Aurora lunar: La frecuencia de la curiosidad

La belleza del momento

Otro viernes en Auris. Otra noche de figuras desconocidas de blanco, intentando alcanzarlo, moviéndose entre la multitud oscura, teñida por las luces de colores del club. Otra noche en la que el dj simuló que no los veía y subió el volumen hasta que la onda del sonido barrió con todo el brillo sobrenatural del lugar.

Debajo de la cabina, un par de chicas se movían con sensualidad, por momentos tocándose mutuamente, con paciencia, por momentos mirándolo a él. Nicolás hizo todo lo posible por no echarse a reír de puros nervios. La última vez que se había tentado con una clienta del club, había perdido a su novia. Se había dicho que ahora, con veintitrés años, ya podía ponerse un poco más responsable. Pero, ¿dos chicas a la vez? Además, ¿qué eran veintitrés años en una época en la que la esperanza de vida podía llegar cerca de los cien?

Él no se sentía feo, en absoluto. De su madre había heredado la profundidad en sus ojos color avellana y de su padre la gran altura, la espalda ancha y la facilidad de palabra. ¿Por qué vivir amargándose, cuando otros en su misma situación la pasaban mucho mejor? El rojo en su cabello, que en su niñez lo había hecho objeto de burlas de compañeros de colegio y de fantasmas por igual, ahora le robaba miradas a más de una mujer por la calle.

¿Cuál era la necesidad de vivir escondido, pasando de la tristeza al cinismo? Al menos, la vida nocturna que él tanto amaba le podía dar alguna alegría extra. Ya era un soltero más. Tocaba dejar de llorar un poco y salir al ruedo otra vez.

Cuando volvió a prestar atención hacia las chicas, ellas ya parecían haber decidido que no necesitaban a nadie más, por lo que Nicolás dejó ir la fantasía loca y se contentó con imaginar algo más realista. Como la muchacha del vestido blanco, que bailaba sola en medio de la pista. Al dj le pareció que se movía bien, pero no porque bailase para atraer a alguien, sino porque disfrutaba lo que estaba oyendo. De alguna forma, para alguien que rechazaba los cumplidos verbales, ver aquello podía ser el mejor halago.

Por más que su instrumento fuese una consola con botones, Nicolás podía darle una intención distinta a las bases musicales que mezclaba. Una especie de alma nueva en sus remixes. En especial, cuando se relajaba y no solo usaba el sonido como una cortina para esconder su condición de médium. Cuando creaba sus propias mezclas, con grabaciones de la voz de su hermana Oriana en canciones que la niña escribía, mezclas que tal vez nunca se animase a mostrar a nadie.

«Alguien está escuchando. No solo se embriaga y usa lo que hago como ruido de fondo. De verdad está prestando atención. ¿Sentirá en la piel cada nota, la vibración, los graves, los agudos?».

Con ese breve pensamiento, tuvo energía de sobra para pasar una de sus mejores noches en la cabina. Estaba animado de verdad. Incluso se preguntó si podría, en algún receso rápido, averiguar algo de la muchacha. Hasta que la observó mejor y notó que el resto de los asistentes no brillaban por las luces negras en aquel momento. Desvió la mirada a su reloj de muñeca, que con sus números en azul eléctrico le indicó que estaban por dar las tres de la mañana. Un vacío se instaló en el estómago del dj, que se asustó y se enojó consigo mismo por semejante distracción. El volumen estaba al máximo, de nuevo. El lugar estaba libre de presencias que no fuesen humanas, a excepción de aquella joven de cabello largo y oscuro pero brillante, con mechones blancos.

«Vestido de mangas largas y botas. Debí darme cuenta, si estamos en verano» pensó Nicolás, aún impresionado por el ritmo del fantasma.

Entonces, resignado a que el espectro no se iría, el dj se limitó a pasar de una canción a otra. La curiosidad empezaba a reemplazar a la aversión. El interés de la joven no parecía estar en buscarlo a él, en tomar un favor suyo. Más bien se veía concentrada en la música, en la experiencia, en el momento. Y aquello provocó en Nicolás un respeto enorme.

«Ya quisiera yo tener ese gusto por estar aquí» reconoció el dj, asombrado.

Entonces, sin llegar al final de la canción, la chica fantasma dejó de bailar y se echó hacia atrás el pelo, como si sintiera calor, antes de desaparecer. Nicolás perdió por un instante el control de la consola y lo recuperó con habilidad, haciendo una introducción al tema que seguía. Ahora la oscuridad era total, la masa de gente bailando era uniforme. Nada sobresalía ante los ojos del dj. Y de pronto se encontró buscándola, esperando verla aparecer de nuevo. Cosa que no ocurrió.

Las preguntas empezaban a agolparse en su cabeza, por supuesto. El reloj en su muñeca le dijo que acababan de dar las tres en punto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.