Bailemos en la oscuridad

24

Alexander

Abrí los ojos de golpe con el pecho apretado y la boca reseca. Observé a un lado y al otro, seguía en el hospital y varias máquinas monitoreaban mi estado de salud. El bip que emitía el monitor de vitales me pareció como un chillido. Fruncí el ceño al sentir la mejilla derecha adormecida, quise levantar la mano para comprender qué sucedía, pero mis brazos estaban amarrados.

—Eso es para ayudarme a hacer mi trabajo.

Miré hacia el frente al escuchar la voz de un hombre a los pies de la cama. Era el mismo doctor que me drogó en la sala de emergencias. Se acercó y se inclinó sobre mí para pasar una insufrible luz por mis ojos varias veces. Continuó con su escrutinio al golpearme los codos y las rodillas para revisar los reflejos. Mas lo único que yo deseaba era encontrar a mi mejor amiga.

—¿Dónde está Eli? ¿Qué le hicieron? —Mi voz estaba rasposa.

Él guardó silencio mientras palpaba mi rostro y cuello. Siguió hasta examinar todos los músculos de mi cuerpo, asegurándose de que respondieran a sus estímulos. En tanto, yo pensaba en que debía salir de allí, encontrar a Eli y huir del país. «¿Acaso todos tenían razón? ¿Me volví loco?». Cerré los ojos para gobernarme, pero lo único que acudía a mí era la forma en que Eli se había aferrado a mí y el estremecimiento que la recorrió al encontrarnos acorralados. La maldita máquina volvió a sonar y creí que mi cabeza estallaría.

—Señor Price, la tomografía que le realizamos mostró una conmoción cerebral.

Giré la cabeza de un lado al otro en un intento de calmar el agudo dolor, si bien no encontraba alivio. La impotencia se apoderó de mí, tenía que estar bien. Debía hablar con la policía y proteger a Eli. Mis mejillas se abrasaron y mis ojos se humedecieron ante la impotencia.

Recordaba la primera vez que Ashley me golpeó. Eli se había ido con unas amigas a Quebec varios días, lo primero que hizo al regresar fue llamarme. Ashley hablaba por teléfono con sus propias amigas, así que tomé la llamada. No pasaron dos segundos, después de colgar, cuando llegó el golpe. Fui al cuartel y el retén no levantó el acta, según él, solo fue una discusión y el rencor me dominaba. Llegué a casa y me metí en la cama. Eli me preparó un caldo, pues pensó que tenía la gripe, y permaneció junto a mí hasta quedarme dormido. Fue cuando pensé que podría soportarlo. Mamá aprobaba a mi prometida, Isa era feliz y yo llegaría a casa y me refugiaría en mi mejor amiga. Ashley jamás se acercaría a Eli porque yo recibía los golpes en nombre de los dos.

—¿Dónde está Eli?

El doctor cruzó los brazos sobre el pecho como lo haría un padre al escuchar las excusas de sus hijos, con paciencia.

—¿Esa joven es muy importante para usted?

Tragué y fijé la mirada en el techo, quizás él también me juzgaría. No acababa de comprender por qué amarla a ella era un craso error, tal vez nunca lo haría. Viviríamos juntos, solo nosotros. Los problemas serían nuestros y las decisiones también. Ninguno de ellos estaría involucrado.

—¿Por qué lo dice?

La máquina volvió a sonar y, otra vez, mi rostro se contorsionó, por algún motivo la máquina me molestaba. Además, el olor en el aire me parecía repugnante, debía de haber algo mal en mí, ya que acompañé a Eli a muchas de sus citas. Intentaba distraerla de la preocupación por sus pruebas y estudios. A veces inventábamos que éramos astronautas y que esas máquinas nos preparaban para tolerar la gravedad cero.

—La forma en que la sujetaba mientras esperaba, ¿por qué estaba tan alterado junto a ella?

No pude evitar la risa cínica que escapó de mi pecho, era una pregunta estúpida.

—¿Cómo reaccionaría usted si su novia intentara durante meses que se olvidara de su mejor amiga a golpes? ¿O si sus padres le condicionaran el poder ver a su hermana con perlesía cerebral si jamás tenía una relación con ella?

Fijé la mirada en él y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Él asintió una y otra vez en tanto bajaba la cabeza. Entonces, se acercó a mí y me soltó los brazos de los amarres. Dejó una palmada sobre mi hombro. Se aclaró la garganta, colocó el bolígrafo frente a mí y me dio instrucciones para que lo agarrara.

—Creo que también la sujetaría a mí y no la soltaría jamás. Y también creo que has vivido una relación abusiva tras otra.

Me tomó varios intentos alcanzar el utensilio. Apoyé la cabeza sobre la cama y solté una bocanada de aire, estaba extenuado. En realidad, debí tomar otras decisiones, unas que me requirieran valor, pero me conformé con lo fácil.

—Soy el único culpable.

El doctor levantó las cejas a la vez que agarraba el expediente y garabateaba sobre él.

—Las víctimas de abuso siempre disculpan a su agresor.

Resoplé en tanto apoyaba el brazo en la cabeza y descansaba la mano sobre la frente. No quería hablar, solo necesitaba asegurarme de que Eli estuviera bien.

—¿Dónde está Eli? Solo accedí a venir por ella, para que no se preocupara por mí.

El doctor cruzó las manos a la altura de las caderas.

—Usted pasará la noche en el hospital, señor Price. Deseo mantenerlo en observación. Sus pupilas todavía están dilatadas y no quiero correr riesgos.




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