Aunque ya no estés

Tulipanes

Zara

Sigo sin entender nada. ¿Por qué no fue capaz de decirme que estaba comprometido? No era tan difícil decirme: “Zara, no te confundas, soy un hombre comprometido.” ¡Es que lo complicó todo! Me odio a mí misma por confundirme, lo odio a él por dejar que me le acercara, que lo tocara, que lo mirara de una forma que jamás hice. Pero no me importa si está casado o no, si tiene diez hijos o no, él no me gusta ni mucho menos me atrae físicamente. Yo estoy bien con Cameron, él si vale la pena, él si se merece que lo mire con adoración, que lo abrace con fuerza, que lo toque descaradamente. Mientras hago mi valija, me topo con las fotografías de mi familia, las cuales llevo a todos lados. Una foto donde sale mi padre como era antes… antes de todo lo que vino a continuación. Lo extraño tanto que, si lo tuviera en frente mío, en este instante, de seguro mis pies se pegarían en el piso evitando que corra a sus brazos como lo hacía la mini Zara. Aun así, lo amo, porque un error no nos define como seres humanos. Quizás por su culpa nuestra familia sufrió mucho, pero sé que él no lo hacía con esa intención, porque cuando caes en ese tipo de telarañas, luego es difícil salir. Dejo las fotografías donde las encontré dispuesta a cerrar de una vez la valija e irme a la casa donde se estaban quedando mi hermana y madre. Pero en ese momento, un perro marrón con ojos del mismo color que el cielo en un día soleado, me mira con cara triste desde el sofá. ¿Sabría él lo que estaba por pasar? Hace unos días miré un documental que decía que los perros gracias a las voces humanas pueden entender la mayor parte de los sentimientos de sus dueños.

- No te quedarás solo Chubby… Tú y yo nos iremos juntos a otro lugar – le digo mientras le acaricio su cabecita. El comienza a mover su cola sin parar.

Le coloco su arnés junto a su correa. Meto sus pertenencias dentro de un bolso que encontré en el cuarto encerrado. Supongo que no le importará a Otis esto. Pedí un taxi y a los pocos minutos ya estaba estacionado enfrente de la casa. Me ayuda con mis cosas y a subir al perro, no le molestó la presencia del canino al parecer. Durante el trayecto del viaje, no dejo de tronarme los dedos. No sabía que iba a pasar después de que Otis leyera la carta que le escribí, ni cómo iba a reaccionar, supongo que normal, no es tan importante que tu compañera de piso durante cinco meses se vaya de la nada, ¿no? Pero mejor así, él y su prometida tendrán su espacio personal sin que una extraña y un perro los moleste. Además, quería estar con mi familia. Logré conseguirles un departamento accesible para ellas, yo me quedaría en el mismo. Cuanto mas cerca mejor. Cuando llegamos, el señor vuelve a ayudarme como lo hizo hace rato. Llego a la recepción y una señora con un moño amarrillo mas grande que su cabeza, me atiende con una sonrisa.

- ¿Qué tal? ¿Quedan habitaciones disponibles?

Mientras ella teclea algo en su computadora, yo calmo a Chubby que parece estar ansioso por subir.

- Si. En el cuarto piso habitación 33. ¿Desea alquilar? – le respondo que un “si” y hago el papeleo necesario.

 Abro la puerta como puedo, ya que mi perro es mas fuerte que yo y de los tirones que me daba no me dejaba caminar. Lo primero que veo al llegar es una sala de estar llena de muebles blancos y una gran ventana que da a la terraza. Camino por el lugar llegando a la mini cocina donde solo están los electrodomésticos necesarios y una mesada de mármol blanca. Mi habitación es algo poco espaciosa pero bonita, con sus muebles que combinan con la casa y una cama de dos plazas. No pido mas, tampoco me da para mucho. Comienzo a ordenar mi ropa para luego de eso ir hasta el piso de mi madre, que es uno menos que el mío. Tardan en abrir, pero cuando por fin lo hacen, solo veo a mi hermana por la casa.

- ¿Y mamá? – pregunto mientras reviso las habitaciones con la vista.

- Salió. ¿Qué necesitas?

De todo.

- Hablar. ¿Puedes?

Suspira y asiente. Ambas caminamos hacia un sofá y nos sentamos en él, mirándonos fijamente.

- ¿Qué ha pasado, Zaira? Quiero saber que fue de ustedes.

- No es necesario, es mejor si no lo sabes.

- Si que lo es. ¿Crees que fue fácil vivir sabiendo que mi familia corría peligro? – niega con la cabeza gacha – Zai… Dímelo, aunque no me guste.

Y entonces, llora. No me alarmo y me quedo en mi lugar, con la diferencia que ahora sostengo sus manos para tranquilizarla. Siento como las gotas de su llanto bajan por mi piel humedeciéndola. Entonces veo fragilidad, veo azul, su color. Ella antes era amarrillo, de ese bien chillón que es capaz de dejarte ciego y ahora… observo como se hunde en un mar de lágrimas, como las palabras se le atascan en la garganta y los recuerdos horribles quieren salir, pero ella no los deja. Me siento terrible por presionarla tanto hasta este punto, pero no voy a dejar que mi hermana pierda su esencia como lo hice yo. Y mucho menos dejaré que viva sola con esos pensamientos atormentándola constantemente. La abrazo y acaricio su melena rubia mientras dejo que se desahogue en mis piernas. Luego de un rato, se recompone y decide darse una ducha, en eso, me dedico a esperarla y mientras tanto converso con mi madre sobre mi reciente mudanza y la razón de eso.

- Aun me parece raro… No parecía estar comprometido cuando estábamos allí…

- No se – me encogí de hombros – El caso es que me mintió todo este tiempo y me dejó acercarme como si nada, teniendo novia.

- Tú también le mentiste, Zara – me recuerda mi madre mientras me mira divertida.

- ¡No es lo mismo! Yo no soy la que se va a casar. – contraataco.

Pasé la tarde merendando con mi familia y viendo mi serie de vampiros con ellas. Tengo un gran amor por Damon mientras que ellas dos prefieren a Stefan, él también me gusta, pero no tanto como mi señor Mandíbula Marcada. Y llegó la noche, mi teléfono no sonó, tampoco nadie se presentó en la casa de mi madre, la cual es la única dirección que tiene él. Por un lado, es mejor así, en la carta especifique que no quería molestarlo mas y que me haría un gran favor si se olvidaba de mí, pero por el otro me entristece que no me haya llevado la contraria, quizás así era una forma de que estaba equivocada y que no era una verdadera molestia. Pero es así. Mientras le coloco el arnés a mi perro para llevarlo a hacer sus necesidades, le puerta suena, fácilmente podría ser mi madre ya que le presté el secador de cabello y me lo tiene que devolver. Junto a Chubby, abro la puerta y este canino no duda un segundo en tirarse sobre un hombre de pelo negro con un gorro rojo. Parecía que lo había invocado, ya me estaba dando algo de medio sinceramente. Todo era muy incómodo, sentía su mirada sobre mi pero yo lo intentaba de ignorar.




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