Muevo mi cuello y enderezo mi espalda, buscando aliviar un poco el estrés. Estoy algo cansada, hoy ha sido una mañana muy movida, he tenido que atender prácticamente yo sola la cafetería porque su dueña la señora Celina entrena a la que será mi reemplazo. Ya perdí la cuenta de la cantidad de cafés, desayunos y dulces que he servido y aquí estoy preparando uno más que me acaban de pedir en una mesa cercana. Al terminar de hacerlo giro con él para llevarlo cuando siento que tropiezo con algo o más bien con alguien haciéndome saber que he metido la pata hasta el fondo.
—¡Discúlpeme, lo siento tanto de verdad! —exclamé apenada y asustada, nunca me había pasado algo así—. No fue mi intención.
Seguía disculpándome con este hombre a quien aún no le veía la cara mientras intentaba desaparecer con mi servilleta de tela la horrible mancha que le había hecho a su costosa camisa. No había que ser un gurú de la moda para darse cuenta de que vestía traje a la medida, y dada mi posición y su increíble altura, tenía buena vista de lo que decía.
—¡Ya por Dios, niña, basta! Aleja esa servilleta de mí que solo lo empeoras. —gruñó de mala manera.
Me puse muy nerviosa, su tono de voz grave y varonil me asustó un poco más de lo que ya estaba. Luego, al subir mi cara para verlo y seguir disculpándome por mi estupidez, quedé prendada de esos increíbles ojos caramelo, era sin duda alguna el hombre más guapo que había visto. Tenía una mirada profunda y dura que aunque estaba llena de enojo por la situación no dejaba de ser hermosa. Sus labios eran carnosos, era alto, fornido, demasiado guapo para ser real.
—¿Vas a seguir mirándome o me dejarás en paz para poder arreglar el desastre que hiciste? —reacciono y doy un paso hacia atrás.
—Lo... lo siento, señor —balbuceé—. Realmente no lo vi.
—Es evidente que no me viste, niña tonta.
Me dio la espalda, comenzando a caminar para salir de la cafetería, rápido y molesto, mientras se quitaba el saco de su traje, llevándose consigo una parte de mí, perdida en esos ojos, junto a su esencia y su perfume, me había embelesado.
Soy Isabella Fonseca, estudiante de medicina, este es mi último día de trabajo y justo termino con broche de oro mis años en Sweet'Coffee, bañando con café caliente a un cliente que jamás había visto. Asumo que siempre hay una primera vez para ser patosa y hoy fue la mía, justo con el hombre más bello que ha entrado aquí, aunque pude notar que es unos años mayor que yo y está terriblemente amargado.
—¿Isa qué pasó?, vi a ese hombre irse muy enojado de aquí.
Esa era Celina Ramírez, una mujer mayor de cabello canoso, dueña de este café. Sin ella no hubiese podido compaginar mi carrera con el trabajo, fue de gran ayuda para mí acomodando mis horarios a las horas laborales para así poder rendir en ambas cosas y mantenerme.
—Lo siento Celina, jamás me había pasado esto, fui a llevar un café a una de las mesas y no vi al señor que estaba detrás de mí, y sin querer le eché todo el café caliente encima de su costosísimo traje. —Celi, como de cariño le digo, suspiró negando.
—Tranquila muchacha, un mal día y un accidente lo tiene cualquiera, mal educado él que no comprendió lo que es un percance sin mala intención y tomó tan mala actitud, quién sabe qué esconde su alma para ser así.
Sonreí, Celina siempre le encontraba una razón oculta y mística a todo. Según ella todos estamos aquí con un propósito y nada pasa por casualidad, siempre hay una fuerza más grande guiando nuestro destino, aunque nos toca a cada uno responsabilizarnos de nuestros actos, y ahí está la magia de todo, en saber aprender de ellos.
—Supongo que sí, tal vez discutió con su esposa y tiene una mala mañana. —reímos y escuchamos la campanita de la puerta volver a sonar.
—Anda pequeña, atiende a esa pareja, yo iré a sacar la torta del horno mientras le sigo explicando a tu reemplazo como acomodar los dulces en el mostrador.
Así transcurrió mi día entre cafés, postres y clientes, mi hora de salida llegó y con ella la despedida, me daba tristeza dejar a Celina, se había convertido en una especie de abuela, estaba profundamente agradecida por todo lo que hizo por mí.
—Tranquila mi niña que no te desharás de esta vieja tan fácilmente, el hospital donde harás tus prácticas está demasiado cerca de aquí, siempre podrás venir por un buen café. —me abrazó y besó mis mejillas con cariño.
Salí de ese café con una sonrisa pintada de nostalgia y esperanza en mi cara, en dos días comenzaban mis nuevas prácticas en el hospital y estaba demasiado feliz por eso, pronto sería oficialmente una Doctora en Neumonología, dos semestres más y estaré oficialmente graduada. Suerte que mi universidad tiene un trato de pasantías con los hospitales más importantes de Caracas y podré recibir un salario por mi trabajo. No será lo que gana oficialmente un médico, pero me dará para cubrir mis gastos sin problema.
Llegué a mi casa después de un viaje de cuatro estaciones en tren. Encendí la luz y me recibió la soledad, papá murió hace años en un accidente de auto y mamá es enfermera, así que es difícil coincidir con ella, a veces, debido a sus turnos. Desde adolescente me tocó aprender a defenderme sola, pero no la culpo, siempre ha dado lo mejor de sí para mí, dejándome todo arreglado para que yo pueda atenderme.
Fui directo a la ducha para quitarme el cansancio del día, hice turno completo para así estar un rato más en ese café que tanto me dio, ya no tengo clases en la universidad porque comienzo las últimas prácticas a partir del lunes, solo tendré exámenes cada mes y la tesis final al terminar. Con esta carrera jamás se deja de estudiar, así que los libros son mis fieles compañeros.
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Editado: 30.03.2024