Había oscurecido hace bastante tiempo ya. Eran aproximadamente, las once y media de la noche.
Como siempre, las calles del callejón donde vivía eran silenciosas, los faroles alumbraban un poco y apartaban mínimamente la oscuridad.
El silencio dentro de mi casa era nada más y nada menos que aburrido. Me estaba cansando de esta repetitiva rutina. Además, la gatita que tengo ya no me entretiene como los primeros días posteriores a su llegada, y eso, sinceramente, me molestaba un poco.
Me acerqué a la pequeña radio que mantenía sobre la mesa de la cocina y coloqué una canción que me gustaba bastante.
You are my sunshine, (Tú eres mi luz del sol)
my only sunshine (mi única luz del sol)
You make me happy when skies are gray (me haces feliz cuando los cielos están grises)
—Como amo esta canción —De pronto, me dieron ánimos de salir al jardín para fumar algo, ya que, de seguro, un cigarrillo era lo único que necesitaba para relajarme.
Tomé la cajetilla que estaba en el borde del sofá y tomé el encendedor de la cocina. Fui a sentarme a uno de los escalones que había a la entrada de mi casa, y me dediqué a fumar el pequeño cigarro que había sacado de la caja.
—Esto era lo que necesitaba después de todo —Luego de dar la primera calada, me sentí mucho más relajada, o por lo menos así fue, hasta que se escucharon unos cuantos pasos acercándose a mí, sacándome de mi breve paz.
—Hola —Escuché una voz masculina, pero bastante suave, a mi izquierda.
Despegué mi vista del suelo y la levanté para mirarlo a la cara, tenía un rostro que casi desbordaba inocencia por los poros. Se podría decir que no había pasado por muchas experiencias malas en su vida, vaya, hoy en día quedan pocas personas así. Sus cabellos cafés oscuro se veían suaves, y poseía un par de ojos claros, creo que celestes.
—Hola —respondí sin más, pensando en que se parecía bastante a mi hermano menor.
Me gustaría tener a ese chico entre mis manos. Deseo tenerlo por debajo de mí, quiero verlo llorar, quiero que se sienta inferior a mí y que conozca el verdadero dolor.
De seguro, hacerlo enloquecer entretendrá varios de mis meses.
—¿Podría hacer una llamada desde tu teléfono? El mío se descargó y no sé dónde estoy —dijo notoriamente avergonzado, ¿perdido? Es mucho más inocente de lo que pensaba, ¿en qué pensará éste chico? ¿Acaso no le enseñaron a no hablar con extraños por qué algo muy malo podría pasarle?, sí, ya me decidí, es hora de tener una nueva mascota.
—Oh claro —Me paré del pequeño escalón en donde estaba sentada y tiré el cigarrillo al suelo, para luego pisarlo— Pasa, mi celular también está descargado, así que puedes utilizar el teléfono fijo, ¿no te molesta? —pregunté con una sonrisa, después de todo, los chicos así, confían mucho en las sonrisas de las personas, ¡es una lástima que la mayoría sean tan falsas como la mía!, ¿no?
—¡No-No! Para nada. Yo debería ser quien te está molestando —El nerviosismo era bastante notable en el tono de su voz, ¿acaso él nunca había hablado con una chica antes? Sus manos temblaban levemente y su tartamudeo era algo divertido.
Reí levemente y me dirigí a la puerta de entrada.
—Ven, pasa —Ensanché un poco mi sonrisa al ver el notorio sonrojo en su rostro, era una lindura, me pregunto si su interior será igual de lindo.
—Con permiso —Caminaba atrás de mí y luego recordé que el olor a descomposición que aún no había tratado, pero él me seguía de todas formas al interior de la casa, confiando en mí, en que quizás sólo eran alucinaciones suyas, confiando en que una chica con un rostro bonito jamás podría siquiera dañar una mosca.
—Por aquí —dije entrando a la cocina, y en una de las paredes estaba el teléfono fijo, al cual, él se acercó al instante.
—Muchas gracias —susurró y yo salí de allí en busca de mi bate.
Me apresuré en tomarlo y volví en pocos segundos a la cocina, escuché como marcaba algunos números, llevaba la cuenta y cuando supe que solo le faltaba uno, lo golpeé con todas mis fuerzas en la espalda con aquel bate de madera. Él cayó al piso gritando de dolor, y yo sólo pude sonreír, aparte de contener mi divertida risa.
—¡Ah! —chilló por el impacto en su espalda.
Nuevamente le pegué, aunque ahora en las costillas derechas. Disfruté de escuchar un grito de agonía genuina salir de sus labios, ¿estaba llorando? ¡Ja! ¡Sí! Él estaba llorando el suelo. Desvió su mirada hacia mi rostro y yo, en serio, no podía contener siquiera mi enfermiza sonrisa, pobrecito, incluso se notaba mucho más pálido, supongo que por el miedo.
—¿Sabes? Hace tiempo que no tenía una mascota nueva, y últimamente me he estado cansando de los gatos —dije recordando a Ally. Oh, ese chico si me molestó bastante tiempo, hasta que logré adiestrarlo bien.