Aurora lunar: La frecuencia de la curiosidad

La fuerza de los pensamientos

«Esta no es una buena forma de pasar mi tiempo libre» pensó Nicolás, ajustándose la chaqueta de jean luego de bajar del bus.

Era de noche. Era viernes. Y él no estaba metido en su cabina, con la única compañía de su consola y el escudo protector de su música.

Auris había recibido una inspección en plena madrugada, en la que habían contabilizado varias infracciones en cuanto a sanidad, la cantidad de personas que podían estar en el club, la fecha de caducidad de la recarga de matafuegos y el bloqueo de la salida de emergencia del lugar. Lo habían clausurado hasta que se pudiese poner en orden todo aquello.

Por lo tanto, aquel fin de semana solo trabajarían los de limpieza y el personal administrativo del club.

Jonathan había aprovechado la ocasión para insistir por enésima vez con el tema de su favor personal. Esta vez, él lo había escuchado.

Al parecer, una de sus primas adolescentes estaba pasando por una etapa de interés en el ocultismo. Su tía había visto en ella comportamientos extraños y la aparición de nuevas amistades. El colmo había llegado con la suspensión de su escuela, porque una profesora la había sorprendido organizando reuniones de juegos de la ouija en el espacio para educación física.

Nicolás se hubiese reído de todo aquello, de no ser porque la historia de Johnny no terminaba ahí.

La rebeldía de la muchacha había empeorado, con un cambio en su manera de vestir y el abandono total de sus obligaciones dentro y fuera de los estudios. El propio Jonathan había intentado acercarse a ella, en modo amistoso, y había descubierto que lo único que hacía la adolescente en su nuevo grupo era asistir a la casa de un médium llamado Maestro Hazael.

Por lo hermético que era el hombre para aceptar gente en sus «reuniones de revelación», el conseguir las dos invitaciones, una para él y la otra para Nicolás, había costado bastante.

Nicolás llevaba un mes negándose a ir con él. Y el barman no había encontrado la ocasión para ir a buscar a su prima.

El problema era que la joven ya no volvía a la casa durante fines de semana enteros. Y la policía se negaba a tomar la denuncia si ella solo se iba por su voluntad con amigos y después volvía sin un rasguño.

Algo más debía poder hacer Jonathan. Y allí entraba su amigo, el verdadero médium, que sí podía ir a desmentir a aquel farsante y sacar del engaño a la joven. Tal vez, incluso podía darle una charla sobre ese mundo al que tanto deseaba entrar.

Para Nicolás, ir a meterse en una reunión de locos por lo místico era lo último que hubiese querido hacer. De por sí, no ser él quien controlase las condiciones de un lugar tan concurrido le daba malestar. Y si alguno de los que estaba allí sabía invocar espíritus, aunque fuese a lo bruto, las cosas sí podían ponerse feas.

Sin embargo, allí estaba. En esa noche fría de otoño, con el amuleto contra posesiones que le había dado su padre y algunas ideas de trucos baratos con los que dejar en ridículo a ese tal Maestro Hazael.

«Y el tarado de Johnny llegando tarde, como siempre» pensó el dj, ya en la esquina que habían acordado para encontrarse.

La calle estaba desierta y el alumbrado público era un desastre.

«La combinación perfecta para un cobarde como yo» se dijo, con una sonrisa triste.

Metió las manos en los bolsillos y se apoyó contra el poste a su lado. Se sintió tentado de sacar el móvil, pero prefirió mantener los cinco sentidos alerta, por las dudas. Tanto vivos como muertos serían un problema si lo atrapaban desprevenido allí.

Cierto resplandor captado de reojo lo hizo ponerse en guardia, pero había resultado una mujer usando su teléfono como linterna. Nicolás notó que pasaba caminando frente a él a la mayor distancia que podía, hasta perderse pasando la esquina.

Sintió pena por un momento. Los habitantes de aquella zona, en especial las mujeres, no debían pasarla muy bien. De pronto se sintió bastante estúpido.

«Al fin y al cabo, tengo cómo defenderme, de quien sea» pensó, más aliviado, y se giró para evitar que el viento le diese con tanta fuerza en la cara.

Entonces se encontró frente a frente con la aparición de un hombre con el cráneo destrozado, mirándolo con su único ojo y regalándole una sonrisa desdentada y sangrienta. El casco enganchado en su brazo se veía intacto, solo con algunos raspones.

A Nicolás casi le da un paro.

«A la mierda, yo me voy a mi casa» decidió, poniéndose en marcha hacia la avenida a paso rápido, en busca de algún taxi.

Fue cuando sintió que alguien corría detrás de él.

«Mierda, ahora van a asaltarme» concluyó, mientras se lanzaba con velocidad por el centro de la calle desierta, como desesperado.

—¡Nico, espera! —gritó su perseguidor, que había resultado ser Jonathan—. ¡Nico!

El dj se detuvo, jadeando por el susto y por la falta de estado físico. Su concepto de huir no solía incluir el alejarse corriendo de nadie, al menos no desde que había terminado la primaria.

—No… No me… hables… —protestó como pudo, mientras sus pulmones parecían querer acaparar todo el aire disponible en la calle—. Tú, imbécil…

El otro muchacho llegó hasta él y lo llevó de nuevo a la vereda, antes de que una motocicleta se lo llevase por delante. El dj se soltó con brusquedad.

—¡Qué poca paciencia, hermano! —dijo el barman, entre risas.

Nicolás no podía creer la liviandad con la que iba su amigo por todas partes. No había una sola célula de seriedad o compromiso en Jonathan Cruz.

—Me cago en… ¡Hace media hora que estoy aquí parado, estúpido!

—Perdón, perdón, perdón —rogó el joven, con las manos unidas frente a su cara—. A mamá se le ocurrió enviarme a buscar unas cosas a la loma del culo, no llegué a tiempo para salir a horario.

Al oírlo, Luna recordó que sí había algo a lo que su amigo era incondicional. Su familia.




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