Lebanon, Kansas.
Los días habían transcurrido con relativa tranquilidad desde lo acontecido con Dionisio y el trío de cazadores sólo había tenido que enfrentarse a un sencillo caso de vampiros en el estado de Colorado. Una cacería que se había resuelto con suma rapidez y que les había dejado algo de tiempo libre desde entonces.
Así pues, la última semana se había convertido en un pequeño y merecido período de vacaciones para los chicos, los cuales habían regresado al búnker y pasaban las horas compartiendo todo tipo de amenas actividades, desde competiciones de puntería en la galería de tiro hasta largas sesiones de televisión en las que Dean y Ashley forzaban a un reticente Sam a ver los últimos capítulos de Dr. Sexy M.D.
El menor de los Winchester se alegraba de que las cosas entre su hermano y Ashley estuvieran tan bien, las peleas entre ellos habían pasado a ser inexistentes y el clima había mejorado notablemente, aunque eso sí, la rubia no había renunciado a seguir metiéndose con Dean. Ni tampoco a bajarle los humos cuando la ocasión lo requería. Y Sam se lo agradecía, incluso bromeaba con Ashley respecto al tema en las carreras matutinas que ambos compartían y en las que Dean se negaba a acompañarles alegando que era una tontería correr si no había algo de lo que huir o bien perseguir.
Lo que no llevaba tan bien Sam era sorprender a la pareja en algún rincón del búnker dando rienda suelta a su pasión —como si de dos adolescentes con las hormonas alborotadas se tratasen—, y eso que el lugar era lo suficientemente grande como para no tener que cruzarse con ellos en dichos momentos. Pero la suerte parecía nunca estar de su parte y siempre acababa tropezando con alguna que otra situación incómoda.
Por lo que respectaba a la pareja, Dean y Ashley no se habían detenido a analizar qué era lo que estaba sucediendo entre ellos, simplemente se dejaban llevar por todo aquel torrente de emociones que se provocaban el uno al otro. Y disfrutaban del momento.
No era ningún secreto —para ninguno de los dos—, que de entre sus habilidades más destacadas no se encontraba precisamente la de expresar sus sentimientos con palabras, aunque ciertamente tampoco les hacía falta. Una simple mirada les bastaba para decirse todo aquello que no se atrevían a pronunciar en voz alta.
Y Ashley, por primera vez después de años viviendo con el único objetivo de la venganza en mente, era feliz de nuevo. Se sentía fuerte, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que el destino le deparara, inclusive a un cara a cara con el mismísimo Belial en la lucha por recuperar a Josh. Sus fuerzas y esperanzas se encontraban totalmente renovadas.
Sin embargo, un acontecimiento hizo que esa recién adquirida seguridad se tambaleara. La chica había seguido con la búsqueda del Libro de los Condenados en el cual Crowley estaba tan interesado y finalmente había dado con él en el fondo de unos antiguos archivos. En ese momento, Ashley sintió miedo y las dudas volvieron asaltarle.
Por un lado, y pese al trato que había sellado con el demonio, no quería entregarle el manuscrito, más cuando lo había ojeado y no entendía una sola palabra de lo que ponía en él. ¿Y si éste resultaba ser un arma poderosa para llevar a cabo cualquier plan maligno? Definitivamente no podía otorgarle ese poder al Rey del Infierno.
Pero, por otro lado, si no cumplía con su parte, Crowley tarde o temprano perdería la paciencia y tomaría represalias. Por eso tenía que tomar una decisión cuanto antes y aquello la mataba por dentro.
Lo que estaba claro era que, hiciera lo que hiciera, las cosas cambiarían. Y no creía estar preparada para ello, no después de haber estado tan bien durante las últimas semanas. Por nada del mundo quería romper esa burbuja de felicidad que amenazaba con resquebrajarse en el preciso momento que tomara una u otra decisión. Y por ello había decidido aplazarla, escondiendo el ejemplar en el maletero de su coche.
Era pasada medianoche y Ashley hacía un buen rato que se había retirado a su habitación mientras Dean y Sam permanecían en la biblioteca investigando a sus espaldas.
El mayor de los Winchester se había propuesto dar con Belial para hacerle pagar todo el daño que éste le había causado a la chica. Sin embargo, la tarea no estaba resultando sencilla, no contaban con información suficiente para tratar de rastrearlo, ni siquiera conocían su nombre porque Ashley nunca se lo había revelado, y la tarea se estaba volviendo demasiado tediosa.
—¿Tienes algo? —preguntó Dean, levantando la vista de un libro para mirar a su hermano sentado frente a él.
Sam había estado investigando augurios demoníacos a través de su ordenador pero, como el resto de las noches, no había dado con ninguno que resultara lo suficientemente significativo.
—Nada de nada.
El mayor de los hermanos asintió con un simple movimiento de cabeza y volvió a enfrascarse en su lectura.
—Sigue buscando entonces.
—¿Exactamente el qué? —soltó Sam, cansado—. Ni siquiera tenemos un nombre, Dean. Todo lo que sabemos es que era el compañero de la demonio que mató a su familia y que cuando Ashley logró dar con ella y vengarse éste la capturó.
Sam no estaba de acuerdo con nada de todo aquello. Ashley les había dejado bien claro, y en más de una ocasión, que no quería que buscasen a aquel demonio, que era demasiado peligroso y que le temía. Pero ahí estaban ellos, llevándole la contraria y, por si fuera poco, también ocultándoselo.
Dean volvió a centrar sus ojos en su hermano y su mirada se endureció.
—¿Así que simplemente nos damos por vencidos y dejamos que ese hijo de puta siga a sus anchas? —inquirió sin esperar respuesta y algo malhumorado—. Tú no has visto sus cicatrices... Todas esas marcas... Sólo recuerdo haber visto rastros de tortura así durante la época que pasé en el Inferno. No puedo dejar pasar esto, Sam.