Azul Profundo

Capítulo 6 Los solitarios visten de azul

 

Amairany había conducido el resto del camino para evitar cualquier problema entre los hombres. Raúl dormía en el asiento trasero, mientras Leonardo seguía de copiloto, pero no volvió a dormir.

Habían peleado por mucho rato y Amairany había fungido como mediadora; Leonardo jamás admitió que había pronunciado el nombre de Alyssa entre sueños, aunque Raúl juraba que lo había escuchado. La chica no tenía idea de quién mentía, pero tuvo claro que no debían desviarse de la prioridad de llegar a la capital.

 

Cuando Raúl abrió los ojos ya estaba amanecido, miró edificios, lejos había quedado el camino campestre

—¿Ya hemos llegado?

—Buenos días, dormilón, así es, hemos llegado a la capital —dijo Amairany mirando a Raúl por el retrovisor

Raúl se enderezó y se restregó los ojos.

Amairany detuvo el auto en el estacionamiento de un edificio elegante. Era la residencia que poseía Leonardo Montiel.

—¿Por qué hemos llegado aquí? —dijo Raúl con molestia

—Porque Leonardo quiere bañarse y cambiarse.

Raúl estuvo molesto, Leonardo les invitó a pasar y aunque Raúl se opuso, Amairany lo convenció

—¿Qué tal si escapa?, ¿O si no baja jamás?

Aquellas palabras hicieron que el moreno aceptará. El departamento de Leonardo era lujoso y moderno. Raúl y Amairany esperaron en un salón con sillones, una enorme televisión y adornos egipcios. Raúl miró la estantería

—¡Son horribles! —dijo respecto a los adornos

Amairany negó con una burla en su rostro.

—Debes calmarte, pronto podremos salir de esto.

—¿Salir?, ¡Yo no veo salida de este infierno! —exclamó Raúl frustrado—. Ese tipo oculta algo, lo sé, mira esta casa lujosa, además te juro que dijo el nombre de Alyssa entre sus sueños. Quizás ella no escapó, quizás ella vino a buscarlo, sí, pero y ¿Qué si ella quiso volver a mi lado, y ese miserable no lo permitió?, ¿Y si la tiene en el sótano?

—¿Acaso enloqueciste? —preguntó la muchacha incrédula

—¡Qué sí!, buscaré en el sótano, yo no me quedaré así.

—Raúl, ¡Vuelve aquí!, mira que has visto muchas películas —dijo Amairany desesperada cuando vio al muchacho salir de la habitación.

 

Raúl caminó por un pasillo y abrió cada puerta que encontró, sin éxito, al final del pasillo encontró una puerta de madera y se acercó para abrirla.

Leonardo salió de su habitación recién bañado y arreglado, encontrando a Raúl frente a aquella puerta

—Pero, ¿Qué haces?

—¡Abre esta habitación! —dijo con la mano sobre la cerradura que se negaba a abrir

—¿Qué?, ahora vas a espiar en mi propia casa, ¿Qué te crees, un detective? —dijo Leonardo con sarcasmo, Raúl lo empujó contra la pared

Amairany se apuró a separar a los hombres

—¡Raúl, déjalo ahora mismo!

—¡Tú no te metas!, abrirás esa puerta o de lo contrario te golpearé hasta que no tengas manos para abrirlas.

—¡Suéltame! —exclamó—. ¡Déjame ahora o no iré contigo a ningún banco!

Raúl volvió a la realidad al escuchar esas palabras, y lo soltó con rapidez

—Muy bien —dijo Leonardo

—Espere —dijo Amairany quedándose quieta—. Abra la puerta.

Leonardo y Raúl estaban sorprendidos

—¿Qué?

—Lo que ha escuchado, no nos iremos hasta que no abra esta puerta, usted se ha negado y eso lo convierte en sospechoso.

Leonardo negó desesperado y puso los ojos en blanco, fastidiado. Harto de la situación caminó hasta una esquina donde colgaba un llavero y tomó una llave, abrió la puerta para deleite de sus invitados

—¡Entren! —exclamó grosero

Amairany y Raúl ingresaron con sigilo. Aquel cuarto parecía de trebejos, había muebles viejos, cajas polvorientas con discos de música, libros, cuadros y adornos dañados. Había un olor a almendras quemadas e insecticida que combinados hicieron que Amairany comenzará a toser

—Le agradezco que nos haya permitido entrar —dijo Amairany recuperada

—Claro, no fue nada, lo hice con mucho gusto, sin ninguna amenaza—dijo Leonardo con ironía

Raúl no dejaba de observar el lugar en busca de alguna señal por mínima que fuera, pero decepcionado siguió a sus acompañantes hacía la puerta, de pronto un cuadro que estaba semi cubierto capturó su atención, se podía ver una parte de un paisaje familiar para él.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad

—¿Qué?

—Ese cuadro —dijo Raúl apuntándolo

—Ah, eso, es una pintura que me regalaron en un cumpleaños, hace varios años.

—¿Puedo? —Leonardo asintió, Raúl se acercó—. Es que el paisaje se me hace muy familiar.




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