Es navidad.
Bueno, no en realidad.
Vísperas.
Yoongi lo sabe cuándo despierta esa tarde de su siesta y el suave aroma a galletas de jengibre recién horneadas, ponche y bastones de caramelo, se cuela agradablemente por la puerta de madera entreabierta.
Talla sus felinos ojos con el dorso de las manos intentando eliminar los restos de sueño.
Apoya ambos codos a los costados, y siente el colchón hundirse agradablemente bajo el peso de su cuerpo. Levanta la mirada, de repente parece molesto, el ceño se ha acentuado con delicadeza y un pequeño hoyuelo se ha marcado entre ambas cejas oscuras, los finos labios ahora abultados producto de cuatro horas de sueño hacen un pequeño puchero cuando los ojos miel examinan fijamente el objeto que, con el pasar del tiempo, ha comenzado a irritarle.
Frente a él, descansa una maleta negra rectangular, tiene el aza levantada y posee pequeñas rueditas en la parte inferior. Parece apenas haber sido movida.
Llegó hace siete días a Daegú, guardando la esperanza de que pudiese juntar el suficiente coraje para ser capaz de convencer a su abuela de que lo deje volver a Seúl en vísperas de navidad. Sabía que si la anciana lo permitía, sus padres no presentarían objeción alguna. Sin embargo, finalizó el primer día y no pudo hacerlo. En cuanto anocheció, le pareció buena idea dejar su valija sin deshacer al lado de la puerta del cuarto, como un constante recordatorio de que debía hablar con su abuela lo antes posible.
Lo mismo pasó al siguiente día, y el día después de ese. Sintió el tiempo pasar lentamente aunque algo en su interior le gritaba que debía actuar cuanto antes si quería llevar a cabo sus planes.
Sin embargo, parece que alguna entidad cruel comenzó a girar las manecillas del reloj vertiginosamente a partir de esa mañana.
Acababa de entrar a la cocina, todo estaba bien, hasta que comenzó a contar a más personas de lo usual saludándole mientras picaban vegetales y preparaban masas. Asustado, saludó a una de sus tías que se encontraba en el enorme mesón de granito terminando el relleno de lo que supuso serían dumplins, en cuanto le preguntó que sucedía, ella se echó a reír y solo apretó sus mejillas. Por poco y se ahoga con el café cuando su madre entró cargando un enorme pavo relleno, y le pidió por favor que llevara algo más apropiado esa noche durante la cena navideña.
"No puede ser".
En su cabeza, aun no era navidad.
Imposible que así fuera, estaba completamente seguro de que faltaban al menos unos días. El tiempo no podía haber corrido tan rápido.
"Aún estamos veintiuno, ¿Cómo puede ser navidad?"
La realidad lo golpeo como una patada en el estómago en cuanto reviso su teléfono después del desayuno y vio que efectivamente, en poco tiempo sería la cena familiar de nochebuena.
Podía contar las horas con las manos y aun así no había sido capaz de ir con su abuela.
Yoongi suspira profundamente en cuanto recuerda el rostro esperanzado de Jimin. El recuerdo es tan real, que casi duele.
Mordisquea nerviosamente sus labios y toma el teléfono que ha dejado sobre el pequeño velador de madera al lado de la cama.
"Cinco de la tarde"
Imposible.
Es imposible.
En el mejor de los casos, le tomaría de dos a tres horas llegar hasta Seúl, solo suponiendo que fuera capaz de encontrar pasajes en alguna de las aerolíneas.
Maldice por lo bajo y su corazón late desanimado cuando se pone de pie y se dirige a la cocina.
La casa de la abuela Min parece tranquila, y el pelinegro supone que todos se han marchado para prepararse antes de la cena. En cuanto atraviesa la puerta, su abuela le dirige una mirada severa.
Min JinIu es su abuela de lado paterno de la familia. Y tiene escrito Min en todas partes.
Pequeña, menuda, y más pálida que el menor, con el liso cabello veteado de gris recogido en un rodete en la nuca. Ocultos tras los enormes lentes de montura cuadrada, tiene los ojos café muy similares a los de Yoongi y los finos labios pintados con un suave tono rosa. El paso del tiempo apenas ha dejado huella en las arruguitas que se le dibujan a los lados de los ojos y en las comisuras de los labios, producto de las incontables sonrisas y rabietas vividas a lo largo de setenta y dos años.
— Min Yoongi.
El joven da un respingo.
Su abuela aun lleva el delantal blanco almidonado, mientras con un cortador de masa, recorta hábilmente hombrecitos de jengibre para colocarlos en una placa de aluminio empapelada que irá directo al horno.
—Tu madre te pidió expresamente no pijamas esta noche.
Yoongi aun lleva una enorme playera blanca y unos shorts del mismo color con los que suele dormir. Suspira y rueda los ojos mientras toma asiento en uno de los bancos altos frente al mesón.
—Ya...ya me arreglaré para la cena, abuela.
—Eso espero.
Echa un vistazo y sus dedos juguetean con un cortador blanco de plástico con forma de estrellita.
Intenta cortar un trozo de masa, pero en cuanto levanta el cortador se lleva en este parte de la estrella. Frunce el ceño confuso y decide rápidamente dejar esa labor a su abuela, quien le observa entre divertida y curiosa, sonriendole con dulzura cuando YoonGi intenta retirar la masa del cortador con un palillo.