—¿Qué? —susurró Odette confundida, sintiendo como la adrenalina bajaba de golpe.
Sus mejillas se encontraban acaloradas y al parecer los cachetes del heredero estaban iguales, pues se habían enrojecido al pronunciar aquella última confesión con tanta fuerza. Por unos segundos se olvidaron de su ubicación actual: los jardines de la compañía, donde estaban alejados de la multitud, pero, no tardaron en asomarse las cabezas curiosas de algunos miembros entre los árboles y esculturas.
La muchacha no apartó sus ojos de los zafiros del muchacho, además, en su mente se repitieron las escenas de la noche anterior, cuando estuvo a punto de tener una caída trágica del trapecio y el joven la ayudó. Recordó su cercanía, su boca rozando con la suya, su cálido aliento y su mirada angelical. De pronto, se sintió muy confundida, tanto que comenzó a perder las fuerzas en sus piernas. No comprendía la situación, según Adriel sufriría si seguía intentando entrar a la compañía y acercarse a Cameron era un error. De ser así, ¿Por qué se limitaba a decirle verdades a medias? Si fuera más abierto con ella, tal vez…
Ambos percibieron una mirada gélida sobre sus nucas capaz de hacerlos erizar la piel. El CEO se encontraba parado junto a la entrada a las instalaciones en compañía de la muchacha de hebras negras con actitud grosera. El hombre yacía parado, firme y recto, cruzado de brazos cerca de la puerta principal y la señorita mantenía sus brazos escondidos detrás de su espalda, como si aquella posición la hiciera ver inocente; pero, esa oscuridad irradiada en sus iris grises se notaba a kilómetros. La castaña sintió escalofríos, sobre todo porque le llegó un mal presentimiento al verlos a los dos parados tan cerca y observándolos a ellos. Fue como recibir una fugaz premonición y esta no sea tan amena.
—Me parece que debemos ir allá —murmuró Adriel con tono preocupado.
Sí, había miedo en sus facciones.
Juntos caminaron por el área verde hacia la puerta, con pasos lentos y esperando no llegar algún día; sin embargo, lo hicieron y las palabras frías del CEO no se hicieron esperar.
—¿Escándalo en el primer día?
—Yo… —Intentó excusarse Odette—
—No, no —Negó con la cabeza—, no necesito explicaciones. En esta compañía la apariencia ante el público es importante.
—Padre —Adriel dio un paso al frente—, yo fui quien…
—Lo sé, siempre buscando alejar a tus parejas —Lo ojeó de pies a cabeza—¸ por eso debemos hablar en mi oficina con la señorita Odile.
—Sí, padre.
—Y usted, señorita Odette, regrese a sus actividades y no se envuelva en más escándalos.
—Sí, señor —agachó la cabeza.
La joven estaba avergonzada y molesta ¡Ella no quería meterse en líos, Adriel lo buscó! Sin embargo, no importaba cuanto deseaba enfurecerse con el heredero, no podía. Sus últimas palabras no salían de su cabeza: «Porque quiero protegerte de esta sucia compañía»
Entró al Hall principal, detrás del director, su hijo y la chica, solo para observarlos alejarse al siguiente piso cruzando las escaleras. Los presentes en la enorme sala no voltearon sus miradas hacia ellos, pero, sí se concentraron en verla de pies a cabeza. Por un momento tuvo ganas de callarlos con una frase, mas, el regaño del CEO se repitió en su cabeza y se vio obligada a bajar la vista y morderse la lengua.
Realmente no era su estilo, pero, no podía hacer algo distinto. Necesitaba asegurar su ingreso a la compañía para convertirse en una estrella y volverse la pareja de Adriel.
Debía salir de esa deuda lo antes posible y así cumplir su sueño.
Sí, eso importaba más que los misterios de la compañía. Con esa idea en mente regresó al salón de entrenamiento especial para la danza aérea, un cuarto repleto de telas y sogas colgadas en el techo, con colchonetas en los suelos para frenar posibles caídas. La habitación estaba vacía y aquello era mejor para Odette, pues así conseguiría entrenar con libertad y alejada de las miradas hostiles sobre su nuca. Entonces, empezó a practicar los movimientos básicos, primero se estiró y luego subió a una cuerda para danzar sobre esta, enredándose con el cabo y dejándose deslizar sobre este. Luego, giraba o se columpiaba en el aire, después bailaba con lentitud y pasión, como si estuviera escuchando una música serena y no a la nada. Continuó así por el resto de la hora libre, hasta que el resto de nuevos integrantes fueron llegado uno a uno al cuarto y se unieron a ella. Entonces, al final entró la instructora y se asombró de que los aspirantes hayan tomado a iniciativa de empezar el entrenamiento sin ella.
No tenía idea que todo fue por Odette.
Las horas pasaron y ella se mantuvo concentrada en su labor, ignorando por completo la presencia de una pareja peculiar que creyó alejada de la sala.
—Se parece a ella —murmuró Odile, espectando la danza de la castaña desde el corredor.
—No, te equivocas.
—Así es, Adriel, se parece a ella —Volteó hacia el azabache, manteniéndose cruzada de brazos— ¿Por eso estás tan preocupado?
—¿Yo? Solo quiero que esta compañía no arruine su prestigiosa reputación dejando entrar a cualquiera.
El hombre no apartó su vista de la bailarina. Se mantuvo analizando cada uno de sus movimientos, desde que abrazaba sus propias piernas en el aire hasta los momentos en los que desenredaba su cuerpo de la soga, de forma repentina, simulando una caída; sin embargo, al cabo de unos segundos dejaba de rodar y quedaba suspendida en el aire en una pose hermosa. De ahí, la muchacha volvió a mover sus brazos y seguió con su interpretación. Se encontraba tan ensimismada en su arte que no se percató de su presencia o de la mirada sombría de Odile.
Ella estaba tan sonriente y embelesada en la música lenta resonando en todo el salón, que tampoco notó el llamado de la instructora dando fin al entrenamiento del día. La mujer despidió a los aspirantes con palabras de aliento y los animó a no rendirse a pesar de las futuras dificultades. De seguro, a Odette le habría gustado oír su discurso lleno de esperanza y buenas vibras, sin embargo, en vez de eso recibió un regaño de la encargada por ser la única todavía bailando en la cuerda.
—¡Odette, bájate de allí, el día ya acabó!
—¡Lo siento, lo siento! —murmuró, en tanto, se deslizaba con sutileza hacia el suelo.
Después de aquello se dirigió con el resto del grupo hacia una habitación, al fondo del salón de práctica, lleno de casilleros guardando sus cosas. Cada uno se dirigió al suyo, incluyendo a Odette, mas, ella se asombró al ver la puerta de su cubículo abierta un poco ¿Acaso se olvidó de cerrarla bien? Decidió no darle importancia y retiró sus zapatos y medias de allí, pues, bien se sabe que para la danza aérea se practica mejor sin calzado y con shorts; pero, a ella le tocó subirse sus pants hasta encima de la rodilla para tener más firmeza en la cuerda con la fricción de su piel.
—Buena tarde, ¿no, Odette? —le comentó Cameron, con una sonrisa; pero, la muchacha lo vio unos segundos y luego se quedó callada— Ah, entiendo, el encanto de Adriel te cegó.
«¡Cómo si él tuviera algo bueno!», gritó la señorita en sus adentros, mientras se colocaba sus zapatos y procedía a acomodarse su ropa a la normalidad. Después, se levantó y caminó a la salida del salón, ignorando que el rubio desapareció al pronunciar el nombre del dichoso heredero encantador.
«¡Ahora es mago, lo ves y ya no lo ves!», pensó la muchacha, asombrada y algo molesta por la actitud del chico. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, sintió un fuerte pinchazo en su pie y sus piernas cayeron al suelo casi al instante.
—¡Ay!
—¡Odette!
No se acercaron sus compañeros o la ausente instructora. No, tampoco fue su nuevo amigo o el dueño de la compañía; fue el heredero, sí, aquel joven que le gritó y arrastró de la muñeca prometiendo hacerle un favor. Ese mismo hombre, que tanto la humilló y luego compartió una noche de danzas apasionadas en su mansión corrió al interior del salón a socorrerla, ignorando en totalidad a la dama de hebras negruzcas a su lado, quien lo observó perpleja por su rápida respuesta ante el quejido de la aspirante: «¿De verdad no te interesa, Adriel?, se preguntó, dudando de la contestación anterior del chico.
El muchacho se arrodilló a su lado y se dedicó a ver sus pies; en cambio, ella se retiró de inmediato el zapato y se encontró con la media empapada de un líquido carmesí.
—¿Qué pasó? —cuestionó Adriel pasmado, le retiró la prenda con suavidad y luego notó un clavo fijo en el plantar de la señorita— ¿Cómo te…? Agh.
Odette no podía hablar, simplemente aferraba sus dedos a su tobillo y contenía las lágrimas, pues le dolía demasiado y mover siquiera un centímetro de su extremidad era una tortura. Entonces, el hombre se acercó más a ella, pasó sus brazos debajo de su rodilla y espalda, y, la alzó. Nadie más volteó la mirada, a pesar de estar el heredero de Allegro cargando entre brazos a una aspirante.
Ellos se largaron de la sala de entrenamientos y recorrieron, tanto el pasillo como el Hall y las escaleras, en búsqueda de un lugar en específico; de todos modos, a pesar de estar a merced del hombre, Odette no preguntó su destino, se dejó llevar por él y mordió sus labios para evitar quejarse en voz alta. Después de todo, ser ayudada por el sujeto al que le declaró su odio no era un buen golpe a su orgullo.
Los dos cruzaron los corredores del piso para las prácticas de los miembros oficiales, atravesando diferentes senderos y esquivando a las personas curiosas por tal imagen; pues, ¿Quién se imaginaría que el mismísimo Adriel estuviera socorriendo a una señorita?
De pronto, llegaron a la enfermería y al atravesar la entrada llegaron a una gigantesca habitación con docenas de camillas dispuestas en una fila frente a las paredes izquierda y derecha, con cajoneras pequeñas a lado de cada una, mesitas en el otro extremo, colgadores de sueros, máquinas para los signos vitales y, al fondo de la habitación, los anaqueles con los utensilios y medicinas necesarios para las enfermeras. El heredero llevó a la bailarina a una cama y la recostó, mientras pedía auxilio en voz alta. Así, una dama, de cabellera blanquecina y ojos grisáceos, se acercó al par de jóvenes.
—¿Qué le ocurrió? —preguntó la mujer, en tanto, analizaba la herida de la fémina.
—No sé, yo… yo… solo me puse mi zapato —contestó Odette con la voz entrecortada y respirando de forma acelerada debido al dolor.
—Había un clavo en el zapato —agregó Adriel con tono fuerte, tal cual, si se encontrase molesto o supiera más respecto al suceso. La muchacha quería tener conocimiento de lo que él sabía.
La señora se dirigió hacia uno de los anaqueles al fondo del cuarto y de su interior agarró unos frascos, pinzas, esparadrapos, algodón y gasas. Luego, regresó a la camilla y dejó las cosas en la mesita de ese cubículo.
—Tranquila, primero, vamos a retirarte eso.
—Voy a estar bien, ¿verdad? —cuestionó la señorita, preocupada por los entrenamientos, pero, no recibió una respuesta de la enfermera. Ella la vio en silencio, inerte de expresión y colocándose unos guantes blancos.
—Lo estarás —contestó al fin.
Después, Odette cerró sus ojos y mordió sus labios con fuerza. Al inicio le era muy difícil contener el grito, pero recordaba las miradas serias de los miembros oficiales, a la chica cuyo nombre era la enemiga de la princesa de los cisnes en la obra y a Adriel pidiéndole a gritos su renuncia. No iba a mostrar su sufrimiento a los cuatro vientos, mucho menos si cabía la posibilidad de que individuos curiosos se encontrasen a las afueras de la enfermería. Respiró hondo, relajó su pie y luego sintió el clavo salir con lentitud de su planta.
Dolía demasiado, mas, de seguro ese mismo dolor sería útil de recordar en el futuro, ¿verdad?
Así, tras varios minutos secándose sus propias lágrimas y percibiendo un sabor salado en su boca, ya que por la fuerza de su mordida un líquido escarlata se hizo presente sobre sus labios, sintió alivio y libertad en su extremidad. Ella soltó un suspiro, de repente todos sus pesares se fueron aligerando con el paso de los segundos hasta que la agonía cesó por completo y quedó una calma sutil.
—Ya está —comentó la enfermera, una vez aseguró un vendaje en el pie de la señorita.
—Se lo agradezco —susurró Odette con poca fuerza, después observó a Adriel, mismo que a juzgar por su mirada se mostraba pensativo y algo molesto.
—No es nada, pero, debes tener cuidado —advirtió la mujer—. La última vez que intentaron sabotear a un integrante terminaron enviándola al hospital.
—Ah, pero, esto no…
—Odette —interrumpió el heredero, acercándose de regreso a la jovencita—, los clavos no caen en los zapatos por accidente y menos en una compañía de baile.
—¿Dices que esto fue a propósito? ¿Por qué?
Adriel suspiró, al igual que la enfermera; sin embargo, ella ojeó a la pareja por un instante y luego se levantó de su asiento.
—Con esa herida deberás descansar por una semana.
—¡¿Qué?! ¡No, no puedo! No… —Se movió al borde de la camilla e intento levantarse, aun así fue retenida por el azabache y sus brazos regresándola a sentarse en su sitio— ¡Las pruebas, necesito pasarlas!
—Cálmate, Odette. Te dolerá cada paso, bailar será una tortura para ti, incluso podrías fallar la prueba de esta semana si lo intentas.
—¡Claro, para ti es una maravilla si no asisto porque mi ingreso a la compañía peligra! —Lo señaló, luego, al pronunciar dicha frase cayó en cuenta de la terrible verdad.
—Veo que te percataste por ti misma —Se cruzó de brazo—. Por eso te dije que…
—¡Intentaron sabotearme a propósito para hacerme fallar la primera prueba!
—Siempre es lo mismo —Suspiró la enfermera, metiéndose a la conversación, al mismo tiempo que se alejaba de la camilla—. Llega una señorita con un gran potencial y la atacan sin razón por no poder superar el pasado.
—¿Pasado?
La mujer no contestó, pues solo necesitó una mirada amenazante del heredero para guardarse sus palabras y dirigirse de regreso a su escritorio junto a los anaqueles.
—Debemos irnos —ordenó con calma.
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Editado: 15.11.2023