Aurora conoció a un chico bastante triste mientras conseguía su primer trabajo en el pueblo, ya que el dinero de la abuela se terminaba y necesitaba moverse por sí sola.
Tiago era su nombre. Un chico reservado, nacido en ese mismo pueblo. Su cabello café había atrapado la atención de Aurora en un instante, un rayo tatuado en el cuello y un gusto casi innato por las letras fue lo que logró enredarla por completo.
No hay mucho que contar que tú, querido lector, no hayas experimentado. El primer amor corriendo salvajemente por las venas. Las emociones consumiendo cada corriente de pensamiento. Tiago y Aurora comenzaron a verse muy seguido, ella comenzó a viajar más lejos que nunca en sus sueños, como un viaje a la luna, como un viaje a Saturno, las dimensiones y todo lo que alguna vez creyó conocer estaba cambiando.
Trabajaban en el mismo lugar, Tiago era el encargado de la librería, la única del triste pueblo. Aurora acomodaba los libros y se aseguraba de tener todo en orden.
Todo estaba bien, Aurora se sentía orgullosa de por fin no pertenecer a ningún lado más que a Tiago, sus pensamientos, cuerpo y alma parecían no ser suficientes para entregar. Necesitaba sentirse bien, como una nueva adicción, era adicta a Tiago, tanto como él lo era a la heroína.
Las cosas fueron cambiando más rápido de lo que cualquiera hubiera imaginado. Él dejó de responder las llamadas
Dejó de ir al trabajo hasta que le informaron que había renunciado.
Dejó de verla durante las mañanas, debajo de árboles que parecían presumir su vibrante color.
Él parecía haber desaparecido.
Aurora le preguntaba a las raíces, a las libélulas, a las hojas caídas. Buscaba respuestas por todos lados. No quería volver a quedarse sola.
La noche más oscura fue la del dieciséis de julio, cuando Aurora salió a buscarlo después de enterarse que estaba en la fiesta de uno de sus amigos. Al encontrarlo, algo faltaba, algo había dejado parte de su existencia. Salieron de la fiesta, Aurora planeaba llevarlo a su casa para que pudiera recuperarse, estaba tan intoxicado que sus ojos iban a todas partes, a veces susurraba cosas que parecían no tener sentido.
Al entrar a la casa, Tiago dejó la poca realidad que lo rodeaba, dejó su humanidad afuera. Se convirtió en un monstruo que aterraba a Aurora. Todo estaba borroso.
Tiago se abalanzó sobre Aurora.
-Oye, mami, ¿Qué pasará cuando yo decida casarme?, ¿Voy a ser tan feliz como mi abuela?
-Debes escoger a la persona correcta. Alguien que esté dispuesto a cuidarte y tú también cuidar de esa persona. Y que jamás te haga daño. Eso es algo que no debes permitir.
- ¿Vas a regañar a mi esposo si es grosero conmigo?
-Claro que sí. Sabes que siempre estaré contigo. Pero ya, basta de hablar de esto de los noviecitos, tú solo tienes diez años, Aurora, ahorita enfócate a estudiar.
Todo pasó tan rápido.
Todo fue tan silencioso.
Todo fue tan aterrador.
Había sangre por todos lados.
El sueño había terminado.
Su inocencia y coraje corrían como ríos a través de las sábanas.
Todo se volvió más silencioso.