Al contrario de lo que Ileos me había dicho, al día siguiente no vino a quitar la tabla de la ventana. En su lugar, una chica vino sin decir nada, dejó un cuenco sobre la mesilla de noche y quitó la tabla. Cuando volví a mirar por la ventana, esperando ver alguna diferencia desde la última vez, me di cuenta de que el árbol parecía aún más frondoso; quizás fuera por el tiempo que había pasado sin verlo o porque realmente era más frondoso. Cuando me acerqué al cuenco me di cuenta de que dentro había lo que supuse que eran frutas, aunque tenían una forma muy distinta a la que tenían las de la tierra. No quise pensar demasiado en qué me estaba llevando a la boca, según mis cálculos debía de llevar al menos dos días sin comer. Por suerte no era ninguna especie de fruta venenosa con la que pretendían matarme, más bien sabía como una manzana de la tierra, aunque era morada y ondulada.
Debió de pasar al menos una semana desde la última vez que había visto a Ileos y había entrado en un rutina que parecía interminable; la misma chica aparecía a la misma hora trayendo el mismo cuenco de fruta, venía al amanecer para quitar la tabla y al anochecer para volver a ponerla. Y yo no podía dejar de preguntarme lo mismo una y otra vez:
¿Dónde narices estaba Ileos?
Hacía ya varios días que había perdido la esperanza de que apareciera por la puerta, en su lugar, había intentado hablar con la chica, pero no me había servido de mucho, cuando venía, por lo general, no se detenía ni a mirarme y cuando le decía algo me ignoraba y comenzaba a murmurar palabras en un idioma que desconocía.
Había vuelto a empezar a trazar planes de huída, si nadie iba a decirme nada y la única fuente de información que tenía estaba desaparecida tendría que arreglarmelas sola. Además, ¿iba a mantenerme encerrada hasta poder devolverme a la Tierra? ¿Y si no había forma de hacer eso? ¿Me quedaría aquí para siempre? No pensaba seguir así, si había una cosa que tenía clara era que iba a salir, después ya pensaría en algo.
Observé el árbol con odio, si no fuera por él hacía ya tiempo que habría salido de ese lugar.
Se acabó esperar, me acerqué a la ventana, la abrí, coloqué los pies en el borde, mientras me agarraba al marco. Miré con furia las ramas y tomé aire, iba a hacer una locura, solo esperaba no romperme ningún hueso. Me impulsé con las manos hacia delante, cruzando la ventana a toda prisa y lanzándome directamente hacia las ramas, en cuanto pude agité mis brazos de un lado a otro, intentando agarrar alguna rama y evitar estamparme contra el suelo, pero de repente dejaron de haber ramas a mi alrededor, no había nada a lo que agarrarme, miré hacia abajo y me di cuenta de que tampoco había nada que fuera a parar mi caída.
Entonces grité, aterrada al ver como iba a ser aplastada, cerré los ojos y esperé. Hasta que, de la nada, dejé de sentir como caía. Abrí los ojos, esperando ver cualquier otra cosa menos la realidad; unos brazos me agarraban con fuerza mientras nos acercábamos cada vez más a la ventana, el único viento que sentía, que nada tenía que ver con la sensación de estar cayendo, provenía de unas enormes alas que se batían haciendo que cada vez nos alejáramos más del suelo.
Ileos.
Cuando volví a poner los pies en el suelo corrí a asomarme por la ventana, miré hacia abajo y abrí los ojos como platos, en el árbol se había formado un enorme agujero oscuro formado por un montón de ramas curvadas y pegadas entre ellas y, al final del todo, había una enorme pila de hojas. Ileos me agarró los hombros y me apartó de forma brusca de la ventana. Si quitarme un ojo de encima se acercó a la ventana, murmuró algo y cerró la ventana.
—¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!? ¡Podrías haberte hecho daño!
No presté atención a sus gritos, necesitaba respuestas, lo que acababa de hace ese árbol no era normal.
—¿Qué has murmurado cuando cerrabas la ventana?
Dejó de replicarme por un momento, abrió los ojos y después fingió indiferencia. Creía que no me había dado cuenta.
—No he murmurado nada, nepala.
—Deja de mentirme, Ileos, sé que has dicho algo y estoy segura de que no hablabas conmigo. ¡¿Con quién hablabas?! ¡Dilo de una vez o te aseguro que en el momento en que te marches volveré a saltar!
De forma instintiva Ileos se movió ligeramente hasta tapar la ventana con sus alas.
—Tranquilízate Azalea, no sé qué crees haber visto, pero estoy seguro de que no era real.
—No podrás estar aquí eternamente, volveré a saltar y me largaré de aquí. ¡Tu padre me dijo que no era una prisionera, y si realmente no lo fuera no tendría que intentar escapar! ¡VOLVERÉ A INTENTAR SALTAR UNA Y OTRA VEZ Y CUANDO LO CONSIGA, NO PODRÁS DETENERME, ME MARCHARÉ!
Había estallado y, junto a mí, también lo había hecho Ileos.
—¡NI PIENSES EN VOLVER A INTENTARLO, O ACABARÁS ASCENDIENDO HASTA LAS ESTRELLAS!
—¡¿QUÉ NARICES HAS MURMURADO, ILEOS?!
—SOLO LE DABA LAS GRACIAS POR SALVARTE LA VIDA, YA QUE TU PARECES NO APRECIAR MUCHO TU EXISTENCIA.
—¡¿CON QUIÉN HABLABAS?!
Entonces, llevado por la misma furia que yo sentía, habló, sin pararse a pensar en cual fuera el motivo por el que siempre me decía que no hiciera preguntas. Ni siquiera era realmente consciente de la información que finalmente estaba consiguiendo, que, después de tanto tiempo, no me daba información a medias, pero estaba demasiado enfadada como para darme cuenta, solo quería saber algo que no fuera una mentira.
—CON EL PERERIOT.
En ese momento, fue como si desconectara, la furia se marcho, dando paso a la desconcierto.
—¿Qué es un pereriot?
—Es lo que lleva evitando que te escapes durante todo este tiempo, es el motivo por el que te dimos esta habitación.
Señalé la ventana, sin poder creer lo que estaba diciendo, a pesar de saber que era cierto, que, en el fondo, lo había sabido desde el principio.