Alexander
—Iré a por algo de comer. Estás enfermo y no quiero que empeores con la comida de mi hija.
—Gracias, señora Payne.
Me senté en la cama en tanto sufría como un novato en un barco durante la marea alta. No me quedaban fuerzas para decirle que la comida de Eli era decente. Nosotros pertenecíamos al hielo, no detrás de una estufa. Sin embargo, esa no era la conversación que manteníamos, en realidad, y era algo que me molestaba hacer frente a Eli. La señora Payne desmesuró los ojos y señaló con la barbilla a su hija mientras yo negaba con la cabeza una vez más. A la vez, mi mejor amiga me acomodaba una almohada tras la espalda y Max, nuestro perro, estaba acostado junto a mí con la cabeza apoyada en mi muslo. La señora Payne evidenció su disgusto al colocar la boca en una línea recta y fijar en mí sus severos ojos. Ella creía que la tensión entre Eli y yo era por no confesarle la gravedad de mis golpes. Quizás después comprendería el motivo, pero yo no iba a confesárselo. Además, ¿de qué le serviría a Eli conocer la cantidad de golpes que recibí? Ya no quería lastimarla más.
La señora Payne fue por nosotros al hospital cuando me dieron el alta. El doctor insistió en que mi cerebro necesitaba descansar y me recomendó que asistiera a terapia. Fue por ello por lo que Eli la llamó. A pesar de que ella no aprobaba una relación entre los dos, Eli solo le confiaría mi seguridad a su madre.
Ella nos trajo una muda limpia y Eli y yo nos deshicimos de la ropa de la boda al dejarla olvidada en el bote de basura a las afuera del hospital.
Cuando me puse en pie para caminar los pocos pasos hasta el automóvil, mi mejor amiga fue mi soporte. Ella no permitió que nadie más se acercara, demostrándome cierta posesividad, algo que era nuevo para mí. No obstante, era consciente de que su único significado era el de la amistad. Eso era algo que debía aceptar.
Eli terminó con la almohada a la vez que yo procuraba que mi cuerpo se mantuviera tan alejado como me fuera posible de ella, algo muy difícil, pues estaba inclinada sobre mí. Tragué con dificultad y me estremecí al sentir los dedos de Eli subiéndome por la espalda.
—¿Estás cómodo, baby?
Nosotros seríamos incapaces de dejarnos de hablar, por muy molestos o heridos que nos sintiéramos.
—Sí, cariño, gracias. —Mi voz estaba apagada.
La señora Payne, que ya iba de salida, se detuvo en seco al escucharnos. Bajó la cabeza y se cubrió el rostro con las manos. Fruncí el ceño ante su reacción. No era la primera vez que Eli y yo utilizábamos algún apodo de cariño el uno con el otro, aunque era yo quien solía hacerlo con frecuencia. Eli se movió con libertad por la habitación —ajena a la agitación de su madre— hasta llegar a las ventanas y cerrar las cortinas.
—Mamá, podemos pedir algo a domicilio.
—Cecilia, sabes que no me gusta que unos desconocidos tengan tu dirección y mucho menos si Alexander no puede estar al tanto de tu seguridad.
Observé a mi mejor amiga ir y venir por mi habitación. Ordenaba y disponía a su antojo. Su madre tampoco perdía detalle de sus movimientos. Creía con firmeza que un velo se levantó de nuestros ojos. No sabía qué fue lo que comprendió la señora Payne en ese instante, pero para mí era la comprobación de las palabras de Eli la noche anterior: nosotros ya teníamos una vida como pareja.
—Mamá, no soy una niña.
La señora Payne me dedicó una mirada fugaz antes de marcharse. Tuve la sensación de que, aunque tarde, alguien de los que amábamos nos ofrecía su misericordia. Y solo por mis errores tendría que quedarme a solas con ella y explicarle que entre su hija y yo solo podría existir una relación de amistad porque perdí mi oportunidad hacía muchos años. Pero eso sería otro día, porque lo único que deseaba en ese instante era dormir. De preferencia, abrazado al diminuto cuerpo de la mujer que amaba, pero eso era solo una quimera.
Cuando Eli regresó junto a mí, levanté la cabeza y la contemplé. Se veía exhausta, pues la noche anterior ninguno de los dos durmió. Los doctores y enfermeras quieren cuidarte, pero el ambiente hospitalario es estresante. Me imaginaba que tan pronto regresara la señora Price, Eli tomaría un baño y se recostaría en su cama.
Me reprendí a mí mismo cuando mis pensamientos evocaron varias gotas de agua sobre esa piel tersa y delicada, la forma en que me gustaría recogerlas con mi boca. Los estremecimientos que antes fueron de dolor tendrían un nuevo significado al siguiente día. Eli sonreiría ruborizada, incómoda y envuelta en deseo.
—¿Estás dormido?
Su voz, en un susurro, me arrancó un gemido. Fue como si ella fuera testigo de esos pensamientos inadecuados y también deseara ser partícipe de ellos. Bajé la cabeza y negué en repetidas ocasiones. Como estaba distraído, no filtré mis palabras:
—Con tanta atención, voy a creer que me amas.
—Haces bien, porque te amo.
Mi corazón dio un vuelco ante sus palabras, lo cual era ridículo, y solté el aire de golpe. Ella me amaba, sí, como un amigo. Si bien, no comprendía por qué mi estúpido corazón seguía esperanzado. Tal vez por las señales tan contradictorias que ella me enviaba; quizás ella no era consciente, a lo mejor era yo quien deseaba encontrar un indicio en cada acción y palabra. Comencé a pensar que lo mejor sería alejarme por un tiempo, no era justo para ella esa revolución en mi interior.
Editado: 20.04.2023