Raúl Medellín estaba arrodillado sobre un reclinatorio. Tenía la cabeza agachada y rezaba en silencio las oraciones que desde niño le enseñó su madre, aunque no era creyente, estaba tan desesperado que se había atrevido a entrar en aquella iglesia.
Cuando una mano tocó su hombro, el muchacho alzó la mirada hasta encontrarse con el padre Jacobo, era el sacerdote de la capilla Santa Luz. Le brindó una cálida y compasiva mirada, conocía poco a Raúl.
Raúl limpió con apuro las lágrimas derramadas, no soportaba que nadie le viera llorar.
—Hijo mío, bienvenido seas, ¿Puedo hacer algo por ti?
—Nada, gracias —dijo Raúl con brusquedad
—Todos los días rezó por Alyssa, ten fe, ella volverá.
Los ojos de Raúl se habían vuelto cristalinos
—¡Estoy desesperado! —exclamó con la voz quebrada—. No sé qué más hacer, la policía es incompetente, han pasado treinta y siete días desde su desaparición, pero cada hora enloquezco más.
—Tienes que ser fuerte y no decaer. Reafirma tu fe, Raúl, si estás aquí, debe ser por una señal.
—No necesito señales, ni fe en un Dios que no me escucha. Alyssa creía en una energía invisible que creaba todo y daba sentido a la vida misma. ¡Ojalá la hubiera escuchado con atención!
—Hijo, puedes creer en lo que quieras —dijo el sacerdote, tocando su crucifijo
—Yo buscaré a Alyssa, le juro que la encontraré —dijo Raúl determinado
El padre Jacobo sintió preocupación, si la policía estaba aún buscando sin éxito a Alyssa, ¿Cómo podría Raúl encontrarla? El sacerdote sintió compasión por el pobre muchacho
Raúl se puso de pie y salió de la iglesia.
Al cruzar la calle se encontró con Salomé Gante. Ella le dirigió una mirada de sorpresa que cambió a enojo
—¿Cómo te atreves a cruzarte en mi camino?
—Salomé… Qué bueno verte —dijo Raúl temeroso
—¿Estás feliz de verme?, ¡Eres un cínico!, ¿Dónde está tu amiga?, quiero verla y ¡Romperle los huesos! —dijo Salomé enfurecida—. Esa mujer ofendió a mi hermana, y tú lo permitiste. ¿Cómo has podido creer que mi hermana te abandonó?
—He sido un imbécil, lo sé. Estoy tan arrepentido, pediré perdón por siempre —dijo Raúl desesperado y tomó las manos de Salomé—. Te prometo que buscaré a Alyssa y la traeré de vuelta a casa.
Salomé se alejó de Raúl
—No creo en ti, ¡Ni la policía ha podido darnos una explicación! ¿O acaso tu maldita amiga ha tenido que ver con esto?
Raúl negó, se había quedado perplejo
—No, Amairany no es mala, solo fue prejuiciosa.
—Escucha, Raúl, haz lo que quieras con tu vida o con esa mujer. Mi hermana dudaba de ella y ahora me queda claro, Amairany vino desde Pueblo del Centro por ti. Quizás ella esté involucrada en la desaparición de mi hermana, pero nunca lo creerás. Solo adviértele a esa mujer que no la quiero cerca de mí, ni de mi familia y si vuelve a hablar mal de Alyssa yo me encargaré de exiliarla de Pueblo del Norte.
Salomé no esperó respuesta, y se alejó.
Era octubre y aún hacía calor en Pueblo del Norte. Raúl estaba sentado sobre una banca cobijada por una sombra en la plaza principal, muchos recuerdos venían a su mente. Extrañaba demasiado a Alyssa. Habían sido novios por casi cinco años.
Raúl suspiró, cada lugar que recorría tenía un recuerdo que le unía a Alyssa, recordó la última vez que la vio la noche anterior al día en que sería la boda. Habían discutido por una nimiedad.
«¿Por qué tuve que enojarme tanto esa vez?, Si hubiera sabido que desaparecería la hubiese abrazado para no dejarla ir. ¿Por qué había tenido que leer su correo electrónico?» Esa pregunta giraba en la mente de Raúl desde hace treinta y siete días. Recordó aquel correo electrónico que Alyssa no se había atrevido a enviar y destinado para aquel hombre.
«El fantasma entre los dos» pensó, se refería a Leonardo Montiel, un artista famoso que era el amor platónico de Alyssa Gante desde su adolescencia. Aunque en un principio aquella historia era divertida para Raúl, con el tiempo comprendió que era más seria de lo que creía, el amor que Alyssa le profesaba era genuino y tan grande que Raúl se sentía amenazado.
—¿Raúl Medellín? —preguntó un hombre de unos cuarenta años, calvo y fornido, que vestía con lentes oscuros y gorra roja
—Sí —dijo Raúl poniéndose de pie
El hombre sacó de su playera blanca una carpeta y dijo:
—Soy el halcón, tengo lo que me pediste con Arias.
Raúl tomó los papeles, temeroso. Su corazón latía con fuerza, mientras el halcón miraba a todos lados como si alguien los vigilará
—¿Tienes el dinero?
—Sí —dijo Raúl y se llevó la mano al bolsillo trasero, tomando un sobre amarillento que le entregó
El halcón abrió el sobre y entresacó los billetes contándolos con agilidad
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Editado: 18.06.2021