Baile a la medianoche

Capítulo 9

«Ya que no puedo convencerte de dejar Allegro, solo me queda apoyarte para evitar que salgas más lesionada»  

Había llegado el día de la primera prueba, Odette se encontraba en el salón de entrenamiento de danza aérea con el resto de los aspirantes a futuros miembros de la compañía. Ella, con un short y blusa de tirantes color azabache, yacía parada detrás del grupo de los nuevos visualizando las presentaciones de cada uno en las cuerdas o telas. Algunos destacaban en agilidad y destreza, otros en la expresividad de sus movimientos o en su energía al danzar; sin embargo, al contemplar a sus compañeros, más allá de verse maravillada por ellos, sintió temor y nervios por cuanto la superaban en práctica. En cambio, ella apenas había ensayado la noche entera anterior con ayuda de su nuevo entrenador: Adriel.  

De pronto, la mente de Odette viajó a las escenas de su madrugada junto al heredero, cuando él se rindió de obligarla a retirarse de la compañía y se resignó a evitar que salga lastimada. Así, después de esa caída en su habitación él usó sus hombros como apoyo para llevarla hacia su sala de entrenamiento personal. Tenerlo tan cerca de su rostro y apegado a su cuerpo le resultaba raro. Era esa clase de incomodidad al saludar a alguien con un beso en la mejilla después de compartir una noche de pasión y secretos. La poca distancia entre ambos era, sin duda, recordar esas «danzas» luego de su encuentro en la discoteca.  

Después de largos minutos en silencio, donde él soltaba suspiros de exasperación y ella de vez en cuando analizaba sus expresiones, llegaron al mismo salón que visitó en su primera noche en la mansión y casi tuvo un terrible accidente. Entonces, el joven la atrajo a una esquina del cuarto para llegar hacia una soga larga colgada en el techo, debajo de este estaba una colchoneta.  

«Empecemos», con esa sencilla frase iniciaron unas largas madrugadas bailando para los ojos de Adriel.  

Al observar a los bailarines enredarse y rodar por las telas, rememoraba las lecciones del heredero. Sentía sus manos estrechar su cintura o sostener sus piernas, para indicarle cómo posar en el aire o de qué manera engancharse en la cuerda. Requería de mucha fuerza y a la vez necesitaba conservar esa delicadeza al bailar; sin embargo, a pesar de su dedicación, el dolor en la planta de su pie le impedía moverse de la manera que le gustaría. Adriel tampoco era flexible en sus órdenes, de cierta forma parecía que lo hacía a propósito para verla rendirse; mas, aquello solo la animaba a seguir adelante, incluso si la distancia entre los dos se había reducido a tan solo unos centímetros por las lecciones.  

La sensación de sentir sus manos posarse en su cuerpo era extraña, como si su piel todavía recordara el tacto de esa madrugada.  

«No, no, lo haces mal», murmuraba al verla suspendida en el aire, enredada entre la soga y extendiendo sus manos en el aire en una pose semejante al de un cisne estirando sus alas. Entonces, él se acercaba y la veía directo a los ojos unos segundos antes de subir sus dedos por su pierna y moverla con suavidad para acomodarla de tal forma que lucía más elegante: «Así», añadía y alejaba con lentitud las manos de su cuerpo, pero, ella se quedaba con esa electricidad recorriendo cada parte de su piel y el cosquilleo subiendo desde sus extremidades hasta su pecho. 

¿Por qué le ocurría eso?, bajaba la mirada y ahí estaba él, con esos mismos ojos azules intimidantes que observó en la audición; sin embargo, ya no veía un rastro de hostilidad y frialdad, sino, compasión y una pizca de nostalgia reflejada en sus iris.  

—Deja de verme así —lo regañaba, en tanto, se movía con lentitud por la soga para adoptar una nueva pose.  

—¿Así cómo?  

—Como si fuera un alma necesitada de protección.  

—Lo necesitas, realmente temo por las dificultades que te esperan.  

—Podré con eso, con todo, tal como pude entrar a Allegro.  

Odette extendió su brazo derecho hacia arriba y el otro hacia atrás, en cambio, sus piernas adoptaron una forma de una «L» y cada una de sus extremidades se encontraban enredadas de manera fija en la cuerda. De pronto, era ese cisne emprendiendo vuelo; pero, el heredero no parecía convencido y lo demostró en un pequeño suspiro pesado.  

—Estás perdida ¿Por qué bailas?  

—¿Por qué bailo? —Regresó su mirada hacia él— ¡Para entrar a Allegro!  

—¿Solo por eso o para demostrar algo? —Se cruzó de brazos— Estás tensa, luces enojada, pero, quieres parecer elegante y libre. Ahora mismo no eres un cisne hermoso buscando emprender vuelo, sino, un ave dispuesto a picotearme en la cabeza. 

—Autch, otra vez esa lengua afilada. Te recuerdo que me duele el pie al moverme y por eso no…  

—No eches la culpa a tu herida, no es eso y lo sabes, Odette.  

«Ni is isi i li sibis, Iditti», murmuró la bailarina en sus adentros tras regresar a la realidad. Una aspirante pálida con cabellera rizada café y vestida completamente de blanco se encontrada terminando su presentación, podía saberlo por el ritmo de la música apagándose. Entonces, la observó hacer la misma pose que ella pensó en la noche anterior. Se convirtió en un cisne a punto de emprender vuelo hacia su futuro, mientras, ella, parada en el suelo, se encontraba muy lejos de hacer realidad su sueño.  

La muchacha rodó por la tela hasta pisar el suelo y sus ojos verdes se fijaron en la mujer, de cabellera e iris oscuros, parada junto al grupo de nuevos con una lista en sus manos. La dama murmuró un «Muy bien» antes de ojear su hoja. 

—Odette Chevelire —la llamó la instructora, era su turno.  

Ella rodeó al conjunto de aspirantes y caminó hacia una cuerda oscura y larga saliendo del techo. Su pie estaba descalzo, pero, el joven había rodeado toda la zona de la herida con una venda bien apretada, de tal manera que la presión le otorgase algo de estabilidad a la planta de la fémina. Luego, Odette dirigió su vista hacia la pared con el enorme ventanal al pasillo, ahí se encontraba Adriel de brazos cruzados y con sus ojos clavados en su —ahora— aprendiz. Él lucía serio e inexpresivo, mas, ella alcanzó a notar en su rostro una pizca de ánimos a su persona. 

«¿Por qué bailas?», murmuró la voz del muchacho en su cabeza. Entonces, se dejó caer al piso de un segundo a otro, tal cual, si hubiese perdido todas sus fuerzas en un instante; pero, aquello fue a propósito. En ese momento, ella bailaba para levantarse del abismo al que fue lanzada el día de su accidente con ese clavo en el zapato. La danza era su manera de liberar sus emociones intensas, de encontrar paz entre tanta turbulencia, de sentirse viva y percibir cada sentimiento recorriendo su alma, desde la punta de sus dedos hasta el último cabello de su cabeza. 

Odette, comenzó a mover sus brazos en dirección al techo, simulando estar buscando algo con lo cual subir desde lo más abajo; mientras, «The Host of Seraphim» comenzó a resonar en todo el salón. Rodó por el suelo igual a un sujeto desesperado de su encierro y al final, después de pararse en el centro, se arrodilló y enredó en sus muñecas en la soga, tal cual, si de pronto se encontrase encadenada y fuera una prisionera de ese abismo cruel. 

De repente, cuando el público menos se lo esperaba, fue alzada en el aire dando giros sin parar al mismo tiempo. Entonces, fue adoptando diferentes poses en el aire, siempre con una lentitud comparable a que si estuviera sufriendo en cada movimiento. Después de minutos danzando en la nada, fue bajada de pronto, mas, no se hirió ni un poco; aunque, para el resto de los presentes ella era esa prisionera que estuvo a punto de salir y fue regresada al fondo, colgada de brazos y piernas igual a un saco o cuerpo sin vida. Luego, siguió danzando en el suelo por un buen rato, expresando cada dolor y tristeza acumulada en esa semana; pues, ¿alguna vez pensó que se encontraría en una situación similar, donde los demás buscasen su ruina y le adviertan que corre un gran peligro si permanecía en la compañía de sus sueños?  

Otra vez fue encadenada a la soga y levantada de golpe, mientras daba vueltas; sin embargo, inesperadamente la venda que cubría con fuerza su pie, para darle libertad al moverse sin hacerla sufrir, se soltó y cayó al suelo, llevándola a ese martirio del cual buscó escapar desde la noche anterior. De todos modos, continuó moviéndose y adoptando diferentes poses; pero, ahora se mecía también por el salón, ya que, a pesar de encontrarse en un sube y baja constante, disfrutaría ese espacio, ese encierro, para hacer lo que más amaba y buscaría la forma de sentirse libre con lo poco que tenía en ese entonces. Así, tras varios minutos de una danza para desahogar todas esas sensaciones acumuladas, su interpretación finalizó con ella cayendo despacio al suelo; pero, no con brusquedad y dolor, sino con sutileza, igual a una pluma disfrutando su descenso por el aire. 

Había terminado y el público no sabía si aplaudir o murmurar. Hubo un enorme silencio que solo le hizo difícil ocultar su agonía por la herida en su planta. 

—Vaya —comentó la instructora rompiendo el insonoro ambiente—, eso fue una gran sorpresa considerando tus días ausentes en los entrenamientos. Muy bien, Odette Chevelire, pero, no obtendrás tantos puntos debido a tu ausencia en la semana. 

—Me… —agarró fuerzas para hablar sin demostrar su sufrimiento— Me es suficiente con haber logrado estar aquí. 

Dicho aquello, caminó lejos del grupo de novatos, ignorando las posibles miradas furiosas y el rostro de asombro de Cameron; además, tampoco volteó a ver la reacción de su entrenador personal. Solo deseaba llegar a los vestidores y cuando lo hizo no tardó en desmoronarse en el suelo. 

Odette había llegado a su límite y cierto heredero lo presintió casi al instante. 

«¡Señor Chasier, no puede pasar!» 

«Ignóreme y ya» 

La muchacha escuchó la puerta a sus espaldas abrirse y al rato Adriel se arrodilló a su lado con la venda en sus manos. 

—Lo sabía, sabía que podría suceder esto. Eres una testadura, Odette Chevelire. 

—¿Viniste a regañarme? No sé por qué esperaba… 

—Pero —la interrumpió, mientras sus dedos procedían a agarrar el pie de la señorita para acercarla hacia él y vendar la herida de nuevo—, a pesar de todo —prosiguió en voz baja, sin apartar su vista de su extremidad—, debo reconocer que estuviste increíble. 

La bailarina parpadeó varias veces, ¿Oyó bien? 

—¿Acaso acabas de…? 

Él alzó la cabeza y levantó las comisuras de sus labios. Por primera vez Odette lo vio sonreír de manera sincera y amigable. 

—Espero hayas escuchado bien, pues, este milagro no se repetirá de nuevo.  
 




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