Zara
Falleció hace tres años.
No pude sacarme esas palabras de mi cabeza desde el jueves, y estamos a martes, casi transcurrió una semana y esa frase me persigue. No porque lo haya conocido y fuéramos los mejores amigos, sino, porque yo sentí lo mismo que él. Se lo que es cargar con la muerte de alguien que quieres mucho. Otis no tuvo la culpa de lo sucedido, pero yo sí. La parte de ella me la salté por mi propio bienestar. Esa noche ya había hablado bastante y seguir, me bloquearía. Juego con la cuchara de mi café mientras veo a las personas caminar detrás del ventanal de la cafetería. Se veían tan serenas, tan felices… Pero es tan solo lo que creemos, no lo que sabemos. Los humanos tenemos la capacidad de fingir que estamos realmente bien, cuando por dentro, podemos estar cayéndonos a pedazos y nadie se enteraría. Somos como una tortuga: creamos un fuerte caparazón que nos protege de todo lo que nos hace mal, pero luego, por dentro, somos lo mas delicado y sensible, tanto como un diente de león; de un soplido nos rompemos.
- ¿Zara, me escuchas? – la voz de Cameron me trae de vuelta a la realidad.
- Si, si. Disculpa, estaba pensando… – le dedico una sonrisa forzada antes de llevar un poco de café a mi boca.
- Como te decía… Estaba pensando en hacer una fiesta en mi casa este fin de semana. Todos mis amigos irán e invitarán a más personas.
- Suena divertido, pero no el lío que te dejarán después.
Ríe por mi comentario sin ganas que hice. Me apetecía mucho terminar esta comida y regresar al trabajo.
- Y tú estas invitada – lo miro con desconfianza – Puedes llevar a tantas personas que quieras.
- Me lo pensaré, desde ya gracias. ¿No crees que debemos volver a la peluquería?
- ¡Los perritos! ¡Sí! – dejamos el dinero sobre la mesa y salimos casi que corriendo. Para nuestra suerte, no quedaba a mas de una cuadra de nuestro trabajo.
Llego a casa muy cansada por el largo día que tuve. Atendí a más de quince animales. Un récord. Cuelgo mi abrigo y bolso en el perchero de siempre, pero me detengo en cuanto piso un juguete de Chubby, levanto la vista y veo la casa echa un desastre completo. Almohadones tirados por el piso, varios libros de la biblioteca de Otis desparramados por el suelo, vidrios en todos lados… Camino con cuidado de no seguir arruinando mas la cosa de lo que está y voy hasta la cocina. Encuentro a mi hermana tirada en el piso llorando desconsoladamente y a mi madre intentando calmarla. Había olvidado por completo que mi hermana sufría de un trastorno explosivo intermitente. Cualquier cosa que no le gustara, que la enojara, desataba grandes consecuencias como objetos rotos, personas lastimadas y palabras hirientes. Cuando estuvo en tratamiento, los episodios cada vez eran menos y no tan fuertes, pero por obvias razones, tuvo que dejarlo y todo parece volver a ser como antes. Me acerco a ellas a paso lento para no asustarla ni enojarla mas. Sus ojos verdes se van agrandando mediante me voy acercando. Cuando ambas estamos a la altura perfecta, trato de crear un ambiente de paz.
- Hola Zaira, ¿qué te tiene tan molesta? – hago un ademan de agarrar sus manos, pero se levanta rápidamente, yo hago lo mismo.
- ¡Tú! – me empuja con mucha fuerza y hace que me choque con una pared – ¡¿Quién mierda te crees para dejarnos solas y hacer tu vida perfecta?, ¿eh? – otro empujón más – Mírate, vives en una casa preciosa, con todas las comodidades, un novio perfecto que te mantiene a flote y luego está la mugre, nosotras, tú familia, la cual no fuiste capaz de ir a rescatar.
Miro a mi madre confundida. Al parecer jamás le contó a mi hermana sobre la charla que tuvimos antes de que la tragedia ocurriera. Trato de estar lo mas tranquila posible para tranquilizarla a ella.
- En primer lugar, Otis no es mi pareja. En segundo, mi vida desde el día que desaparecieron fue un maldito infierno, ¿y sabes que es lo peor? – niega con la cabeza mientras observo como arma dos puños a sus costados – Qué nuestra madre me hizo prometerle que no regresaría por ustedes. No quiera hacerle caso, no podía seguir con mi vida como si nada después de lo sucedido. ¡Pero carajo! Mi madre me lo estaba pidiendo, y yo tenía tan solo dieciocho años. ¿Qué demonios podía hacer? Lo unció seguro era que me encontraran a mí, para luego hacerme lo mismo que le hicieron a nuestro padre – miro a mi madre –, a tú esposo.
Los puños de mi hermana seguían firmes. Dejó de prestarme atención a mí, para dársela a la mujer rubia que no paraba de llorar detrás suyo. De un momento para el otro, mi madre estaba en el piso y yo estaba sobre Zaira intentado sacársela de encima.
- ¡Pasé más de un año culpando a mi hermana cuando la culpable eres tú!
Sujeto con mucha fuerza sus caderas y cincho hacia atrás. El perro comenzó a ladrar sin parar por lo acontecido y el sonido de una puerta cerrarse me tranquiliza un poco.
- ¡Otis, ayuda por favor!
- ¿Qué suce…?
Le indico que me ayuda a quitarla y lo logramos. Mientras él la sostiene yo corro hacia mi madre y la ayudo a levantarse. La siento en una silla de la barra y le alcanzo un vaso de agua fría. Otis lleva a mi hermana a mi habitación al parecer y se queda allá. Con una bolsa de hielo, intento hacer que se le baje la inflamación de sus ojos y frente. No la culpo, sé que mi hermana es muy difícil de tratar y le daba miedo como eso podía acabar. Esto no fue nada a comparación de otros episodios. El más fuerte que recuerdo fue el tajo que ella misma se hizo en el cráneo con un compás en la escuela. Se enojó porque no logró hacer una circunferencia perfecta, y lo mas peligroso que tenía a su alrededor, fue eso. Tenía prohibido el fácil alance a objetos peligroso que revelaran un posible daño para ella o para cualquiera, pero eso fue algo inevitable.
- Juro que se lo quería decir… pero tenía miedo de que se pudiera hacer daño ella misma. Sé que estuvo mal… Lo siento.