara a conocer a Carla.

El destino.

- Me gusta escucharte.

Ella me miró fijamente y noté que sonreía tímidamente. Hacía mucho tiempo que una chica no captaba toda mi atención y no me refería al tema del físico, sino a la forma de hablar, expresarse, reír nerviosa y apartar su mirada de la mía cuando la manteníamos más tiempo del habitual, mover su pelo de un lado a otro... era toda ella mi atención.

- Quiero saber más cosas sobre ti. -continué.

Nos miramos en silencio hasta que Paolo recogió nuestras tazas de café.

Tenía tantas ganas de decirla lo preciosa que estaba... Pero no me atrevía ya que apenas la conocía y seguro que podría incomodarla. Sentía que con ella quería hacer las cosas bien. Demostrarla que no era una cualquiera, ni que la quisiera para una noche. Sólo esperaba que ella tampoco.

Sin darnos cuenta, estaba a punto de anochecer. ¿Cómo había pasado el tiempo tan deprisa? Yo no solía estar con una chica, después de Soraya, más de cuatro horas. Y todas ellas dedicadas a sexo y nada más. Pero con Carla era diferente. No tenía esa prioridad, aunque me moría por hacerlo.

- Debería irme a casa. -dijo, observando que comenzaba a oscurecer.

Asentí y al ver que no se levantaba del sillón me reí.

- ¿No me vas a acompañar o qué? -preguntó frunciendo el ceño.

- Por supuesto.

Nos despedimos de Paolo y salimos de la tienda.

Caminamos en silencio bajo las farolas que comenzaban a encenderse y disfruté de ello y de ella. De vez en cuando me miraba, pero no aguantaba ni dos segundos. Sabía que aunque no pudiera verlo, estaba sonrojada.



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En el texto hay: accion, amor

Editado: 13.03.2018

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