Cassidy estaba sentada en el alfeizar de la ventana, observando con tranquilad la calle solitaria que estaba a su vista. Un libro grande y de aspecto viejo estaba cerca de ella, era un libro de historia que se había dispuesto a leer desde hace ya media hora, y no había tenido forma de hacerlo.
Sus pensamientos bailaban sin cesar, uno tras otros, como un tren que sigue la misma dirección y no está dispuesto a detenerse. Sin duda alguna su madre habría aprobado la elección de su padre. Marie era hermosa, elegante y afable, sin duda era una excelente mujer. Nunca como su madre, ero era obvio, quien era la tapa de la dulzura y la amabilidad. Su padre siempre había descrito a su madre como "Un ángel salvador", lo que recordaba de ella era poco.
La recordaba hermosa, con un cabello castaño corto hasta la nuca pero de unos ojos verdes que solo tenían un brillo de amabilidad. Ella era paz. Era amor, ternura y vida.
Había muerto un mes después de haber dado a luz a Ben, su corazón simplemente había dejado de latir, abandonando el mundo sin retorno, desgarrando el alma de su esposo ese que se había enamorado como un loco a los quince años y desde ese momento nunca más había puesto sus ojos en otra mujer que no fuera su amada Candace. Pero ella se había ido a eso que la gente llamaba un lugar mejor, y no había forma de traerla de regreso.
Despejo sus pensamientos cuando el sonido de su celular la alerto de una llamada entrante, la pantalla se ilumino con un nombre muy conocido para ella y no pudo evitar sonreír ante la familiaridad de tal. Katrina Stevens era su prima, y aun cuando tenían años sin verse debido a que vivían en diferentes países, se conocían la una a la otra a la perfección. Katrina conocía su relación con Adam y no podía si quiera imaginar su reacción al enterarse de "las buenas nuevas", teniendo en cuenta que su prima apostaba su vida para decir que ella y Adam estaban ocultamente enamorados y en algún momento un factor explotara y los haría darse cuenta de ese amor. Tonterías.
—¡Cassidy! —chilló de emoción apenas la castaña atendió la llamada. —¡Me voy a casar!
La muchacha no tuvo tiempo de digerir bien la noticia cuando ya estaba siendo bardeada por detalles e ideas para la preparación de la boda.
—Eso es genial, Trina. —sonrió Cassie aun cuando su prima no podía verla. —Demonios, solo tienes veinte años. ¿No eres muy joven?
Al otro lado de la línea se escuchó un resoplido.
—El amor no tiene edad ni tiempo, cariño.
—Eso es muy empalagoso de tu parte. —se rió Cassidy.
—Así es el amor, te hace ver la vida con otros ojos.
—Muy cursi para mí gusto.
—Cuando tú y Adam se casen me darás la razón. —dijo.
—¡No me casaré con ese energúmeno!
—Oh, claro que lo harás, Cassie.
—Estás loca. —bufó Cassidy.
—Solo un poco.
Por unos segundos ninguna dijo nada para luego escuchar sus risas mezcladas.
—Bien, ahora yo tengo que decirte algo, respira y siéntate. Esto es sumamente confidencial y es dolorosamente grave.
—Me asustas, Cass. ¿Estas embarazada? Calenturienta niña. Te dije que te protegieras, oh, dios. Un niño, un bebe. ¿Cassidy quién es el padre? Dios, no. Yo tenía que estar ahí. —chillo. —Dios, yo será la madrina. Si es niña, se llamara Dinah Jane. Pero si es niño se llamara, Sean. Ese nombre me encanta. Oh dios, estoy imaginando el momento de parto. ¿Cómo pudiste hacer algo así y no decirme? Eres la peor prima del mundo. Dios, una mini Cassie por el mundo.
Aturdida, Cassidy no pudo hacer otra cosa que reír con ganas. Su prima tenía una mente muy imaginativa. Ella estaba jodidamente loca.
—No estoy embarazada. Además, soy virgen, Trina.
—Ah, ya me había emocionado.
—Lo noté. —se rió de nuevo la castaña. —Me mudé a la casa de la novia de mi padre. —dijo esperando unos segundos a que Katrina organizara las palabras. —Y la novia de mi padre es nada más ni nada menos que la madre de Davies.
—¿Adam Davies? Imposible. —chilló Katrina. —¡Ese es el detonante para su amor!
Sin evitarlo, Cassidy rodó los ojos con diversión. Su prima estaba loca en cantidades descomunales. Se quedaron hablando por una hora más, poniéndose al día en cada mínimo detalles de sus vidas.
Una vez hubo colgado la llamada, busco entre sus su bolso personal el cargador blanco de su teléfono y dejándolo cargando sobre la cama, decidió bajar para mirar un poco de televisión, ya eran pasadas las diez de la noche, casi se acercaban las once. Antes de bajar se cambió a su cómoda pijama azul cielo, que consistía en una simple batola delgada en tela de satín.
Recogió su caballo en un chongo desarreglado y bajo descalza. El suelo se sentía frío al contacto y era una sensación muy reconfortante. Extrañaba el olor familiar de su casa, siempre olía a canela, la esencia favorita de sus padres. En cambio, esa casa no tenía algún olor en particular.