Aunque ya no estés

Chubby

Zara

Aun no se cómo logré desactivar la alarma con el dolor de cabeza que tenía. Sentía que se me estaba por partir. Me acuerdo de pocas cosas, como que lloré toda la tarde y noche por mi familia… Mi angustia mayor es saber que no puedo hacer gran cosa por ellas, la policía no puede intervenir y una joven de diecinueve años no puede hacer mucho. Lo mejor sería que me atrapen y que se acabe todo esto, pero luego estaba la promesa de mi madre… y que me atraparan dejaba de ser una opción. También que dejé mi trabajo cuando recién había comenzado… de seguro ya me despidieron. Genial, conseguí un trabajo donde el salario era bueno y estoy muy segura que tengo prohibida la entrada. Cansada y triste, agarro fuerzas de no se donde y me levanto. Primero me lavo la cara para despertarme, el agua estaba tan fría que apenas alcancé para los ojos y boca. Cuando me voy acercando a la sala, noto que no hay ningún ruido, solo el viento que entra por debajo de la puerta. En el medio de la mesita del living, hay una taza de café con leche, unas tostadas con mermelada y una notita. La recojo y la leo:

“Buenos días, Zara. Estoy trabajando por si te despiertas y no me encuentras. Te preparé el desayuno porque supuse que estarías cansada, también te dejé un antibiótico para el dolor de cabeza en la barra.”

Y efectivamente, ahí estaba. Una pastilla junto a un vaso con agua. Me pareció un gesto muy dulce que ayer, no se haya apartado cuando lo abracé. Fue mas una necesidad que un impulso, pero claro, eso él jamás lo sabría. Necesitaba un abrazo, aunque sea de dos segundos, para recordarme que no estaba sola, y aunque él y yo no tengamos una relación de las mejores, me sirvió y logré conciliar el sueño. Me pasé la pastilla por la garganta sin ninguna queja y después el agua. Desayuné mirando las noticias poco interesantes y luego me cambié, aún estaba a tiempo de conseguir un trabajo si me habían despedido. Aunque la jefa del lugar parecía muy agradable, no la conocía, si la agarraba en sus días malos, quizás era capaz. Tomé el tren mas rápido y cuando llegué ya estaba abierto. Era raro, porque desde que empecé, nunca abrieron antes de que yo viniera. Entré cautelosamente y lo primero que observo es a un joven en mi puesto. Listo, perdí.

- ¡Zara! ¡Por aquí! – escucho la alegre voz de mi jefa detrás mío y me volteo – ¿Todo bien? Pareces algo cansada.

- Estoy bien… ¿Qué está sucediendo, Mary? – señalo con la cabeza al que ocupa mi lugar.

- Oh eso… Necesitábamos nuevos empleados y lo distribuimos en diferentes áreas. Cameron trabajará contigo.

La mujer comenzó a caminar en su dirección y yo la seguí. Estaba bañando a un Pitbull marrón bebé. He visto muchos perritos tiernos y lindos, pero nada como este. Me dieron ganas de agarrarlo y llevármelo. Obvio no lo haría. Me conformaba con que el dueño o dueña lo trajera siempre. El chico traía un gorro rojo, me recordó a Otis y su obsesión extraña por ese color. Levantó su vista hasta nosotras y nos sonrió. Mary me presentó y luego a él. Los dos estaríamos en el mismo puesto, pero nos repartiríamos los perritos que vinieran. Mientras yo dejo mi saco en un perchero que hay cerca de la caja registradora, escucho el ruido que hacen las caracolas colgadas en la puerta cuando se chocan entre sí. Es para avisar cuando entran personas. Me acerco amablemente y el anciano me entrega a su perrita de raza Yorkshire Terrier. Lo sé porque hay un cartel con foto de cada perro y el nombre de su raza abajo, si no, no tendría ni la mas mínima idea. La perrita no paró de ladrar hasta que la dejé en el piso. La llevé como pude a la bañera y la subí protestando. Como un animalito tan chiquito, podía ser tan rabioso. Vaya que es verdad lo de “chiquito pero peligroso”. Estaba teniendo dificultades con aplicarle champú.

- ¿Necesitas ayuda? – me volteo rápidamente para ver a Camero apoyado en el marco de la puerta con una sonrisa de lado.

- Eh… si, eso creo.

Se acerca y me quita la correa. Sostiene adecuadamente a la perrita y me indica como lavarla. Empiezo a frotar despacio pero como me enseñaron y veía como la suciedad se iba esfumando poco a poco. Después de eso, le sequé el pelo con los secadores clasificados para animales y por último su perfume.

- Parece que ya sabes de esto – le digo mientras la peino.

- Ya he trabajado en peluquerías caninas. Sé cómo tratar con ratitas furiosas como estas.

Reí ante el apodo que le puso a la perra sin nombre, tampoco tiene collar. A los pocos minutos llegó su dueño feliz. Le recomendé comprarle un collar para que tenga le pusiera el nombre de su perra y su número telefónico por si se pierde. Encantado llevó dos collares. Al parecer no se lo había comprado, porque le molesta a su perrita con ahora si nombre, Zoe. Atendí a mas cachorros después de ella y por suerte no pasé trabajo, solo el común. El Pitbull de hoy aún estaba, era raro, porque estábamos por cerrar y nadie lo vino a buscar. Seguía en la casita donde lo dejó mi nuevo compañero. Me acerqué a él, y detrás del portoncito que tenía para que no se escaparan lo acaricié, automáticamente movió la cola mientras estaba acostado sobre sus patitas. Mi corazón se hizo añicos cuando vi que ya había pasado la hora de atención al cliente. Me quedé sentada con él una hora hasta que ya era muy de noche. No estaba mi jefa ni ningún empleado. Yo tenía la responsabilidad de cerrar y que ningún perrito se quedara dentro del local. Un sonido familiar me sacó de mis pensamientos. Rebusqué en mi cartera para ver en la pantalla de mi celular, la cara de Otis.

- ¿Si?

- ¿Dónde andas?

- En mi trabajo, ¿sucedió algo?

- Ya deberías de estar acá.

Era verdad, cerrábamos a las ocho y eran mas de las nueve.

- Es que… tengo un gran y pequeño problema al mismo tiempo.

Hubo un largo silencio desde el otro lado del teléfono.

- Voy a buscarte.




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